031: Me vuelvo un maestro de las pociones (o eso intento)

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La luz que percibía, aún con los párpados cerrados, empezó a molestarme. El espacio vacío en la camilla también.

Ya he sentido esto antes, ugh.

— Buenas tardes, dulce durmiente —escuché la voz de Chuuya a mi lado—. ¿Cómo te sientes? —sonrió un poco, con sorna, cuando mis iris se encontraron con los suyos.

— ¿Qué hora es? —dije apenas, aún demasiado adormilado para pensar en cómo me siento.

— La hora de almuerzo.

— ¿En serio? —me incorporé de golpe. Dormí ¿cuánto?, ¿ocho horas?

Suena poco, pero es lo máximo que he dormido desde el incidente de las bombas.

— Como estás en la enfermería, y aún no te hago el ticket de salida, podría traerte tu comida para acá. —se levantó del asiento en el que estaba, acercándose a la cortina cerrada del box.

— ¿Puedes hacer eso?

— Es más fácil hacerlo cuando Dionisio no está en el campamento. —se encogió de hombros— Ahora son las ninfas las que hacen las comidas; son todas iguales, a menos que pidas más o algo diferente con anticipación.

— ¿Y qué es? —bostecé, quitándome el pelo de la cara.

— Ensalada con pollo y manzanas —suspiró—. Pedí si te podían hacer cangrejo, pero no han pescado últimamente, así que no había.

¿Él en serio se tomó la molestia de preguntar?

Vaya...

— Que lindo perro que tengo —murmuré, mirándolo a los ojos que tiene. Parecía que hubiesen cortado esferas del cielo y le crearon esos iris especialmente a él.

— No soy un perro. —frunció el ceño, casi ladrando.

— Entonces, ¿por qué actúas como uno? —solté, sonriendo de lado.

— Que insoportable que eres —bufó y rodó los ojos, saliendo del box, dejando la cortina abierta.

— ¡Oye, pero ciérrala!

— ¡Nop! —exclamó desde las escaleras. Incluso con esa distancia, pude ver la sonrisa que se le escapaba.

— ¿Dazai? —escuché mi nombre desde una parte de la enfermería que no alcanzo a ver con las otras cortinas que me rodean. Sin embargo, sé que no es muy lejos.

— ¿Arthur? —formulé, bajando de la camilla.

Abrí la cortina a mi derecha, y ahí estaba. Más pálido que siempre, sin embargo. El frío que debe de sufrir, a pesar de tener un sol de verano fuera de la enfermería, debe ser tan grande, que puedo sentir la cantidad de capas de ropa y sábanas que tiene encima, con solo verlo.

— ¿Qué te pasó, Arthur? —sus ojeras estaban demasiado marcadas; hasta las de su novio se quedan atrás.

— No se sabe muy bien. —se encogió de hombros— Suelo recaer a veces. Esta vez fue peor, supongo. —tosió un poco, preocupándome más. Ayer estaba en perfecto estado...

— ¿Es por tu enfermedad?

— ¿Chuuya te contó? —asentí, sentándome en el banco que tenía su box; este está decorado con flores de colores suaves— No es una enfermedad, en verdad. Los mortales no tienen respuesta, así que no se le puede llamar así, ¿no crees?

— ¿No tienes idea de lo que puede ser? —él estaba tan... demacrado. Tan poco vivo.

Parecía que algo le chupaba el alma, pedazo a pedazo.

Hijos de Divinidades || SoukokuWhere stories live. Discover now