021: Chuuya vuela por los aires

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Tres.

Cuatro.

Seis flechas volaban por los aires con una velocidad tan alta, que parecía que cortaban el mismo. Las filudas armas caían en el peludo pecho del Minotauro... sin embargo, no le hacía daño alguno.

Algún raspón, tal vez, pero, con suerte, se incrustaban un poco en su piel.

Los mestizos que nos encontrábamos desarmados, corrimos a los distintos extremos del comedor en un movimiento tan rápido y automático, que pareció un reflejo de combate (después de todo, está en nuestra naturaleza). Si las flechas de los hijos de Apolo no le producían daño alguno, menos lo harán nuestras desnudas manos.

Vamos, Dazai, piensa, piensa, es lo que mejor sabes hacer.

O eso siempre te dicen.

Primera regla para sobrevivir, según Mori: todo a tu alrededor te puede ayudar a pelear o construir, si tienes el cerebro (y la desesperación) necesario.

Ramas, tenedores, cuchillos de mantequilla, cucharas, tazones, ¿le hará daño si le lanzo todo aquello?

Segunda regla: siempre que puedas, ocupa tus habilidades, pero nunca dependas de ellas.

Mori, los últimos días —dentro del periodo de clases o luego de las mismas—, me ha estado haciendo a una especie de entrenamiento (en verdad, es mera investigación) que solo se enfoca en descubir qué poderes tengo, al ser hijo de Hades.

El viejo se basa en los antiguos dichos y algunos cuántos escritos de antiguos descendientes de mi padre. Con ello, descubrimos que si imagino algún movimiento de la tierra, puedo crearlo, ya sea una grieta o un levantamiento de la misma.

Podría ocupar eso.

El Minotauro destruyó las mesas que estaban a su paso, y echó a correr a por los hijos de Apolo —que eran los únicos locos que estaban en el centro de todo, ya que tenían sus arcos mágicos—.

Paul y Pianoman rodaron por el piso antes que el Minotauro los tocara, Chuuya, en cambio, no tuvo la misma suerte. Salió volando hasta chocar con un árbol.

— ¡Chuuya! —grité. Mala idea, ahora llamé la atención del monstruo.

Todos los que estaban en mi lado corrieron lejos, lanzándole tenedores o piedras que no ayudaban mucho.

El Minotauro tomó una mesa como si fuera un simple cuaderno y me la lanzó. Intenté correr lejos, pero —no sé cómo— me tropecé con... ¿mi sombra?

No, no fue así. Caí en mi sombra, la de los árboles y todas las que estaban a mi alrededor. Estaba dentro de la oscuridad.

La mesa pasó de largo, deteniéndose por los gruesos troncos de unos árboles de más atrás.

Caminé en esta especie de oscuridad —en la cuál puedo ver perfectamente— y me acerqué a dónde estaba Chuuya. Se había intentado levantar, pero seguía aturdido. El brazo izquierdo le debía de doler, ya que lo sostenía con el otro.

Intenté salir de las sombras, como si subiera una escalera. Dos escalones y ya estaba detrás del baboso.

— ¡Mierda, Dazai! —exclamó—, ¿de dónde saliste?

— ¿Estás bien? —intenté tocarle el hombro derecho lo más suave que pude. No quería provocarle más daño del que ya tenía, pero, de igual forma, quería tener un contacto con él.

Asintió un poco, mirando hacia donde estaba el Minotauro. Había dejado herido a unos cuántos mestizos, los cuáles estaban aún corriendo, o sentados (hasta echados) en las esquinas del comedor. Sin embargo, eso no fue lo que preocupó a Chuuya, sino, que ahora perseguía a sus hermanos.

Hijos de Divinidades || SoukokuWhere stories live. Discover now