Días oscuros

57 12 0
                                    

22 de febrero de 2022

Iriana

Era increíble cómo funcionaba el tiempo, cómo pasaba tan rápido. Después de dos años, seguía estando en el mismo lugar: estancada en Sheffield, con la muerte manchando mis manos y la noción de sobrevivir como único motor.

Estaba muerta en vida.

Lo había perdido todo. Mis padres, mis amigos... Cada día al despertar, me preguntaba si había un futuro por el que valiera la pena seguir luchando.

Matt había estado conmigo en todo momento. No nos habíamos separado nunca. Donde él iba, yo iba, y viceversa. Cuando íbamos en busca de comida, cuando matábamos a nuestros enemigos, lo hacíamos espalda con espalda.

Estaba acostada en mi cama cuando la luz del amanecer tiñó el suelo. Me levanté y estiré los brazos por encima de mi cabeza. Matt descansaba a mi lado, completamente sumido en su sueño. Yo no había dormido nada, no después de haber matado a dos personas el día anterior. Solía autocastigarme cuando eso sucedía, lo cual era con más frecuencia de lo que me gustaba admitir.

Bostecé mientras salía de la habitación y me dirigía a la cocina para preparar un desayuno ligero. Habíamos conseguido frutas en conserva en una verdulería unos meses atrás, antes de que el fuego las consumiera por completo, y habíamos iniciado un cultivo de verduras en la casa de un vecino que había tenido un patio hermoso y fértil. Desafortunadamente, el hombre no había sobrevivido, pero estaba segura de que habría estado de acuerdo en que utilizáramos el espacio.

Matt se levantó veinte minutos después.

No hablamos mientras ingeríamos los alimentos. Ni siquiera lo miré. En mi interior, estaba tan podrida que no podía soportar mirarme en un espejo. Sabía que Matt se sentía de la misma manera con respecto a sí mismo.

Habíamos cambiado demasiado en ese tiempo. Apenas podía ver a los adolescentes que habíamos sido, tan llenos de vida y esperanza. Ahora solo quedaba un cascarón vacío, que servía únicamente para matar.

―Debemos patrullar hoy ―dijo Matt con la voz ronca por el sueño.

Asentí, incapaz de decir otra cosa. Necesitaba lavarme la cara urgente para quitarme las lagañas. Matt me necesitaba lúcida.

―¿Estás bien?

La visión del día anterior me azotó con fuerza. Un cuello siendo desprendido, la sangre rociando la acera y manchando las hojas de mis katanas, y luego el fuego. Ardiente y avasallador, que quemó las evidencias y se alzó alto en el cielo, esparciendo el olor a muerte.

No, no lo estaba, pero aún así, dije:

―Sí. Vamos, no perdamos tiempo.

Me ajusté las fundas a la espalda y metí las katanas en ellas. Guardé varias dagas en los bolsillos de mis pantalones y dejé una pistola en la cinturilla de mi pantalón. Antes de salir, me coloqué mi máscara de asesina.

Pasamos por las antiguas calles de nuestra ciudad. La sangre seca bañaba las aceras, junto con cadáveres en descomposición. Evitamos a toda costa la manzana donde había caído Joe, su abuelo, a quien también había querido como uno, y nos dirigimos a un local de ropa. La mayoría ya había sido saqueada, si es que alguien más quedaba vivo por ahí, lo suficientemente inteligentes para hacer sus movimientos y no morirse de hambre, pero nos hicimos con algunas prendas de abrigo que íbamos a necesitar en los meses siguientes, cuando el invierno nos arrasara.

Continuamos, sin mirar los ojos sin vida de los difuntos. Había querido darles un funeral digno, pero, aquella noche en el sótano, luego de que Matt hubiera matado a su primera víctima, nos limitamos a mirarnos fijamente y tratar de descubrir lo que había que hacer después.

2. La olvidada ©Where stories live. Discover now