La llegada

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11 de febrero de 2028

Iriana

Desconozco en qué momento me quedé dormida. Desperté cuando ya habíamos aterrizado, con la afable cara de Tessa cerca de mi rostro. Había tenido una pesadilla horrible, todo mi cuerpo temblaba y estaba helada. Agradecí en silencio que pusiera una manta sobre mis hombros antes de ayudarme.

Me asió por el brazo y pasó otro por mi cintura para sostenerme. Matt, todavía adormilado, se apoyaba en Carter y Alex. Era alarmante la imagen que daban los tres, dos hombres musculosos sosteniendo a otro delgado y paliducho, que a simple vista apenas podía pararse por sí mismo. Necesitábamos un descanso y comida, una recuperación larga que nos permitiera reunir las fuerzas necesarias.

El avión ya estaba abierto y se asomaba un panorama desconocido para mí.

El lugar había sido renovado, se notaba por la antigüedad de los edificios menores y la tecnología de los más altos. Una cortina azul se extendía sobre nosotros, la misma que rodeaba la SHN de mi país natal. Como me habían explicado, era dañino para los H.A.V., lo cual era conveniente para mantenerlos alejados. Había pasado mucho tiempo desde que había visto uno.

Nos llevaron directos al hospital para hacernos ciertas pruebas. Alex me había explicado que se lo habían hecho a Tess un día después de su llegada, pero que con nosotros debía tratarse urgente. Pasamos años en una base desconocida con un nivel de contaminación elevado, era lógico que quisieran asegurarse de que estuviéramos limpios.

La última vez que había estado en una sala de hospital había sido durante mis sesiones de quimioterapia y luego las que Elton Blandenwell se había ofrecido a hacer para acelerar el proceso. No pisé ninguna por mucho tiempo, al menos no por asuntos personales.

El doctor que nos atendía era meticuloso y daba órdenes por doquier. Parecía que no había dormido en varias horas, ni se había cambiado de ropa. Cuando nos vio llegar, nos sonrió y nos tendió la mano. Se llamaba Rowan Blancher, Tessa lo tenía en muy alta estima. Efectivamente había llegado de Irlanda del Norte unas horas antes que nosotros, pero no me atreví a preguntar la razón porque me llevó a una camilla y me preparó para inyectarme vitaminas y un par de cosas más después de sacarme sangre y llevársela para analizar. Con Matt hizo lo mismo, y nos pidió que aguardáramos hasta que estuvieran listos.

―¿Les crees? ―me preguntó, cortando el silencio.

Balanceé los pies cual niña pequeña y me encogí de hombros.

―Merecemos saber lo que tienen para decir. Además, sabes que detesto la falta de información.

―¿Y si quieren utilizarnos? ―preguntó con miedo en la voz.

―Nos defenderemos y buscaremos la forma de largarnos.

Un par de horas después, en las que aprovechamos para descansar, Tessa entró seguida por el doctor Blancher. Este tenía una planilla y la ojeaba con detenimiento, paseando su vista hasta nosotros y viceversa. Se aclaró la garganta antes de hablar:

―Sus niveles de sangre están sorprendentemente más bajos de lo normal, pero no hay enfermedades contagiosas que puedan afectar a la base. Se les administrarán defensas para que puedan volver a su estado natural. ¿Alguna pregunta?

Alcé la mano con decisión, me molestó un poco la sonrisa que se formó en sus labios.

―¿Cuándo podemos irnos?

―En cuanto estemos seguros de que no se caerán a cada paso que den ―medio bromeó. No iba a contradecirlo, era cierto.

Tessa nos dedicó un asentimiento y salió para hablar con él en privado. Un mal presentimiento me recorrió y salté de la camilla para acercarme a la puerta. Intenté hacer el menor ruido posible y posicioné la oreja en el material frío.

―¿Está seguro de que son...? ―decía Tessa.

―Sí, pero... ―Bajó la voz y se me hizo imposible entenderle.

―¿A qué te refieres?

Dejaron de hablar y regresé junto a Matt por temor a que me hubiesen descubierto. Afortunadamente para mí, no lo hicieron. Ahora estaba cien por ciento segura de que nos escondían algo. Aunque no supiéramos la historia completa, no podía ser bueno para nosotros.

Una enfermera irrumpió minutos después para trasladarnos a una habitación más cómoda. Dijeron que tendríamos que pasar una o dos noches allí para monitorear nuestros signos vitales. Nos habían conectado a unas máquinas ruidosas que hacían que la cama vibrara suavemente. En ellas se veía nuestro ritmo cardíaco, nuestra presión y no sé qué datos más. Cuando pregunté, las respuestas me marearon tanto que tuve que decirle que había perdido el interés. La chica no se ofendió, todo lo contrario, me ofreció una sonrisa y nos dejó vasos con agua fresca llenos hasta el borde.

Todo era insoportablemente blanco, desde las cortinas hasta las sábanas, menos los enterizos similares a vestidos que teníamos puestos. La cama de Matt estaba demasiado lejos para mi gusto, pero ninguno tenía fuerzas para acercarnos.

Levantó la mano con pesadez y la movió de lado a lado.

―Hola, Iri.

Hice lo mismo con una sonrisa contenida.

―Hola, Matt.

La acción me recordó a nuestros últimos momentos con cáncer. Éramos pequeños, pero esa clase de imágenes no se olvidan nunca. Habíamos arribado de día y, cinco noches después, nos encontrábamos en un quirófano, en posiciones similares a estas. Las personas habían pululado a nuestro alrededor manipulando objetos puntiagudos (más tarde entendería que eran agujas y sondas, bisturíes de diferentes tamaños y pinzas gigantes), y lo único que habíamos hecho era mirarnos. Antes de que cayéramos por la anestesia, habíamos hecho ese mismo saludo.

El nombre que hacía años no había pronunciado arribó a mi mente. Elton Blandenwell, el científico más rico y experimentado del mundo. Miembros del Gobierno de la rama de Salud Pública habían dicho por todos los medios que él estaba cerca de curar el cáncer y otras enfermedades mortales. Mis padres se esperanzaron, vieron un milagro y no dudaron en acudir a él. Los convencí de que costeáramos el tratamiento de Matthew y nos embarcamos rumbo a los Estados Unidos.

Según parecía, todo había sido una mentira.

            Según parecía, todo había sido una mentira

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2. La olvidada ©Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz