Introducción a la milicia

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15 de marzo de 2028

Iriana

Aceptar que Matt me había mentido fue un proceso largo. No me detendré en eso, no vale la pena recordar el tiempo que no nos hablábamos, no porque yo no quisiera, sino porque él no estaba listo para enfrentar esa conversación.

Supe que había hablado con la doctora Hensler al respecto. Yo también lo hacía. De ser una extraña, había pasado a ser una señora en la que confiaba para contarle mis problemas y mis más íntimas pesadillas. No me presionaba cuando tenía un bloqueo y no podía continuar con la sesión, simplemente me decía que lo intentaríamos la próxima vez.

Tessa, por otro lado, era una mujer persistente. Monitoreaba nuestros movimientos, análisis y pruebas todo al mismo tiempo mientras dirigía una base militar. No sabía de dónde sacaba el tiempo, pero siempre andaba rondando. Desde que habíamos entrado de forma temporal a la división de Kara, o el Primer Comando si lo llamamos por su nombre, habíamos recuperado bastante masa muscular. Estaba orgullosa de cómo se había tonificado mi cuerpo, y de Matt mejor ni hablemos. Tenía a toda la población femenina y masculina soltera babeando por él, pero era lo suficientemente humilde para no querer admitirlo.

Me ajusté las botas y me coloqué la chaqueta antes de salir. El clima seguía demasiado frío para entrenar en exteriores, así que lo hacíamos en un espacio cerrado. Me había acostumbrado a pasar mis mañanas y tardes en ese gimnasio. Después de mucho tiempo, me había reído y divertido, pero lo más importante había aprendido tanto de mí misma como de mis amigos.

Cerré la puerta de mi habitación y vi que Matt hacía lo mismo al final del pasillo. Lo esperé y le di un abrazo corto de buenos días.

―¿Cómo has dormido? ―preguntó, una sonrisa burlona bailando en la comisura de sus labios.

―Bien, ¿por qué?

―¿No te duele la espalda o algo? ―bromeó haciendo referencia al entrenamiento del día anterior.

―Qué estúpido.

Lo golpeé suavemente en el abdomen y continuamos caminando. Kara nos esperaba en la entrada del edificio junto a su jeep, como todos los días. Tessa le había encomendado la tarea de trasladarnos. Éramos como los sabuesos que se sentaban en el asiento trasero y aguardaban pacientemente la llegada a sus nuevos destinos.

―¿Están listos? ―dijo, entusiasta, mientras encendía el motor. La calefacción me golpeó en la cara, aliviándome unos minutos.

―¿Para qué? ―contestó mi amigo, inclinándose hacia adelante.

―No puedo creer que no les haya dicho.

―¿Decirnos qué? ―hablé yo, desesperada. Si era otro análisis, me lanzaría del auto a la de ya―. ¿Está todo bien?

Los ojos claros de Kara se encontraron con los míos a través del espejo retrovisor y me sonrió, tranquilizándome.

―Mejor que bien. Les daré todos los detalles cuando lleguemos, pero primero tienen que desayunar.

En menos de dos minutos estábamos estacionando en el comedor, uno de tantos, el que más cerca nos quedaba. Nos servimos café y tomamos cada uno una magdalena. Íbamos a sentarnos, pero la rubia nos interrumpió y, con la sonrisa más tierna que podía fabricar, nos dijo:

―No hay que llegar tarde, lo comerán de camino.

Asentí, porque no valía la pena discutir, y volvimos al ruedo. Para mi sorpresa, no fuimos al mismo sitio de siempre. Kara dobló en un par de esquinas y estacionó frente a una puerta metálica. Parecía ser el edificio más nuevo por la zona a juzgar por el brillo del material y por la tecnología que estaba adherida.

2. La olvidada ©Where stories live. Discover now