Secretos

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12 de febrero de 2028

Iriana

A la mañana siguiente, me sentía un poco mejor. Las secuelas de esos años descuidándonos todavía estaban bajo la superficie. Las vitaminas que me transmitían por una sonda hicieron su efecto, al igual que los pequeños tentempiés que nos habían acercado por la noche.

Fui la primera en despertar. Matt seguía en el séptimo sueño, con la boca semi abierta y un hilillo de baba cayendo por el costado. Hacía tiempo que no lo veía tan relajado, y rogué para que no tuviera pesadillas como las que me habían perseguido a mí.

A las siete en punto (lo supe por el reloj electrónico que descansaba sobre la mesa de luz entre nuestras camas), una enfermera vino a chequearnos. Hizo un par de anotaciones en su libreta bordó con estampado de ositos y dijo que traería el desayuno en breve. Parecía que había habido una especie de fuga en un edificio y habían ingresado pacientes. Claramente se le había escapado la información.

―¿Dónde está Tessa? ―pregunté antes de que se fuera.

―No tardará en venir. Coordinó el rescate junto su equipo Beta.

¿Beta? ¿Primer Comando? ¿Eso eran lo mismo? Supuse que era parte de lo que tenían que explicarnos.

Matthew abrió los ojos cuando la bandeja con delicias dulces cruzó la puerta. Me dio los buenos días con la boca llena de comida y yo le revoleé mi servilleta como premio. El doctor Blancher llegó poco después, con una sonrisa que enseñaba sus dientes blancos a pesar de la edad, y con buenas noticias: podríamos irnos, si los resultados de los últimos estudios daban por encima de lo científicamente aceptable.

―Espero que hayan dormido bien.

―Con esto haciéndome un masaje que no he pedido no creo que pueda considerarse como una buena noche ―contesté con sarcasmo.

―Lo desconectaré enseguida, de todos modos, ya no los necesitan.

El alivio fue instantáneo cuando los electrodos pegajosos se quitaron de mi pecho. No me agradaban las sensaciones que despertaban. Por un instante, la imagen de Rowan se confundió con la antigua versión de Elton, aquella que atesoraba en mi memoria, antes de que me abriera en dos como una sardina.

Sacudí la cabeza y controlé el impulso de golpearlo. Me repetí mentalmente que no era motivo de mi ira. Respiré profundo y me incorporé, utilizando el control de la camilla para enderezarla automáticamente. Matt hizo lo mismo y aprovechó para bajarse todo el vaso de agua, abriendo la mandíbula de una manera atroz. Realmente me sorprendió que no se la dislocara.

―Tessa vendrá a verlos más tarde.

―¿Por qué? ¿Será nuestra niñera a partir de ahora?

Soné borde, tal y como pretendía. ¿Cómo podía confiar en alguien cuyo padre me había convertido en una máquina de matar? ¿Acaso se podría superar esa línea?

―Dado que ella y su equipo los encontraron, es lógico que quiera asegurarse de que están bien. Además, es la Comandante. Ir contra sus órdenes implicaría un castigo por la ley.

Tenía un punto allí. Me encogí de hombros y me limité a comer en silencio las sobras de mi comida. A lo mejor, si pensaba en otras cosas, las horas transcurrirían más rápido. Desafortunadamente, iban más lento. Matt comenzaba a desesperarse por mis suspiros exagerados y vi que estaba barajando la posibilidad de tirarme la taza a la cara.

Dos toques resonaron y la puerta se abrió, revelando la larga cabellera marrón de nuestra salvadora. Llevaba el mismo uniforme del día anterior, seguramente no había tenido tiempo para cambiarse. Estaba sudada y sus ojeras delataban lo cansada que estaba, pero su sonrisa amable contrastaba con cualquier impresión que hubiera tenido.

2. La olvidada ©Where stories live. Discover now