Un pequeño avance

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5 de marzo de 2028

Iriana

El mes pasó rápido. Una brisa y ya habíamos progresado muchísimo.

Tessa había mantenido su palabra cuando se aseguró que nosotros mantendríamos la nuestra. Había trabajado duro para controlar mi temperamento, a veces me traicionaba, pero no tanto como antes. La terapeuta tenía una paciencia de oro y no juzgaba mi historia ni lo que había tenido que hacer. Se espantó un poco cuando hablé sobre comer carne de mi misma especie, pero comprendió que yo no había tomado la decisión y era eso o morirme de hambre. Suponía que le diría a Tessa ni bien tuviera la oportunidad, porque era un dato importante, no queríamos que me diera una rabieta y le arrancara un brazo a un compañero. Para clarificar: jamás habría entrado en mis opciones, apenas toleraba ver un trozo de carne en mi plato.

Matt avanzó también con su terapia y lo veía mejor. Estábamos mejor. Nuestros demonios aún nos perseguían en la noche, pero durante el día se dormían y dejaban que viviéramos.

El doctor Blancher continuó haciéndonos exámenes. No era muy abierto con los resultados, solamente negaba y continuaba probando otras máquinas que no sabía para qué funcionaban. Ni Matt ni yo nos animábamos a preguntar. Cuando terminaba de analizar nuestros cerebros, nos decía, a veces animado y otras decaído, que podíamos retirarnos. Tenía una charla pendiente con Tessa al respecto, porque si iba a perder mi memoria por completo lo menos que podía hacer era estar preparada.

Aquella tarde nos tocaba entrenar con ella en una de las salas privadas que habían decidido tomar prestada de otra liga. Según nos había explicado, ahora que la base estaba dentro de una SHN, a diferencia del pasado que había estado aislada y protegida por muros altos, se aplicaban otras reglas, tanto para las edificaciones y sus divisiones como para el funcionamiento correcto del ejército.

Matt sabía mucho más de esas cosas que yo y siempre que podía me explicaba. Sus prácticas habían durado solo unos meses, antes de que abandonara tras la muerte de su padre. Entrenábamos en un gimnasio techado, equipado solo con un par de máquinas de peso. Luego de fortalecer un poco los músculos, lo que cada día nos salía mejor, practicábamos técnicas de pelea y otras cosas.

―Nuestros ojos tienen la capacidad de cambiar por las emociones que sentimos ―explicó Tessa, sentada frente a nosotros en la clásica posición flor de loto. Sus manos descansaban pacíficamente sobre sus rodillas, y su expresión relajada demostraba que no era difícil para ella―. El celeste representa la tristeza, el verde la alegría, el rosa es amor, el violeta el miedo, el rojo es enojo y el negro es el odio. Si se sienten con demasiada intensidad, podrían combinarse los colores.

―¿Pueden quedarse atascados? No volver a mi color original ―preguntó Matt, confundido. Yo me frotaba las sienes, sintiendo lo que ella decía.

―No si lo controlas.

―¿Cuál es el punto? Duele y además tenemos que esconderlo, no le veo el sentido ―me quejé. La mirada de Tessa se enfocó en mí y pude ver claramente cómo el centro de sus iris se enrojecía, en un parpadeo desaparecía.

―En la nueva sociedad en la que vivimos, no hay personas que tengan esta habilidad. Podemos hacerlo gracias a nuestra alteración genética. El esconderlo causa mucho dolor, y es necesario liberarlo, siempre en espacios seguros.

Me mordí el labio inferior y cerré los ojos, intentando concentrarme en las sensaciones. Me pesaban los párpados, me sentía en un limbo antes de desmayarme, pero sin llegar a caer en la negrura. Respiré profundo cuando la primera oleada de dolor me enderezó la espalda y apreté los puños. Matt gruñó.

2. La olvidada ©Where stories live. Discover now