La estación olvidada

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19 de abril de 2025

Iriana

No recordaba cuánto habíamos caminado para llegar allí. Tuvo que haber sido bastante. Las piernas me dolían, tenía los labios resecos y los ojos cubiertos por un velo invisible. Estaba agotada, quería echarme a descansar, pero algo me decía que no estaba segura, que algo venía detrás de nosotros, acechando, listos para degollarnos vivos, y me impulsaba a seguir adelante.

Matt arrastraba los pies a mi lado. De alguna forma, encontró la fuerza en su interior para mantenerse aferrado a sus sais octogonales. Me miraba de vez en cuando, comprobando que estuviera bien. Sin embargo, sus ojos estaban oscurecidos por un vacío insondable. Yo pensé que, si me miraba en un espejo, no me vería diferente.

Estábamos vivos, pero, ¿cuál había sido el costo?

Mis memorias estaban plagadas de lagunas. En algún sitio leí que el cerebro elige eliminar los malos recuerdos, para que no los persigan en la actualidad. Tal vez eso es lo que nos pasó. Recordaba estar con Matt, peleando por nuestra supervivencia, matando a nuestros enemigos y matándonos de hambre cuando no podíamos darnos el lujo de comer. ¿Cuánto tiempo había pasado?

―Iri. Iri, despierta ―escuché la voz de mi amigo. Su suave palma estaba presionada contra mi mejilla y su pulgar hacía círculos en mi pómulo―. Ya estamos cerca.

Quería preguntarle de dónde. No había nada por kilómetros, delante de nosotros nos esperaban más kilómetros llenos de decepción. Aún con esos pensamientos negativos, me levanté y lo seguí.

Yo siempre lo seguiría. Y él haría lo mismo por mí.

Tal vez era un simple instinto o la ciega esperanza moviendo mis pies, pero llegamos arriba de la colina y una edificación apareció como un oasis en medio del desierto. Se notaba a leguas que estaba abandonada, con enredaderas subiendo por las paredes y las ventanas cubiertas de moho y bichos.

―¿Qué es este sitio? ―pregunté sin voz. El alivio y el miedo crecían en partes iguales en mi pecho. Estaba desesperada por encontrar vida, algo que no fuera a matarnos o a robarnos nuestra comida, en realidad ficticia, porque había desaparecido hacía días.

―No lo sé. Tal vez una base militar.

El comentario estaba lleno de humor, uno que había creído extinto, mientras me señalaba el cartel colgado de manera torcida en una de las paredes.

Levanté mi puño para darle en la cadera, pero este cayó sin fuerzas contra su piel.

―Se está haciendo de noche, será mejor que entremos.

Asentí, dándole la razón. Las noches eran las más peligrosas, lo sabíamos como si estuviera impreso en nuestro ADN, no quería estar despierta cuidando mis espaldas.

Dentro no era mejor que afuera. Se habían roto las cañerías y había un gran pasillo lleno de agua mugrienta que nos tapaba los tobillos y un olor a desechos insoportable.

―Cuidado. Hay escaleras ―me susurró Matt. Me sujeté a su muñeca como si mi vida dependiera de ello y descendimos.

Sin linternas, estábamos a merced de lo que sea que habitara aquí abajo. Es decir, si había sido una base militar, debería haber militares, aunque sabía que esa esperanza era vana. Mi pie chocó con un hueso de aspecto humano y tuve que apretar los labios para no expulsar el inexistente contenido de mi estómago.

2. La olvidada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora