El esperado encuentro

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10 de febrero de 2028

Tessa

La mañana estaba fría y un viento helado levantaba la tierra seca que se metía en nuestros ojos. Maldije cuando una basurita se incrustó en mi ojo derecho, dificultándome la vista de la mirilla del arma. Alex se rio por lo bajo y se recompuso enseguida, buscando un blanco.

Estábamos en Irlanda del Norte, habíamos recibido un informe sobre nuevos ataques en una de las zonas más ocultas y peligrosas de la ciudad. La SHN que se había instalado allí estaba preocupada. El sistema había detectado a un grupo de H.A.V. vagabundeando por el exterior. No habían tocado el manto protector, ya debían saber lo que les haría si lo hacían, pero se quedaron mirando el perímetro como si lo estuvieran evaluando.

Cada vez me desconcertaba más sus modus operandi.

Sabía que, con la muerte de mi padre, la mayoría de los dispositivos habían sido desactivados. Por desgracia, no pudimos extraerlos, ya que era demasiado riesgoso. Me tranquilizaba que la conexión estuviera muerta, pero eso no parecía aplicar para todos. En lo más hondo de mi corazón, la alerta de Celebron permanecía latente. Podría haber heredado de mi padre lo que fuera que seguía controlando a los H.A.V., un arma, un control, lo que sea. Él era el único que podía estar detrás de todo esto.

En cuanto al resto del mundo comprende, las SHN se encargaron de desterrar a la plaga de sus países. No sabía bien el alcance que tendrían, si seguían teniendo problemas con nuestros enemigos eternos. Nuestros servicios se extendían a una buena parte de Europa y América del Sur. Por lo que entendía, Asia y África ya eran continentes perdidos. Lo habíamos comprobado y sí, la SHN que se instaló allí no había durado más de un año.

Despabilé mi cabeza y continué avanzando por la calle. Estaba vacía, como casi todas las demás. El escenario era el mismo. Fuera de la protección de las SHN, todo seguía igual de pútrido, abandonado y seco.

Escuchamos un ruido, una sombra se movió detrás de un bloque de edificios, y salí corriendo hacia allá. Mi equipo me siguió de cerca, algunos clavando la rodilla en el concreto con la protección de paredes o autos y disparando a los experimentos que habíamos encontrado. Se veían felices por nuestro hallazgo, casi como si nos hubieran estado esperando. Le disparé a una en la pierna y cayó hacia adelante. El sonido que hizo su cara cuando se estrelló contra el suelo me alertó de que su nariz y mandíbula se habían roto. Los otros dos que la acompañaban corrieron con la misma suerte. Kara efectuó un tiro de gracia y la bala atravesó el cráneo del más grande. Se tambaleó unos segundos y cayó al suelo con un fuerte estruendo.

Le choqué los cinco a mi amiga. Si bien habíamos eliminado a uno, todavía quedaban dos aptos para interrogación.

Me bajé la bufanda negra que cubría mi boca y avancé entre los escombros hasta pisar el tobillo de la muchacha, que intentaba escapar. Sus ojos brillaron con ira cuando la di vuelta y clavé el cañón del arma sobre su corazón. Sonreí, victoriosa.

―¿Cómo te llamas? O, mejor dicho, ¿cómo te llaman? ―le pregunté.

―Eso no te importa, estúpida.

Chasqueé la lengua y negué con la cabeza. Recorrí el cargador y escuché el caer de la bala en el suelo, reemplazándola por una nueva lista para salir. Debió ver que estaba dispuesta a matarla, pues tragó con fuerza y respondió al instante cuando repetí la pregunta.

―Vianca.

―Dinos para quién trabajas ―interrumpió mi novio. Evité hacerlo a un lado y continué fulminando a la prisionera con la mirada―. ¿Se hace llamar C, acaso?

2. La olvidada ©Where stories live. Discover now