Rescate

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10 de febrero de 2028

Iriana

¿Quién era esa maldita y qué mierda quería decir? ¿Qué se creía que era llegando a nuestro hogar con esa actitud?

Mi estómago se retorció al ver su hombro blanco y liso. No podía confiar en ella, me quedó claro en cuanto la vi y su arco apuntó a mi rostro en la oscuridad. Estaba furiosa, me revolvía entre los brazos de la militar, pero tenía mucha más fuerza que yo. Cómo no, estaba mejor alimentada y cuidada que nosotros.

―Iriana, deja de luchar, por favor ―me pidió con voz tranquilizadora, como quien trata de calmar a un bebé llorón.

―¿Quién eres tú para decirme qué hacer? ¿Y por qué saben nuestros nombres?

―Acabo de decírtelo, pero estás demasiado enojada como para prestar atención.

Gruñí.

Sus ojos destellaron en un tono rojizo y luego se desvaneció. La miel ocupando la totalidad del iris.

―Eres una H.A.V. ―afirmé. Ella juntó las manos en su arma, golpeteando la punta contra su rodilla.

―Igual que tú.

Parpadeé, afectada. Mis extremidades se aflojaron en derrota y caí de rodillas en el suelo. Matt trató de llegar hasta mí, aunque seguía prisionero. En su lugar, me gritó que me levantara, todavía luchando para que lo soltaran. Estaba en shock. Una desconocida que se jactaba de un alto puesto en la sociedad aparecía, nos capturaba y me decía que era una de esos monstruos que por tantos años había cazado y matado, incluso comido sin mi consentimiento, pero lo había hecho por el bien de mi supervivencia.

Sacudí la cabeza, tratando de ignorar esa idea o de lo contrario vomitaría el poco contenido que tenía en el estómago.

―No lo entiendo. ¿Por qué estás viva y por qué ellos te apoyan?

Suspiró con templanza, pero no dijo nada.

Dejaron ir a Matthew, quien vino a auxiliarme. Con nuestras míseras fuerzas, me paré. Me escandalicé con su aspecto, yo no debía estar mejor. En la oscuridad de los túneles no había luz suficiente para que nos diéramos cuenta de cómo lucíamos. No le dábamos mucha importancia. Las ganas de vomitar se hicieron cada vez más presentes.

Como si fuera una muñeca de porcelana, dejé que nos condujeran por las calles desoladas, porque, ¿qué podíamos hacer? ¿Volver a escondernos de nuevo?

Escuchaba en silencio sus conversaciones. La mujer rubia media alta que me había sujetado contaba chistes fuera de lugar, pero mis comisuras temblaban de vez en cuando, no sabía por qué. Su novio, uno de los que había agarrado a mi amigo, reía sin parar y le pasaba el brazo por los hombros. Los otros dos también eran pareja. Los ojos marrones de él me taladraron y me vi impulsada a ver hacia al frente.

Mordisqueé mi labio inferior, conteniendo la necesidad de preguntar. ¿Cómo habían dado con nosotros entre tantas ciudades y sitios por revisar? ¿Cómo podíamos interesarle al ejército norteamericano? Tragué con fuerza y apuré el paso. Estaba jadeando, necesitaba con desesperación agua potable y fresca.

―Ten.

Tessa me tendió una cantimplora verde oscuro. Estaba llena y no dudé cuando me la llevé a los labios. Se la pasé a Matt, quien bebió con fiereza. Se secó la barbilla con un gesto salvaje y se la volvió a dar a su dueña, quien nos miraba de hito en hito con algo similar a la preocupación.

2. La olvidada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora