Compañía

56 9 0
                                    

16 de febrero de 2028

Iriana

Estudié a la doctora desde el sillón de mimbre. Estábamos en una sala dentro del hospital acondicionada para lucir como un paraíso tropical. Había plantas por doquier, algunas artificiales y otras reales que había visto a la mujer regar cuando había entrado. También había una mesa de madera de abeto dispuesta con una variedad increíble de té y otras infusiones que me había rehusado a tomar. La doctora Hensler no me obligó a nada, simplemente respondía con un "de acuerdo" y una sonrisa. No había que ser un genio para saber que era una sonrisa armada para la seguridad y tranquilidad de sus pacientes, pero no iba a permitirle psicoanalizarme de esa manera; lo que me llevaba a estar veinte minutos en silencio enfrascadas en un duelo de miradas.

―De acuerdo ―ahí vamos de nuevo―, Iriana, ¿cuál es tu mayor miedo?

Cualquiera que haya sido antes, ahora mutó en arpías terapeutas con lengua bífida.

―Las arañas.

La doctora sonrió. ¿Tenía algún problema en la boca que sonreía tanto?

―Supuse que dirías eso. La gran mayoría de las personas lo hacen cuando no quieren profundizar en sus verdaderos y peores miedos. El miedo o la fobia a las arañas no lo hace un miedo en sí, sino más bien miedo a qué pasaría si te encuentras con una y te ataca. Los terrores no solo te atacan, te consumen, y tú estás ahogándote en ellos, solo que eliges no respirar a luchar por nadar hasta la superficie y salir.

La observé, completamente muda. Me rehusaba a darle la razón, aunque supe que ya lo sabía.

―Así que te preguntaré de nuevo, ¿cuál es tu mayor miedo?

Tartamudeé, intentando encontrar las palabras. ¿Cómo podía poner en palabras cinco años de tortura, hambruna y guerra? O mejor, ¿cómo podía analizar mi vida con lo que Tessa me había revelado? Un mundo de incertidumbres aparecía frente a mí y no había decidido cómo sentirme al respecto.

―Olvidar ―Mi boca se abrió en contra de mi voluntad. Arqueó las cejas, alentándome a que continuara―. Quién fui, quién soy, y lo que me hizo ser yo.

Ella asintió, sacando un fajo de papeles abrochados de la pila que tenía a su izquierda. Era el único indicio de desorden en la habitación.

―Estoy al tanto de tu condición y la de tu amigo, pero no soy científica, eso se lo dejo a Blancher. Ahora lo que me interesa eres tú, ¿cómo te sientes?

―Abrumada. Es como si mi vida fuera una mentira, y en parte lo es. Nunca he sentido que era diferente, tal vez en algún momento pensé que era una niña milagrosa porque no me enfermaba como los otros y me resultaban muy fáciles las actividades físicas. Creo que no todo es talento y mérito propio ―añadí con ironía.

―Al contrario, Iriana, considero que lo que has atravesado todos estos años se debe a tu capacidad individual de afrontar las problemáticas. Independientemente de los cambios que haya sufrido tu cuerpo, tu alma y tus decisiones siguen siendo tuyas ―Su rostro se contrajo en una mueca de compasión, descubrí que detestaba ese sentimiento―. Entiendo la desconfianza que genera estar en un lugar desconocido, y me atrevo a decir que Tessa no pone fácil esa sensación.

―El hecho de que sea su hija lo hace peor.

―Lo hace, pero ella ha dejado en claro que hará lo que esté en su mano para limpiar su apellido. Ahora que su padre ha muerto, se ha encargado de muchas cosas...

2. La olvidada ©Where stories live. Discover now