꧁Visita꧂

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Los relámpagos iluminaban en segundos el grisáceo cielo por completo.
Una estruendosa tormenta amenazaba con invadir la gran ciudad.
Los transeúntes comenzaron a correr para ocultarse del proximo aguacero.

El parabrisas comenzó a limpiar las pequeñas gotas de lluvia que le obstruían la visión de la autopista.

A diferencia de la mayoría de las personas en el mundo, consideraba
este clima demasiado venusto.
Al grado de ponerlo de muy buen humor.

Estacionó el suntuoso Bentley a las afueras del gran edificio, resaltando del resto de los automóviles que se encontraban en el estacionamiento.

Suelta un suspiro con resignación,
se había rendido a la idea de que tendría que mojarse y arruinar su pulcro atuendo, ya que no contaba con algo al alcance para cubrirse.

Al poner un pie en el suelo escuchó la voz de una mujer que ya le era familiar y para su sorpresa, lo estaba esperando con una sombrilla.

—Joven Daniel, es un gusto verlo de nuevo —La joven castaña habló con dicha.

—Que gusto verte, Elena —sonrie con galanura haciendo alarde de su evidente belleza.

—Le traje una sombrilla —extiende el brazo entregando dicho objeto.

—No debiste molestarte.

—No es molestia —la joven mostró una gran sonrisa, ni siquiera hacía el intento de ocultar su regocijo.

Debido a la creciente tormenta, ambos caminaron con prisa hacia la entrada del gran establecimiento.

—Buenas tardes, joven Beaumont —los de seguridad saludaron al unísono.

Daniel devolvió el saludo y como ya era un visitante constante, además de que se le daba un trato "especial"; ni siquiera revisaron el pequeño paquete que llevaba en la mano derecha.

Las puertas de cristal se abrieron, dejando ver el elegante y límpido lobby.
Bastante vacío como de costumbre.

Era de esperarse, ya que se trataba de un hospital psiquiátrico.

—Joven Beaumont, bienvenido —saludó con cortesía.

—Maya, tan diligente cómo siempre.

—Aun con esta tormenta viene a ver a la señora.

—Por supuesto que vendría a ver a mi madre en su cumpleaños —señaló con la mirada el pequeño obsequio que tenía en su mano.

—Le aseguro que estará bastante contenta de verlo.

Ambas mujeres se ofrecieron para acompañarlo a la habitación.
Daniel se negó y al instante se mostraron decepcionadas, pero decidió ignorar sus evidentes reacciones.

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A diferencia de su exterior, internamente sentía repugnancia hacia sus alrededores.
El sonido de la molesta música de jazz que traspasaba sus tímpanos en el elevador, el repulsivo olor a cloro que invadía sus fosas nasales al caminar por los solitarios pasillos, hasta el color blanco de las paredes le resultaba intolerable.
El establecimiento en sí, lo detestaba con toda su alma.

Visitaba ese horrible lugar desde su adolescencia, era normal que llegara a odiarlo en algún momento.
Pero debía seguir con su fachada de "hijo perfecto", al menos hasta que tenga todas las piezas en el tablero a su favor.

Tocó el timbre que se encontraba a un lado de la puerta e inmediatamente la enfermera le dió la bienvenida.

—Señora Beatriz, mire quien vino a verla.

Una Bella Atrocidad ©️ Where stories live. Discover now