Veintiséis

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La nave paso sobre Zarbon y Mali, para ir a aterrizar un kilómetro más allá en dirección norte. Pese a lo que la llegada de sus rescatadores causó en él, Zarbon decidió ir a su encuentro.
No le dijo una palabra a la muchacha, pero no pudo ignorar la forma en que ella se aferró a él. Sintió el temor de Mali por lo que estaba por venir.

Zarbon no fue el único que llegó a la nave. Bardock también lo hizo. Fue un encuentro espontáneo, pero tenso como pocos. Y es que el saiyajin puso sus ojos en la mujer de forma dura lo que desató el lado más arrogante de Zarbon que poniendo a la muchacha en el suelo esperó la compuerta fuera abierta para poder ingresar. Mali se sujetó de el brazo de él y casi lo pellizco cuando ante su vista quedó una criatura pequeña, de aspecto insectoide que usaba una armadura muy parecida a la que Zarbon portaba al principio.
Aquel ser observó muy sorprendido a esos tres. No eran una imagen muy común. El saiyajin llevaba como única prenda una manta atada a la cintura, Zarbon estaba usando la armadura de aquel soldado y a este lo acompañaba una mujer nativa. Pero siguiendo el protocolo aquella criatura saludo al de mayor rango.

-No pensamos que la señal de emergencia hubiera sido emitida por una nave suya, señor Zarbon- agregó el hombrecito. Era un ser pequeño.

-Es una larga historia, pero les agradezco que respondieran a la señal. Pensamos que nadie lo haria- confesó Zarbon que no pudo evitar dar a su voz excepción de alivio de tener la oportunidad de volver a su hogar delante de él.

-Tuvo suerte de que producto de una avería nos desviaramos de nuestra ruta habitual. Esta zona del universo dejó de transitarse hace años. No hay nada útil por aquí. 

-Sí, lo sé- murmuró Zarbon que hizo un intento de avanzar, pero entonces recordó a Mali sujeta de su brazo.

No tenía pensado abandonarla allí, tampoco había decidido que hacer respecto a ella, pero en ese momento le tomó la mano y la llevó dentro de la nave. Sin embargo, cuando Bardock intentó seguirlo una mirada suya bastó para detenerlo. Zarbon pareció meditar brevemente si lo dejaba entrar o no. Volviendo la vista al frente y con un elegante ademán le indicó que podía continuar. Ese odioso saiyajin había dejado de ser un problema. La chica era suya y él no podía hacer algo por cambiar eso. 

-Te llevaré a la enfermería para que te curen esa pierna- le dijo Zarbon a Mali que apretaba en su mano la tiara que él le había dado.

La muchacha no le respondió más que con un movimiento de su cabeza. Ella nunca había estado en una nave y menos en una que venía de otro planeta. Miraba todo con los ojos abiertos como dos ventanas que intentaban acaparar el paisaje de un universo. Los individuos con los que se encontraban eran como sacados de una película de ciencia ficción y lo mismo le pasaba con los aparatos que miraba. No lograba imaginar para que servían todas esas máquinas. Algunas se  asemejaban a instrumentos tecnológicos que conocía, pero había otros que no lograba dilucidar para que podían servir. Todo era tan extraño que a cada paso solo se aferraba más del brazo de Zarbon a quien todos le rendían pleitesía.

Desde que lo conoció la postura de Bardock respecto a él le dejó en claro Zarbon era alguien importante, pero ver como todos a su paso le hacían reverencia y lo trataban de señor le resultó un golpe de realidad un poco duro. A ella todos parecían verla como un bicho raro. Las miradas de esa cosmopólita tripulación estaban llenas de interrogante respecto a quién era y por qué acompañaba a Zarbon. Al saiyajin nadie lo tomaba en cuenta, fue él quien tuvo que preguntarle a uno de esos individuos, que se encontró por el pasillo, si había para él algo que ponerse y ese tipo lo llevó por otro corredor hacia un lugar que Mali nunca vería.

La supuesta enfermería a Mali se le hizo más un laboratorio. Casi temió que la metieran en una de esas cápsulas y la dejaran en animación suspendida como pasaba en las películas de extraterrestres.

-Tendras que disculpar lo rudimentario de esto, pero esta es una nave de abastecimiento vieja y los procedimientos médicos aquí están algo obsoletos- le dijo Zarbon mientras preparaba todo el asunto y la chica se quedaba acurrucada en un rincón viéndole- No temas. No pasará nada. Entrarás aquí en diez minutos y al salir estarás completamente curada de tus heridas.

Si cualquier otro ser de esa nave le hubiera pedido que se metiera ese estanque Mali hubiera salido corriendo, pero confiaba en Zarbon por lo que se quitó la ropa y entró allí siguiendo sus instrucciones. Para ella fue un poco aterrador ver como iba quedando cubierta de ese líquido. Comparó el asunto con volver al vientre materno. La sensación era agradable y ella tenía el cuerpo muy maltrecho solo que estaba habituada a sentir dolor por lo que no se quejaba de ello. Lentamente se fue adormeciendo mientras Zarbon la vigilaba desde el otro lado del cristal.

De haber llegado esa nave en los primeros días de su abrupta caída a ese planeta, Zarbon se hubiera ido sin más. Pero en ese momento tenía un ancla en esa tierra que no lo dejaba volar de vuelta al firmamento. Jamás se le pasó por la cabeza qué ocurriría si se involucraba con ella y llegaban a rescatarlos. Tampoco qué sucedería después si no llegaban por ellos. Como un niño ingenuo sucumbió a los anhelos de un sentimiento tan extraño como molesto para alguien como él. 

Zarbon era un soldado, un guerrero, solo conocía la conquista y la guerra, la muerte y el poder. La única añoranza de su corazón siempre fue permanecer hermoso, majestuoso e inalcanzable para el resto de los mortales. No había algo más que le importara realmente. No tenía un motivo para morir o vivir más allá de eso, pero se encontró con esa mujer y tuvo nuevos deseos. Ideas prematuras concebidas con debilidad y sin tiempo para tomar fuerza. No teniendo más que la cruda realidad presente, Zarbon se enfrentó a una disyuntiva floja cuya respuesta era demasiado evidente como para tomarse más que los minutos que le dio a Mali para recuperarse, en resolver ese dilema.

No podía ser. Él no iba a quedarse en ese planeta miserable hacer un don nadie y conquistarlo era un esfuerzo que no valía la pena. Ese planeta era muy primitivo. Por otra parte llevar a Mali al espacio tampoco tenía objeto. Si bien podía llevarla a uno de los mejores planetas del imperio, uno en el que estuviera segura y colmada de las atenciones que merecía por ser su mujer, Mali jamás podría adaptarse a esa vida. Dejar atrás todo lo que conocía para estar a su lado unas cuantas semanas al año, era como arrancar una flor para dejarla morir en un florero contemplandola a lo lejos.

Pero la peor parte sería que aquella muchacha conocería de él su lado más terrible. El Zarbon que surgió en ese planeta poco tenía que ver con el que era allá arriba, en el resto del universo. Esa cara formada por los años de servicio al emperador Freezer y por su propia egolatría acabarían por espantar a la muchacha y pronto se hartaria de él o por el contrario sufriría al verlo arrasando mundos sin clemencia, por simple poder.

Mali tenía el corazón tierno. No conocía el dolor que él infligía a los inocentes y de hacerlo podía llegar a detestarlo. La cálida imagen que se había forjado de su figura desaparecería quedando solo en el recuerdo como una ilusión. Porque él no estaba dispuesto a cambiar, ni abandonar algo de lo que tenía. En el fondo era un ser egoísta y vanidoso que solo pensaba en sí mismo. Mali se convertiría en una carga, era mejor abandonarla antes de que pesara sobre sus hombros y sobre su corazón. Pero no era tan fácil como lo decían sus pensamientos mientras la miraba flotar al interior de la cápsula de recuperación. Le dolía imaginar que no la volvería a ver ni a tener como esa noche que se estaba deshaciendo, en su memoria, como un trozo de papel en el agua.

Apesadumbrado, Zarbon, puso su mano sobre el cristal y apoyó la frente allí también, como un guerrero cansado y doliente lo haría en la tumba de alguien que ha defendió, pero no pudo proteger de la muerte. Así se sentía tener que renunciar a algo que te hacía feliz, que te hacía mejor. Era como morir, pero siguiendo presente. Como una herida abierta, profunda, que jamás se cierra.

El tiempo había terminado y la cápsula drenó el líquido para que ella pudiera salir. La muchacha estaba un poco aturdida porque acababa de despertar de un letargo breve, pero profundo. Casi cayó en sus brazos que la recibieron suaves para sostenerla un momento más, antes de partir.

Mali se sujetó de él con fuerza mientras asimilaba que su cuerpo había dejado de doler, pero en su pecho, mientras Zarbon se hincaba para tomar una posición más cómoda, estaba comenzando a doler otra cosa que era más terrible y más difícil de curar. Le hubiera gustado tener el valor de pedirle que se quedara, de ignorar la lógica, la obvia respuesta que esa nave significaba, pero no lo tuvo y en su lugar le hizo una petición sencilla, tímida, casi inaudible:

-Quedate un día más...

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