Veintisiete

113 27 1
                                    


Zarbon le acaricio el cabello con ternura. Desde luego aceptó quedarse. Un día no haría diferencia, no cambiaría nada, pero no puedo evitar extender la despedida unas horas más, iniciando una cuenta regresiva que acabaría el amanecer del siguiente día. Con Mali en sus brazos, Zarbon partió a la cabaña. No quería estar con ella en esa nave gris y fría. Bardock los vio desaparecer en el cielo desde una de las ventanas. Al apartar la vista de ellos se rasco detrás de la cabeza y se sonrió de una forma limpia. No duró mucho en sus labios esa curva gentil. Él había despertado de su sueño, pero eso que le mostró aquella mujer se quedó en su interior. Una añoranza por algo más suave, más cálido, menos parecido a él que lo acompaño por mucho tiempo.

Muchas veces Mali se preguntó hasta cuando seguiría junto a Zarbon y Bardock. El tiempo parecía entonces infinito, pero no lo era más y eso provocó en ella una sensación parecida a la ansiedad o al vértigo. La cabaña no estaba lejos, pero Zarbon pareció querer alargar el camino volando despacio sobre los árboles, pasando por aquel lago con las ruinas de piedra. Su superficie era tan clara, durante el día, como lo es un espejo y pudieron verse en reflejados allí, incluso Mali pudo tocar el agua con la punta de sus dedos al él volar bajo. Cuando volvió a sujetarse del cuello de Zarbon, este le sonrió antes de volver a elevarse para entonces ir a su destino.

La cabaña parecía más pequeña ese día. Todavía habían unos leños de los que Bardock solía cortar y que fueron útiles para encender la chimenea. Estaba haciendo frío. También quedaba bastante carne de jabalí y algunas golosinas como un par de barras de chocolate con las que Mali fue a sentarse junto a él en aquella cama. Zarbon parecía perdido en sus pensamientos y un poco cabizbajo.

-Quedatelas- le dijo la muchacha al enseñarle los bocadillos. Él le sonrió al recibir los chocolates.

-Los guardaré para después- dijo metiendolos, de forma descuida, entre su ropa para desocupar su mano y acariciar el rostro de la mujer que pareció huir, por un instante, de ese contacto.

Mali tembló un poco al cerrar los ojos para disfrutar del toque de aquellos dedos que se pese a su envergadura eran extremadamente ligeros. Por lo menos lo eran cuando se deslizaban por su piel. Mali estaba segura de que no volvería a sentir algo así. A Zarbon le pasaba igual. Su encuentro era demasiado especial y por ello ni se les ocurrió ensuciarlo con otro encuentro íntimo. Una vez era suficiente. Era demasiado. Pero los besos era algo que si podía derrochar. El que se dieron ahí se extendió por varios minutos y estuvo desprovisto de toda malicia. Era algo inocente como lo fue toda su historia.

Ese día les bastó mirarse, tocarse con ternura y charlar de cosas mundanas. Como si esa nave no hubiera estado esperando por él unos kilómetros más allá, entre los árboles. Los sentimientos que tenían el uno por el otro eran como los brotes de pasto entre el lodo. Algo que todavía era muy tierno. Jamás sabrían que hubiera pasado de seguir juntos. Tal vez como pensaba Zarbon no hubiera podido ser y ese amor se hubiera resecado en el tiempo hasta hacerse polvo. O bien hubiera crecido grande y fuerte hasta provocar cambios en ambos. No había futuro, solo posibilidad que morían entre juegos, charlas y demostraciones de afecto cálidas, como lo fue dormir juntos las últimas horas de la madrugada. Aquel tiempo callado, al amparo de la oscuridad y el fuego que ardía en esa chimenea, concedieron a Zarbon las últimas páginas de ese maravilloso cuento de hadas cuya princesa dormía entre sus brazos.

La mañana llegó menos helada, pero con un viento cruel que los abrazo de regreso a la nave que según las instrucciones de Zarbon debía estar lista para partir a su llegada. Mali se puso ese suéter que le quedaba como vestido para abrigarse. El verde le quedaba bien, pensaba Zarbon mientras la veía peinarse el cabello con los dedos. Las medias negras lo hicieron recordar que ella le dijo creía era un bailarín por llevar calentadores. Él no se quitó la armadura de Bardock porque no había ninguna de su talla en esa nave y porque pasó prácticamente toda la noche despierto contemplando a la muchacha. Cuando Mali abrió los ojos él acaba de dormirse y ella, sin saberlo, lo despertó un rato después al abrazar su cabeza contra su pecho. Pese a lo breve de su descanso, Zarbon tuvo un bonito despertar. El olor y calor de Mali fue lo primero que percibió al abrir los ojos.

Era para mí Where stories live. Discover now