CAPÍTULO 11

6 2 0
                                    


Carraspea detrás de mí, una leve sonrisa adorna sus labios.
—Estoy bien, no me duele en absoluto. —Se limpia las manos—. ¿Tú estás bien?
Tan orgulloso...
—Estoy bien, gracias por defenderme. —Doy palmadas sobre su hombro y trato de ignorar lo bien que se ven sus fornidos brazos—. ¿Ahora qué haremos?
Miro hacia el auto, el cual ha dejado de emanar humo. Todavía siento el rubor en mis mejillas, estoy un poco avergonzada por lo de hace un momento atrás. Trato de no hacer mucho caso, quizá me estoy confundiendo, ya que él es muy apuesto y también me coquetea. No es mi culpa, sino de mi pobre corazoncito.
—No soporto que maltraten a una mujer... No lo sé, creí que lo del adivino sería una buena idea pero... —Niega con la cabeza, como buscando las palabras.
—Una charlatana nos ha timado y aparte de todo, golpeado. Es que no soporto ver cómo te han dejado la cara. ¡Son unos idiotas! —Le doy una patada a la puerta y grito.
Escucho su risa a mis espaldas.
—Estás loca... —Niega y sonríe con esos labios carnosos, dejándome hechizada con aquella sonrisa matadora y cabello del color de las castañas que sacude con sus largos dedos.
—Solo defiendo mis ideales... Oye, creo que debemos probar el auto a ver si ya se ha arreglado. —Camino hacia el y me subo al asiento del piloto.
—¿Qué haces? —Se asoma a la ventanilla.
—Yo probaré el auto y si tenemos problemas, tu empujas. —Le sonrío espléndida y él niega sonriendo levemente.
Al menos nunca se niega a lo que le digo.
—Muy bien, iré atrás... —Escucho su voz alejarse.
Giro las llaves y trata de encender, pero se detiene varias veces, así que comienza a empujarlo. Me bajo del auto y corro hacia atrás, para empujar también.
—Solo debemos poner un poco más de fuerza. —Parece que con mi ayuda se mueve algo más rápido.
—¿Qué haces? No deberías... Regresa al auto, Camila... —Me mira casi atónito con sus dos ojos miel.
No entiendo.
—¿Por qué? Solo trato de ayudar. Ah, tuve un auto que tenía averías así, y empujaba lo más fuerte posible, cuando ya lograba una buena velocidad corría hacia el volante y regresaba a la normalidad —suelto una carcajada—, eran mis tiempos de estudiante nueva...
Escucho un suspiro de su parte y desvío la mirada hacia él.
—Eres como un libro abierto, ¿sabías? —Su mirada viaja por mi rostro con parsimonia, parece disfrutar verme.
Arrugo el entrecejo y desvío la vista.
—No, es primera vez que me lo dice alguien. —Niego y me empecino en empujar con más fuerza.
—Es que... —El rugido del motor del auto atrae mi atención e interrumpe lo que él dice.
Corro y me lanzo sobre el asiento para pisar el acelerador y dar un grito de victoria.
—¿Lo ves? Así funcionan estos cacharros. —Sonrío cuando él se sube al auto y cierra la puerta.
—Jamás había tratado con "cacharros" como este. —Ahí Vamos de nuevo con su amargura.
—Eres tan agridulce como la Yaca. —Me pongo el cinturón y aumento la velocidad.
—¿Yaca? ¿Qué es eso? —Frunce el ceño en mi dirección.
Me detengo en un semáforo que acaba de cambiar a rojo.
—Por fuera te ves rústico y con algún tipo de... pequeñas espinas que te hacen ver salvaje... La Yaca es la fruta colgante más pesada del mundo, pero en tu caso, tu actitud quisquillosa es lo que más te pesa... —suelto una carcajada—. Ah, lo más interesante es que en su interior la fruta tiene el sabor de la piña y la naranja, un dulzor amargo... Así eres tú...
Lo miro de reojo y lo veo asentir con una expresión neutral.
—Pareces conocerme demasiado bien. Aunque, es el cumplido más hermoso que me han dicho en años. —Pone los ojos en blanco y desvía la mirada hacia la carretera.
Lo miro de reojo y lo veo asentir con una expresión neutral.
Estallo en risas, burlándome del pobre hombre. Pero es que no puedo evitar molestarlo cuando reacciona así, es divertido.
—Eres tan delicado. —Me río más alto.
—No es gracioso —espeta con amargura.
Continuamos conduciendo hacia quién sabe dónde, mientras él medita alguna solución para regresar al libro...
Las horas pasan y el atardecer se acerca junto con algo de frío.
—Yo creo que debemos esperar a que acaben los días, porque no creo que haya alguna forma para que todo vuelva a la normalidad. —Me quedo pensativa mirando el sol en un tono anaranjado descender sobre el mar.
—¿Te rindes tan fácil? —Niega con la cabeza mientras me observa con desaprobación.
—No tengo nada de qué rendirme, eres tú el que busca regresar con desesperación y divorciarse de Amanda. —Me cruzo de brazos.
—Claro... Debí imaginarme que estás comodísima con la copia de mi mansión y la editorial de Amanda. —Se ríe sarcástico.
Yo por mi parte solo sonrío a mis anchas.
—Pues es una delicia vivir así, no voy a mentirte. —Me encojo de hombros—. Además, tu casa la creé yo, tus negocios te los di yo, a tu esposa te la di yo y a ti también te creé yo...
Lo observo con malicia.
—Tú y tu síndrome de la "Todopoderosa" —espeta con enojo.
—Soy tu dueña, prácticamente. —Le doy suaves toques en el hombro.
—¿Ah sí? No me hables así, Camila, porque nadie hasta ahora se ha atrevido a hacerlo. —Toma mi muñeca y me sostiene con un poco de fuerza.
Levanto la barbilla y enarco una ceja, estudiando sus prepotentes palabras.
—Eres un insolente... Mejor cuida tú cómo me hablas, porque si me place te hago casarte de nuevo por la iglesia junto a Amanda y en vez de tener una hija, podría hacer que esa niña tenga dos hermanas más, y de la misma edad, ¿qué te parece eso?
Me toma con fuerza de la otra muñeca y me lleva a su pecho. Consternada observo cómo desliza su mano hacia mi nuca, atrae mi rostro hacia el suyo y sonríe levemente antes de posar sus labios sobre los míos. Con el corazón latiendo a toda prisa trato de soltarme de su agarre, pero con su brazo me rodea la cintura con fuerza, pegándome más a él y haciendo presión sobre mi cabeza para profundizar la unión de mi boca con la suya, la cual me empeño en mantener bien cerrada. En un momento me pisa un pie y hace que abra los labios para reprocharle, entonces allí es donde aprovecha y se apodera de mi boca de una forma bastante posesiva, incluso introduce su cálida lengua. Se aleja solo un poco, pero antes de regresar a mis labios y acabar con mis defensas, me susurra algo al oído:
—Hablas demasiado...
Retiene mis manos sobre mi cabeza, mientras mantiene su boca junto a la mía. Ha dejado de buscar mi mirada, solo cierra los ojos y mueve sus labios buscando saborear aún más los míos. De pronto reacciono, me suelto de su agarre y lo empujo, pero su pecho es tan fuerte como un roble, ni siquiera se mueve un poco. Una vez más me lleva hacia su pecho y yo termino cediendo a sus encantos, ya no lucho, solo correspondo con un poco de torpeza y nerviosismo cuando mi mente se queda en blanco durante algunos segundos, antes de reaccionar y darle un pisotón.

Siete días con Mark MichaelsWhere stories live. Discover now