CAPÍTULO 20

2 1 0
                                    



Me quedo como muda, el nudo en mi garganta crece con cada segundo que ella besa a Mark en la mejilla y hace que él acaricie su pequeño vientre, el cual de verdad luce un poco abultado. Las lágrimas se agolpan en mis ojos, mas no me permito llorar. El viento helado golpea mi rostro con violencia y miro al cielo, parece que se acerca una tormenta. Observo una última vez a los dos, ella está feliz a más no poder, y él muestra emoción, pero en su expresión gana la preocupación según puedo ver ahora que se ha movido un poco para acariciar el vientre de Amanda.
—No, jamás lo permitiría... —Mark responde completamente decidido—. Aunque voy a pedirte y agradecerte que no vuel...
Me trago todo el dolor antes de dar la media vuelta y salir de ahí en silencio, desatando el nudo que me apretujaba la garganta hace momentos atrás. Corro hacia mi habitación y tomo rápidamente la maleta, allí empaco en desorden toda la ropa y objetos que puedo, dejando caer lágrimas sobre mis temblorosas manos. Antes de salir, mi vista recae sobre el libro que reposa en el escritorio, me acerco a él y lo tomo entre mis manos con rabia.
Solo jugó conmigo, me engañó. Todo lo que decía sentir, ¿entonces dónde se quedó?, ¿en palabras que se llevó el viento?
"Mira todo lo que has traído a mi vida...", susurro con la voz temblorosa.
Permito que la ira se apodere de mí, por lo que termino lanzando mi libro contra el teclado del ordenador y también borrándolo de la página de lectura donde tiene más de ochocientos millones de visitas, también lo elimino de mi correo y de la nube.
¡Qué sean felices entonces! Irremediablemente hasta aquí ha llegado toda esta locura...
Tomo la maleta y bajo a tropezones las escaleras, escucho voces a lo lejos, mas no me interesa prestar mis oídos a nadie. Nadie más. Un pedazo de cable tirado cerca del camino de piedritas llama mi atención, pero es interrumpido por Mark, quien me distrae con sus gritos.
—¡Camila! Camila, ¿a dónde vas? ¡Camila vuelve aquí! —Me grita desde la ventana que usé como mi habitación y de repente su imagen desaparece de ahí, por lo que supongo que viene a detenerme.
Llego rápidamente a mi desatinado Mazda y dejo el equipaje a mi lado, arranco a toda prisa ignorando su voz gritando que me quede. ¿Pero qué haré yo en medio de ellos dos, lastimarme mucho más?
Las horas pasan, conduzco hacia el estado de Tennessee, donde mis padres se han mudado hace un par de meses. Por ahora lo único que quiero es un abrazo de mi padre, de mi madre una de sus deliciosas tazas de chocolate caliente y leer una novela junto a mi alocada hermana menor...
Ya ha anochecido, y eso que aún me queda bastante tiempo para llegar a Nashville, la capital del famoso estado de la música country. Nada más encender la radio, y de inmediato suenan esas canciones que te hacen querer saltar y bailar, o bueno, en mi caso así sucede. Noto que el clima está algo frío, el cielo oscuro y algún poco de rocío empieza a caer en las ventanas de mi auto. Debo darme prisa o no podré llegar. Conduzco más rápido, pero sin exceder la velocidad. Sin embargo, entre más avanzo, la tormenta se hace cada vez más fuerte y la vista más oscura, impidiendo que vea bien, por lo que de un momento a otro y sin esperarlo, acabo perdiendo el mando del vehículo. Piso el freno y no baja la velocidad, mis frenos no responden. Después de intentarlo mas veces, llego a la irremediable conclusión de que han cortado los frenos. El pedazo de cable, los frenos no responden... Todo apunta a eso. Respiro profundo preparada para lo peor. Debo pensar con cabeza fría qué es lo que debí hacer. No quiero morir. Escucho el rechinar de las llantas, el indómito sonido del viento y mis propios gritos de desesperación cuando llega una temida curva que lleva hacia el puente. Trato de frenar, pero el auto termina por dar una serie de vueltas que me marean y al final salgo disparada por los aires. Siento cómo mi cuerpo flota junto al ensordecedor sonido de un choque contra algo que no logro ver cuando todo se desvanece...
Mi cuerpo está tendido sobre agua fría y poco o a poco mis ojos ven imágenes borrosas de lo que parece ser el cielo lleno de nubes grises, siento las gotas de agua caer con violencia sobre mi piel. Sin embargo, no escucho más que un molesto pitido en mis oídos, que con el paso de los segundos se convierte en truenos, el sonido de una sirena de ambulancia a toda marcha y voces de personas. Pero lo que más llama mi atención es la cálida mano que sostiene la mía, junto a las caricias sobre mi mejilla. No podría tratarse de alguien más que no sea él, así que abro los ojos despacio y allí lo encuentro, su rostro está cerca del mío, tiene la ropa manchada de barro, también está todo mojado de pies a cabeza.
Me levanto con su ayuda y recupero rápidamente mi estado normal. No tengo ningún golpe, puesto que salí disparada del auto y caí a un pequeño lago, del cual me sacaron unas buenas personas y me pusieron en la orilla. De ahí perdí el conocimiento quizá debido al susto. Supongo que luego de eso llamaron a una ambulancia.
Solo miro a los ojos a Mark Michaels, el pelicastaño que ahora seca las lágrimas que resbalan por mis mejillas, el ser ficticio que ha puesto mi vida patas arriba con solo una sonrisa que ahora se ha convertido en amarga.
—No llores, bonita. Te pondrás bien, yo estaré contigo... —susurra sobre mi frente y deposita un beso en ella.
Asiento no muy convencida, seguro Amanda no se ha quedado muy contenta y sé que no va a dejarnos tranquilos, menos ahora que hay un bebé inocente de por medio.
Luego de haber sido evaluada por los paramédicos, llegan a concluir que se trató solo de un susto y que me encuentro en perfecto estado. Pronto iniciará el atardecer, así que Mark y yo nos vamos a un hotel para descansar después de todo este viaje desastroso y a las carreras...
De nuevo despierto, no sé en qué momento me quedé dormida. Me siento sobre la bonita y amplia cama con sábanas de seda blanca, admirando su estilo campestre y conservador. Los rayos de sol anaranjados se cuelan a través de las pequeñas ventanas, aquello me hace entristecer y evocar con detalles el accidente que tuve en medio de la tormenta cerca de Nashville. Creo que estoy viva de milagro, porque en realidad sentí la muerte pisarme los talones.
—Gracias abuela, me cuidas desde el cielo... —susurro mientras cierro los ojos y suspiro profundo.
—Claro que lo hace. —Mark me dice aquello, pero no levanto la cabeza, solo permanezco en silencio—. ¿Cómo te sientes?
Oigo el ruido que hace un paquete plástico y algo más que no logro reconocer.
—Bien, parece que el choque no fue tan fuerte, ¿o sí? —Levanto la mirada.
Está sentado frente a mí, en un pequeño diván de color crema, sostiene entre sus manos una charola con algo que parece gelatina y unas galletas.
—Lo fue, pero menos mal que saliste ilesa. No sé qué habría hecho si tú... —suspira. —Tus padres no saben nada de esto, ¿quieres que se los comunique? —Se levanta del asiento con los objetos y viene hacia mí.
Niego.
—¿Me estabas siguiendo? Increíble... No quisiera preocuparlos, mejor no les digas nada. —Desvío la mirada hacia mis nerviosas manos.
—Esta es tu merienda, come y recupera la calma. —Se cruza de brazos al dejar la charola sobre mis piernas.
Trago sintiendo la garganta seca, en realidad solo me provoca beber agua y no ver de nuevo su rostro, aunque me duele en el alma pensar que esto ocurra, sería lo mejor para mí y para todos.
Lo miro con un poco de enojo e impotencia.
—Gracias por todo pero, ¿puedes irte?
Saco fuerzas de donde no me quedan para despreciarlo, para que se aleje de mí.

Siete días con Mark MichaelsOnde histórias criam vida. Descubra agora