CAPÍTULO 12

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Se echa hacia atrás tomando su pie entre sus manos y me lanza una mirada furiosa que luego se convierte en una divertida.
—Oye, qué salvaje eres. Me duele mucho, ¿crees que soy de metal o qué? Solo te robé un beso, no es para que intentes matarme.
—Ese fue mi primer beso... —Me acaricio los labios con los dedos y suspiro, sintiendo todavía la agradable presión y humedad—. ¿Ahora eres un roba besos? ¡Te odio! ¡Me robaste mi beso, ahora no podré vivirlo como yo quería!
De pronto tengo una torpe rabieta, por lo que reprimo las lágrimas debido a la rabia que siento, camino hacia la playa para alejarme de él y dejarlo solo con su pesada actitud. Hace todo esto para molestarme. Respiro pesadamente mientras observo a las gaviotas volar de aquí para allá y las olas que viene y van, produciendo un sonido calmante.
—Llámame ladrón entonces. —Se detiene a mi lado, pero no lo veo.
Estoy molesta todavía.
—¡Cierto! El apodo te queda de maravilla, ¿sabes? —Levanto los brazos y los dejo caer sobre mis caderas.
—Ayer te robé un beso, este no puede ser el primero, ¿no? —Lo escucho reírse.
Resoplo molesta, muy molesta.
—Lo de ayer fue solo un besito, este fue un beso de verdad. Pero no digo que beses mal..., lo que ocurre es que... yo quería que fuera romántico... —Me giro hacia él.
Observo esos dos ojos de color miel verme de una forma tierna, y es extraño, porque Mark Michaels no es tierno, al menos yo no lo creé tierno.
—Discúlpame bonita, no sabía que nunca habías besado. —Acaricia mi mejilla suavemente y niega—. Pero algo sí te digo, y es que no me arrepiento de haberlo hecho. Es más, puedo decirte que lo estuve deseando.
Juro que me he quedado sin aliento.
Ahora reparo en los lindos lunares que tiene en el cuello y rostro, en su cabello de color castaño sedoso, en la forma en que sus carnosos labios se curvan en una sonrisa que simplemente me hace querer ser el motivo de ella. Ahora reparo en que estoy perdiendo esta batalla, he de admitir que estoy perdiendo la cabeza al pensar si puede ser posible que el hombre más hermoso y fastidioso que tengo frente a mí, se convierta en lo que más quisiera atesorar a mi lado.
—¿Por qué no te arrepientes? —Mantengo la mirada clavada en mis zapatos, los cuales por cierto me doy cuenta hasta ahora que son mis pantuflas de conejito.
Jesús... ¿Por qué soy así, eh?
—Porque sí. —Enarca una de sus cejas y desvía la mirada.
—Buena respuesta... —Frunzo el ceño ante su respuesta que me ha decepcionado un poco—. ¿Y bien? Por ahora no creo que haya nada que hacer, quiero volver a mi mansión.
Sonrío levemente.
—Querrás decir, mi mansión, que es muy diferente. —Se adelanta en llegar al auto.
—Tú mansión, claro... —Camino despacio mientras me alejo de la orilla de la playa, pero no cuento con que una ola me golpee de lleno contra las pantorrillas y me haga perder el equilibrio.
¡Genial!
—¿Estás bien?
Cuando levanto el rostro, puedo ver su mirada preocupada y su mano extendida hacia mí. Hago una mueca e ignoro su ayuda para luego levantarme y volver a ser bañada por una ola, dejándome completamente mojada y avergonzada frente a él.
—¿Ves lo que te ocurre por terca? Camila, Camila... —susurra antes de cargarme entre sus brazos como si yo no pesara absolutamente nada.
Me abrazo a su cuello cuando siento el vacío en mi estómago al mirar hacia abajo, ya que le tengo miedo a las alturas y él es muy alto. Deja mi cuerpo sobre el asiento del copiloto, pero antes de cerrar la puerta del auto, se quita su chaqueta y me la pone sobre los hombros.
Este no es el Mark que yo creé, él es tan diferente.
—Tú no eres así. —Le digo aquello cuando se sienta a mi lado y enciende el motor.
Desvía la mirada hacia mí y sonríe con algo de pena.
—No bonita, lo que ocurre es que tú me hacías hacer cosas en contra de mi voluntad. Odio realmente a ese Mark Michaels, porque déjame decirte que ese, ese si es un patán, cómo tanto les gusta a ustedes las mujeres. Me hacías actuar como un patán muchas veces. —Arranca de inmediato y salimos hacia una delgada carretera de arena.
Eso ha sido tan certero como una patada en el hígado.
—¿Entonces... antes que yo te convirtiera en protagonista de mi novela, tú... ya existías? —El temblor en mi cuerpo comienza, debido a que la corriente fría de la noche inunda el ambiente.
Me abrazo a la chaqueta, la cual tiene un exquisito olor amaderado.
—Eso no podría saberlo... Solo sé que me sentía manejado como un títere, por algo ajeno a mí que me empujaba a hacer cosas que en un momento dado, yo ya no sentía como mías. Eras tú. —Asiente, como corroborado sus palabras.
—Entiendo. Debe ser incómodo...
Me quedo pensativa. ¿Qué clase de novela entonces he escrito?
—¿Qué te parece Pasiones?
No puedo evitar pedirle una opinión.
—Estupenda la trama, muy bien estructurada... El único problema que sus protagonistas son un tanto nefastos: verás, yo soy el típico patán millonario, engreído, seductor y misterioso; Y Amanda es insoportable, caprichosa, millonaria, mimada, se cree que todo el mundo gira a su alrededor... Nuestra relación nace con una pasión sexual salvaje y desmesurada, pero en realidad no llegué a amarla jamás. Lo siento, pero es la verdad. —Se encoge de hombros.
Yo me quedo con la boca abierta. Amo su rotunda sinceridad, pero a veces me exaspera que sea tan sincero.
—¿Leíste la novela? —Me río casi a punto de tener un colapso debido a la vergüenza que me da su tremenda crítica.
—La leí dos veces apenas vine a este mundo y te juro que me encantó. Pero ese detalle... —Niega y da la vuelta al volante.
Esto es increíble.
—Cuando fuiste con tu compañero a ver lo de mi contrato con la editorial W.R., ¿tú sí sabías quién era yo, cierto? —Clavo la mirada en su rostro, el cual ahora tiene una expresión neutral.
—Sí, lo sabía. Solo dejaba fluir el destino, a ver qué locura era la que estaba sucediendo. Al verte me quedé impactado, porque tengo fresca en mi memoria la vez que te conocí como la oficial de policía que me puso una multa por dejar mal estacionada la camioneta. Te veías bellísima con el uniforme... Hablando de eso, ¿por qué entraste al libro? —Me mira y se encoge de hombros.
Su pregunta me toma por sorpresa.
—Recuerdo que ese día estaba agotada y no quería crear el físico de ese personaje, así que solo me inspiré en mí misma. —Me encojo de hombros también.
—Entiendo. —Asiente despacio.
De nuevo me siento extraña, como atrapada en una burbuja. Miro por la ventana, pero noto que este camino jamás lo había visto.
—¿Sabes dónde estamos? —Me giro hacia él, temiendo que nos hayamos equivocado.
—Este es el camino de vuelta, ¿no? —Me mira como si estuviera seguro y a la vez no.
—No, este no es el camino. —Niego.
—Sí lo es. —Parece dudoso ahora.
—Que no... —Observo el estrecho camino que a cada lado tiene arbustos y árboles.
El sonido del bip del auto atrae mi atención, la pantalla avisa que estamos a punto de quedarnos sin combustible.
Ay no... ¡Esto es tan cliché!

Siete días con Mark MichaelsWhere stories live. Discover now