ɪɴᴛʀᴏᴅᴜᴄᴄɪᴏ́ɴ

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La primavera había llegado y el día se prestaba soleado para los primeros transeúntes de la mañana. Continuaban los rastros del invierno y todavía se veían los abrigos puestos en los parisinos que iban y venían por la Avenida Champs-Élysées, viendo entre ellos, a una joven sumida en sus pensamientos. Miraba a todos lados con cuidado de no chocar con nada ni con nadie, sintiendo que el sol le daba en la nariz mientras oía el choque de sus mocasines en el suelo. Amaba la primavera, sobretodo porque podía salir sin la compañía estricta de su madre, y así disfrutar del día hasta el ocaso. Probablemente, se hubiera quedado a recorrer las tiendas y a comprar cosas, pero no. Lo único que Miriam hizo fue caminar con sus pensamientos siendo su único lugar turístico para pasear. La iglesia a la que se dirigían sus pasos estaba cerca, así que continuó pensando en lo hermoso que sería hacer feliz a alguien que lo necesitara. Y es que Miriam anhelaba encontrar la forma de ayudar a otros porque así lo creía correcto ante su Dios y sus convicciones. ¿Sería capaz de lograr hacer algo por el prójimo? No estaba segura, pero sí que estaba ansiosa por descubrirlo.

Miriam detuvo sus pasos cuando notó que uno de sus broches se había caído y miró al suelo tratando de encontrarlo. No podía perderlo porque había sido un regalo de su hermano. Dio pasitos y se sujetaba los mechones de cabello sueltos con una de sus manos mientras buscaba desesperadamente el broche. Y cuando lo encontró, la bota de alguien lo pisó por accidente, haciendo que esa persona casi cayera también.

—¡Cuidado! —exclamó Miriam al tratar de ayudar al chico con el que se había topado.

Él se tambaleó, pero pudo mantener el equilibrio, aliviado de no haber soltado los volantes que estaba repartiendo.

—Perdóneme, señorita, no la vi —dijo él frente a ella—. ¿Qué hacía en el suelo?

—Mi broche...

Miriam lo veía en el suelo, desecho. Esperaba que su hermano no se enojara o se pusiera triste con ella por haber dejado que su regalo terminara así. El chico alto frente a ella también miró en su dirección, dándose cuenta de que aquel pequeño objeto había hincado su pie. Se sintió apenado y trató de enmendar su error entre titubeos y ademanes que le dieron un poco de gracia a Miriam.

—¡Perdón por eso! ¿Quiere que le compre otro? ¡Si quiere puedo comprar otro y...!

La joven soltó una risa mientras negaba levemente. ¿Por qué él le hablaba como si ella fuera una señora?

—No pasa nada, fue un accidente —dijo ella y se agachó a buscar el broche para guardarlo en su bolsillo. Estaba triste, sí, pero no podía enojarse por eso. En su lugar, frotó una de sus mejillas y apartó el cabello molesto por detrás de su oreja para dejar el asunto olvidado.

El chico continuó viéndola con angustia, pero también sonrió de lado y vio la oportunidad de presentarse.

—Soy Leo Cheng. Y de nuevo, perdón por haber pisado tu broche.

Miriam sonrió. Era la primera vez que estaba sola frente a un chico que no era conocido de su familia y se sorprendió un poco por ver que Leo no la intimidaba en absoluto. Incluso, podía verlo a los ojos sin ningún tipo de vergüenza que la obligara a bajar la mirada. Simplemente, se sentía cómoda.

—Yo soy Miriam Boyer. Y estás perdonado.

Y así, un veintitrés de marzo, ambos se encontraban por primera vez.

ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora