21: ᴀᴅɪᴏ́s, ʜᴏsᴘɪᴛᴀʟ...

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Puede ser extraño saber que tienes algo en tu interior que debe resolverse. Las cuentas que damos en esta vida, muchas, la mayoría, son exigentes. Y pocas veces queremos reconocerlas, aún si tenemos con qué dar cuenta. Bueno, es parecido al perdón: demanda mucho, pero es por un bien mayor. Y si algo compartían nuestros jóvenes, era eso: un perdón que ofrecer y recibir.

Caía la mañana, con esas aves que cantan y dejan perplejos a todos los que se atreven a escucharlas, en medio de la nostalgia y los viejos tiempos, que no sabremos si realmente fueron buenos o pasajeros que no supimos disfrutar. Dadas las próximas circunstancias, Leo volvió a intentar escribir algo como una forma de desahogo ante lo que enfrentaría en su retorno. Xiao estaba volviendo a verlo, con buenas noticias, y sanadoras de alguna manera; se saludaron con el puño y se acomodaron para poder turnarse las preguntas. Leo continuaba escribiendo, pero sus oídos estaban atentos a su hermano, quien se removía inquieto en el sofá, como queriendo soltar un grito después de esbozar esa sonrisa a dientes mostrados. Se colocó entonces, el lápiz sobre la oreja y le preguntó:

—¿Qué? ¿Tienes algo para decirme?

Xiao exhaló, emocionado. Entrelazó sus propias manos, codos sobre sus rodillas colgaron, dispuesto a hablar.

—¡Ya no le debemos nada a este hospital! ¡Estás dado de alta, hermano!

—¿Cómo es que...? —«Im-po-si-ble». Eso fue lo primero que atisbó Leo a pensar. Volvió a tomar el lápiz, porque sino, sus manos no dejarían de temblar.

—Laaarga historia... Pero, la familia que nos ayudó no escatimó en gastos, porque tienen una hija bastante traviesa y rompieron el vidrio de una... —Xiao hablaba demasiado rápido, agitándose y tomando aire antes de terminar sus frases—. Y luego, me acompañaron a la recepción y cuando pagaron el vidrio, me ofrecieron ayudarme con cualquier otra cosa y acepté que pudieran pagar la cuenta y... ¡Dios! ¡Gracias!

Leo hubiera lanzado un "Cállate" certero, sin embargo, prefirió dejar todo como estaba porque, al fin y al cabo, todo parecía estar bien y en donde debería estar. Un mareo de palabras y pensamientos se colaron, sí, pero de algo podía estar seguro: Tendría que irse, al fin, del hospital. De ese cuarto que lo había sabido contener, con todo y defectos. Y donde descubrió un nuevo invierno, para que luego, aprendiera a sobrellevarlo hasta sentir los primeros rayos de primavera como un acto de misericordia y perdón para su pesado corazón de piedra. Si eso era un motivo para agradecerle a Dios, pues sí, Leo estaba más que agradecido con Él.

—¿Qué escribes?

Esa pregunta sí que lo había tomado desprevenido. Ni él sabía lo que estaba escribiendo, sólo palabras sueltas, con algún sentido en común. Volvió a pasar las páginas para garabatear algo.

—Nada —respondió. Rogaba que el otro no tuviera curiosidad que lo obligara a querer saberlo.

—Si quieres, podemos irnos a casa por la tarde —le dijo Xiao antes de levantarse y simular estar aburrido.

—Adelante, ya no tengo nada que hacer aquí.

—¡Ni yo tampoco! Me remuneraron bien por mis trabajos aquí, así que, tenemos con qué pagar lo que necesitamos, nada más —dijo el otro, haciendo énfasis en no despilfarrar el dinero. Leo lo miró, serio, pidiéndole ayuda para poder ponerse de pie y esperar a que fueran las cinco de la tarde.

—Ah, Xiao, sobre el bastón que debo usar...

—El doctor Richard lo tiene en su despacho. ¿Quieres que vaya a buscarlo ahora?

—No, después. Sólo quería decirte que...

—¿Temes que se burlen de ti? —Leo asintió. No quería que lo tildaran como "ese chico que usa bastón, tan joven y lleno de vida". Su temor estaba justificado: lo necesitaba, al menos, para afirmarse hasta que estuviera mejor. Xiao lo abrazó por los hombros, dándole ánimo—. Tranquilo. Estarás bien, y si te dicen algo o te miran mal, dales un bastonazo.

—¡Oye! ¿Volvió el antiguo Xiao? —entornó una ceja el mayor, pretendiendo molestar al otro.

—¡Ese tipo, jamás! Sólo bromeaba, pero veo que contigo debo elegir mejor mis bromas.

Xiao volteó los ojos. Pero, sí, tenían un largo camino que recorrer ahora. Y no pensaban retroceder, porque por fin estaban seguros de que ya no se conformarían a nada.


...


El taxi los esperó mientras se despedían del personal y del doctor Richard en la recepción, encendiendo esas luces cálidas y melancólicas en sus miradas; los extrañarían, luego de tanto que habían luchado aquellos dos chicos por prevalecer ante sus adversidades, y vaya que eran dignos de admirar. Se habían nublado un poco por tantas muestras de afecto, apenados y con muchos recuerdos que también se irían con ellos. Las puertas del hospital se abrieron de par en par, abrazados fueron por la fresca ventisca, notando que el cielo se había nublado y cercano estaba a derramar lluvia. Leo apoyó el bastón en el suelo, recibiendo un último abrazo del doctor Richard y la ayuda de Xiao para poder bajar las escalinatas y subir al taxi.

Lo sentía; había anhelado volver a salir al exterior con su alma intrépida, latente e intacta.

El viaje comenzó, con Leo garabateando en el cristal de la ventanilla a su izquierda, Xiao en la otra, luchando por no quedarse dormido. El arrebol se dejó ver por los cielos que volvían a despejarse, al final, retractando su lluvia. De golpe, todo pareció ser una especie de sueño lúcido y ya vivido, donde Leo volvía a percibir el rugido de su motocicleta y la velocidad trayéndole una loca adrenalina que lo mantenía cuerdo con todo y problemas atrás. ¡Qué hermosos recuerdos tendría de París! Imaginaba repetirlos en algún momento incierto de su futuro, si no era en Francia, al menos, en su país natal, el cual, había pasado a ser una curiosidad ferviente por querer volver. Su familia estaba ahí, ¿habrían cambiado mucho físicamente? ¿Qué harían en su presente? Pronto, lo sabría.

Lo último en sus pensamientos era alguien en especial. Tenía pendiente entregarle el dibujo que había hecho de ella, de lo contrario, si se lo quedaba él, no podría quedarse tranquilo para marcharse sin sentir que estaba llevándose algo que no estaba destinado a permanecer consigo. Temió que Xiao lo frenara en la idea que se le ocurrió, pero, al ver que éste se había quedado dormido, decidió lanzarse al mar, pidiéndole un cambio de destino al taxista.

—Vaya primero a esa dirección, señor. Es urgente.


...


La residencia de los Boyer no había cambiado en nada; estaba tal cual Leo la recordaba cuando llevaba a su chica de regreso, cosa que extrañaría, después de haber ido a esas salidas en la cafetería donde la vio comer macarons de frambuesa. Ese sabor que había conocido gracias a ella, en cuanto le regaló esos caramelos duros y muy dulces, sacándolo de su zona de confort al ser un adicto al café. ¡Y el café! Ese, tampoco podría quitarlo de su rutina ni bien pudiera beberlo de nuevo. 

—Espere un par de minutos, por favor —le volvió a pedir al taxista, señalando al dormido de atrás—. Trate de no despertarlo, no tardaré mucho.

El hombre asintió y se entretuvo con una revista de crucigramas en lo que Leo volvía a apoyarse en su bastón, improvisando sus próximos actos, ya que no sabía qué le diría a Miriam, sólo esperaba encontrarla en casa esa tarde. Guardaba el dibujo de ella, doblado en su bolsillo. Procuró no presionarse a sí mismo y se tomó su tiempo para apretar el botón con el apellido de la joven, esperando que contestara.

Su voz, su voz era todo lo que necesitaba oír para no arrepentirse de nada.

—¿Diga...?

Leo aclaró su garganta, tragando sus nervios.

—Miriam, baja, por favor. Necesito darte algo...


ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Where stories live. Discover now