24: ɴᴜᴇsᴛʀᴀ ʀᴇᴀʟɪᴅᴀᴅ

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Había un florero de vidrio sobre la cómoda, guardando unos fragantes tulipanes rosados que no había notado hasta entonces; una caricia en su nariz, una sonrisa para su memoria. Leo estaba impaciente por saber las novedades que le traería la vida, a sabiendas, real. Se sentó al borde de la cama, viendo que podía moverse con mucha más agilidad, no pudiendo acostumbrarse aún a una mejor vista, sin embargo, el alivio que sentía por estar vivo y con una oportunidad latente le sobrevenía como ráfagas de viento dulce. «Dulce...». Se puso de pie, y paseó por los límites de esas cuatro paredes, dándole la espalda a la puerta que, con unos toques previos y cuidadosos, se abrió un poco. La doncella, a quien implícitamente Leo había extrañado en sueños, apareció y se llevó un espanto que no fue tan exagerado como el de la enfermera. Miriam esperó a que el chico volteara y le confirmara sin palabras que sí: estaba despierto y en sus cinco sentidos, frente a ella.

Lo reconoció. Y él, a ella ni bien volteó.

—Dios... mío...

Escucharla y verla de nuevo, cual océano que se oye y trae consigo paz en sus oleajes susurrantes, le dio a Leo la oportunidad que en su sueño no había podido aprovechar. Extendió un poco los brazos, sonriéndole con roja vergüenza, esperando sólo su abrazo. Y ella, que lo había esperado días enteros, no dudó ni un segundo en corresponderle, envolviéndolo con fuerza, extrañándolo a pesar de su presencia despierta. Leo ni siquiera le pidió que mermara su agarre, pues también quería corroborar que no continuaba soñando. Buena noticia: no era un sueño. La oyó sollozar e hipar, hasta sentir que su corazón latía con rapidez. Y se separaron un poco por iniciativa de él, para secarle las lágrimas, con cuidado de no dañar esos cristalitos en sus mejillas.

—¡Tienes mucho que contarme! —le dijo ella, riendo al final.

—Tú también a mí —completó él. Recordó los tulipanes y volteó a señalarlos con un cabeceo—. ¿Y eso de allá es obra tuya?

—Sí, pensé que le darían un poco de vida a tu habitación. Las cambio cuando veo que se comienzan a marchitar, y... Dios, no puedo dejar de llorar de alegría, espera... —Daba gracia ver cómo Miriam intentaba secar sus lágrimas, hiperventilando entre risas. Leo la admiraba, podía comprender aquello. Su sonrisa lo delataba.

Xiao volvió y la sed de su hermano tuvo que esperar, pues saludó a Miriam y abrazó también a Leo, a quien casi deja sin aire.

—¿Qué haces? ¡Bájame, qué vergüenza!

—¡A mí también me debías un abrazo! ¡Te extrañé, cabezón!

Miriam cubrió su boca para no echar una carcajada, y Leo notó que ella se veía más alegre que en su sueño. Fue entonces, que se preguntó si ella estaba atravesando por lo mismo que allí, o quizá, algo similar. No importaba, fuera como fuera la situación, él se prometió una cosa: estaría apoyando a su amiga de ahí en adelante.

«Gracias».

—¿Cuándo me darán de alta? ¿Debemos la cuenta? —atinó Leo a preguntar, con cierto desespero que confundió al ambiente.

—No te preocupes por eso. He estado trabajando con el padre de Miriam y estamos al día con los gastos —«¿El padre de Miriam? Ok, ahora, sí que estoy por volverme loco», reviró Leo en su pensar, teniendo que obligarse a vivir esa vida de una vez, y dejar atrás la que había vivido en su extraño coma. Ya le preguntaría a su amiga luego.

—Oye, Xiao, ¿puedo llevarme a Leo unos instantes?

La pregunta que Miriam había soltado cambió todo el tema anterior, y es que ella anhelaba conversar con Leo, recordando las veces que habían salido juntos. Esos recuerdos continuaban intactos en ella, perdurando más que las montañas.

ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora