16: ᴜɴᴀ ᴏᴘᴏʀᴛᴜɴɪᴅᴀᴅ ᴅᴇʟ ᴘᴀᴅʀᴇ

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Perdonar. Un verbo tan fácil y tan dulce de pronunciar, pero, tan difícil de encarnar...

Leo estaba yerto, apretando las sábanas en su regazo con los nudillos a punto de abrirle la carne. El eco de la noticia que Xiao le había traído, provocaba corrientes frías en su cabeza, queriéndole turbar todo su ser. "Me volvió a llamar mi padre", le había dicho en cuanto los enojos y las ofensas fueron cubiertas por el perdón que ambos se soltaron, dejando esa palabra pendiente entre lo que había ocurrido años atrás, y que todavía, continuaban acarreando como un yucle atado a sus espaldas. Leo ya sabía por dónde iba el rumbo de aquel volquete cuando su hermano comenzó a explayar más la noticia, y... cuando llegó al recado, fue que todo se congeló. "Tu padre quiere verte, Leo", terminó diciéndole, con la saliva anudada en su garganta y las expectativas hacia lo peor de las reacciones que el susodicho podría ocupar en ese mismo instante. Mas no fue así; sólo se paralizaron sus emociones, haciéndose una oleada homogénea y poco razonable. Ese océano que Leo había creído gris y oscuro, ahora se teñía de un azul profundo y penumbroso. Se estaba ahogando con sus propias cadenas, con su orgullo, con su ira... Con todo lo que una persona no podría siquiera cargar en un costal. Su carne, sus demonios y su corazón, le traían a memoria todo lo que sus padres le habían hecho y de ahí, las preguntas a su favor salían a flote: ¿Qué clase de padres abandonan a sus hijos o los echan de su casa? ¿Por qué no lo habían amado? ¿Qué tenía él de malo como para que sus padres fuesen así de duros? Y la detonante: ¿Lo habrían deseado tener?

«Hubiera preferido perder la memoria...», pensó nuestro muchacho, antes de elevar sus hombros con una respiración que intentaba apaciguar su torva. Y Xiao observaba el estampado del sofá, reclinando su mejilla en un hombro.

—No... —comenzó a hablar Leo—, no quiero verlo.

—Ay, hermano —Xiao suspiró—. Si te soy sincero, tampoco sé si esté listo para ver a mi familia.

Creían haberlo superado, pues, ¿no decían que el tiempo lo curaba todo?

Vivir huyendo, tal vez, no había sido la mejor opción que tuvieron en aquel entonces, pero, sí fue la única que les ofreció su inmadurez y su forzada resiliencia a la vida. No por nada la adolescencia se trataba de eso: adolecer. Sin embargo, desprenderse de ella para tener que crecer deprisa, era lo peor del mundo cuando no se tenía ni en mente semejante idea. Con Leo a su lado, Xiao veía la molestia en él como un reto más, y esperaba obtener el carácter necesario para acompañarlo a salir de su hoyo. Ni siquiera lo había visto soltar ni una lágrima. Podía comprenderlo, un poco al menos, ya que tenían historias parecidas y eso avivaba la empatía, pero, algo estaba claro... Ninguno podía salvarse por cuenta propia. Xiao sabía que era dependiente de Dios para ser salvado; Leo, se aferraba a su escondite, acorralado.

—Tampoco me importa saber si mis padres están bien, mal, o incluso... —Se detuvo. Algo lo hizo morderse la lengua, pues, iba a maldecirles. Xiao estaba abnegado a ver a la nada, lánguido y luchando por permanecer fuerte, agarrándose el tabique de su nariz.

—¿Y qué pasaría si decidimos volver? —Al oírlo decir aquello, Leo frunció el ceño—. Y sé honesto, de verdad, ¿no te importa?

Dicen que cuando la ignorancia habla, la inteligencia calla; pero aquí, fue todo lo contrario. Leo permanecía en su ignorancia, en vano queriendo borrar a su padre de sus recuerdos como si éste hubiera sido un garabato; Xiao, estaba cerca y lejos de llegar a una decisión sensata, planteándosela a su hermano sin que él lo hiciera tropezar con sus negaciones. Brazos cruzados, palabras que buscaban abrir los candados del rencor y tiempos que no eran iguales para cada uno, así era el panorama de aquella mañana que se convirtió en tarde.

—En estos momentos, es cuando extraño tanto beber algo fuerte... 

—No, hermano, no. Hace tiempo que tú y yo luchamos para mantenernos limpios.

ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Onde histórias criam vida. Descubra agora