4: ᴄᴏɴᴏᴄɪᴅᴏs, ǫᴜɪᴢᴀ́ ɴᴏ ᴘᴏʀ ᴄᴀsᴜᴀʟɪᴅᴀᴅ

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La noche estaba comprendiendo cada reflexión que su admirador suspiraba, apoyado en el barandal de la terraza. A su lado, su mejor amigo y hermano por elección, pensaba en voz alta con pequeñas frases que eran asentidas o negadas con un gesto por el otro. Si la incertidumbre fuese retratada, ambos amigos hubieran sido la musa inspiradora de dicho retrato, pues vivían el presente con su mente divagando en un DeLorean* nocturno, y solo lo tenían de vez en cuando.

—Me estoy acostumbrando a este lugar —admitió Xiao Kang.

—Yo también.

—¿Puedo saber en qué gastaste tu tiempo libre hoy?

Leo comenzó a frotar la cadena de su cuello, sin mirar ni una vez a su amigo. Pensaba mejor si no lo miraba a los ojos, ya que a veces, Kang podía ser bastante bromista al suponer lo que él mismo quería entender. Para no dejarlo con la duda, respondió:

—Salí a tomar un café.

—¿Tú sólo? —Kang elevó ambas cejas, incrédulo—. Por cierto, eso me recuerda que debo hacer la compra esta semana. Y a ti —le señaló—, te toca limpiar el baño.

—Mejor —aceptó Leo, dejando más confundido a su amigo—, porque tú lo dejaste pésimo la última vez que lo limpiaste.

Kang gruñó, ahogando una risa. Sostuvo su mentón con el pulgar, codo sobre el barandal, con los dedos índice y corazón sobre sus labios, simulando fumar. Por el contrario, Leo volteó y caminó hacia el interior de su habitación, tirándose en la cama para reflexionar a solas. Lamentablemente, no podía darse ese lujo, pues la presencia de Kang entrando y siguiendo sus pasos, lo obligó a reprimir el ruido de su cabeza. No lo aceptaba directamente, pero no le agradaba del todo estar solo. Su hermano era el único que sabía todo de él como para deberle la vida entera.

Lo que Leo no sabía, era que las personas, por más queridas que fueran, no podían salvar a nadie de sus demonios internos. Y Xiao Kang, lejos de poder salvarle, también sufría en silencio su propio infierno.

—Oye, hermano... —Leo lo miró, serio pero interesado—. No has... vuelto a beber, ¿o sí?

—Quédate tranquilo, Xiao. Puedo con la abstinencia, como tú.

El alcohol y los cigarrillos estaban prohibidos en esa casa. Pero, de pronto, el fuerte olor de esas sustancias volvía a sus narices, como si éstas tuviesen una memoria propia.

Podrían solos. Podrían...


...


Miriam había entrado a su casa, habiendo procurado llegar a tiempo y, gracias a Dios, lo había logrado. Su madre al verla, supuso que el transporte hubo tardado bastante y no se vio en la necesidad de atosigar a su hija con preguntas. En su lugar, prefirió poner la mesa y todos fueron a sus respectivos lugares, asumiendo el hábito de la cena. David retornaría a su residencia en la Academia ni bien culminara el fin de semana, así que el señor Boyer aprovechó que su hijo varón estaba presente para poder aconsejarle y no perder la poca comunicación que ya tenían. Miriam no decía nada, solo veía cómo su madre servía la comida; aún cuando intentó ofrecerle su ayuda, la mujer se negó y continuó en lo suyo, sintiéndose ofendida ante dicho ofrecimiento. Al estar listos por fin, el padre de familia recitó una oración de agradecimiento por los alimentos, siendo tal vez Miriam y su hermano los únicos sinceros.

—Amén —dijeron todos al final.

Conforme la hora avanzaba y la comida de los platos se acababa, la joven de la familia se vio obligada a comentarles sobre su nuevo amigo, porque guardar secretos era algo que no se le daba nada bien, aún cuando lo hubo intentado. El tenedor en su mano derecha reposó a la par de su ocurrencia, temblando en cuanto Miriam tragó saliva para aclarar su garganta y poder hablar. Todos la observaron atentamente al escucharla.

ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt