ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ (ғɪɴᴀʟ)

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Había pasado tiempo, y Leo había sido dado de alta con nostalgia y honores. Cerró la puerta del cuarto 105 con una soltura de hombros que lo reconfortó un poco, volteando hasta toparse con los ventanales que le enseñaban un lienzo mañanero y brillante. La sonrisa de Dios parecía brillar en ese cielo nuevo; con pasos relajados, Leo fue acompañado hasta la salida por el doctor Richard, a quien abrazó con gratitud antes de salir y ver cómo Xiao corría hacia él para llevarlo a casa.

El florero se quedó en la cómoda, olvidado, pero dándole su mejor perfume a la habitación que sería ocupada por alguien más.

Lo que rondaba la mente de Leo era su nueva oportunidad para vivir y su sonrisa se abrió a una que achicó sus ojos, a la luz del sol, mostrando un semblante puro en su máximo esplendor. Su belleza al sonreír sin remordimientos era, en él, la más preciosa.

Sólo quedaba una cosa por hacer...


...


La cafetería no había cambiado mucho desde la última vez que la habían pisado; Miriam había llegado primero, optando por esperar bajo el precioso dosel de flores de la entrada al caballero que la había citado en una llamada, sin decirle los motivos ni el por qué. De pronto, el rugido de cierta motocicleta se hizo notar, trayendo consigo a ese chico que agradecía poder volver a manejarla.

Verlo bajar y caminar hasta ella, no fue de película, sino mucho mejor que eso.

—Haz vuelto —le dijo a él, sin mariposas que interrumpieran.

—Gracias a Dios, volvemos a vernos aquí, chica.

Los dividía un espejo, pues sus sonrisas aparecieron a la misma vez en cuanto terminaron de hablar. Leo abrió la puerta, dejando que su amiga pasara y después recorrieron con la mirada el lugar que los había extrañado, permitiéndoles el paso hacia las escaleras y brindándoles una mesa junto al balcón para que pudieran sentir la belleza del atardecer. Las formalidades se tomaron una pausa mientras ellos dos reían y leían la carta, eligiendo café, un licuado de frutos rojos y macarons de frambuesa para celebrar sus buenas noticias.

—Y, ¿puedo saber por qué me citaste aquí?

—Bueno —Leo apoyó sus manos entrelazadas sobre la mesa—, extrañaba este lugar y pensé que podrías hablarme sobre Dios, porque... quiero conocerlo más.

Miriam estaba conmovida por ver cómo su amigo estaba abierto a escuchar sobre lo que Dios había hecho por él, por la humanidad entera y cómo su Amor lo había alcanzado, traspasando su corazón de piedra para volverlo uno de carne. Ese era el momento, por lo que la joven tomó su morral y buscó su Biblia, mientras los pedidos llegaban y eran repartidos en la mesa para por fin degustarlos. Casi todo estaba listo, pero antes, Miriam le pidió a Leo que oraran antes que nada por lo servido, y él aceptó con pena, pues temía no poder orar bien. Cerraron los ojos y Miriam guió todo con cariño.

—Gracias Señor por las delicias que compartiremos hoy. Bendice esta mesa y que tu Voluntad se mueva aún en este lugar, en el nombre de Jesús... Amén. —Al terminar, le dio un sorbo a su licuado y con una risita, volvió a tomar la Biblia entre sus manos—. Ahora, Leo, te explicaré lo mejor que pueda sobre Dios, así que, ¡tenme paciencia! ¿Sí? Es que no me considero una experta y...

—Te escucho, Miriam —dijo él, sonriendo y degustando su café—, conozcámoslo.


...


Pasaba la tarde hasta que las delicias se terminaron y el aurirrosado atardecer comenzó a trascender, con ambos jóvenes apoyando sus brazos sobre el muro para contemplar la vista. Cada uno pensaba más allá del cielo que admiraban, y más allá de la tierra que pisaban. Los árboles aplaudían con sus banderas perennes y las estrellas atrapadas en los faroles competían con las que habían alcanzado el cielo; un hermoso panorama medio nocturno que Miriam y Leo no deseaban perderse para nada.

Dios era tan real para el caballero, como nunca antes, en su vida y en sus cinco sentidos. Y a su lado, la doncella tarareaba una canción en honor a la bondad del Creador, soñando despierta con sus maravillas. Con mucho que aprender y resolver en lo incierto del futuro, pero, ambos sabiendo que, con Dios, ya no estarían solos.

—Siento paz, Miriam.

Ella lo miró, sonriendo.

—Yo también, Leo. Yo también.

FIN

ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Where stories live. Discover now