10: ᴇɴᴛʀᴇ ᴇsᴘᴀᴅᴀs, ʟᴜᴄʜᴀs ʏ ᴘʀᴏᴘᴏ́sɪᴛᴏs

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El doctor Richard había sido consultado por Miriam, dejándolo asombrado al escucharla tan preocupada y dispuesta a ayudar al paciente Cheng. La invitó a tomar asiento en los patios del hospital para darle las pautas necesarias y también explicarle cada una, con el fin de que ella fuera paciente al tener que enseñárselos a su amigo y, valga la redundancia, no sufriera tanto al momento de realizarlos. La atención que esa joven le otorgaba era primorosa, tanto así que había pedido papel y algo para anotar en la recepción, así no se perdería ningún detalle al tenerlos anotados. El doctor se enterneció por ella y terminó de darle las indicaciones antes de volver a su despacho, pensando en lo afortunado que estaba siendo el paciente Cheng por contar con una persona así de samaritana.


...


Diez veces cada ejercicio. Cinco veces, si el dolor era molesto todavía. Así lo había anotado Miriam y así guardó el papel en su bolso, dispuesta a pasar sus vacaciones ayudando a su querido amigo. Leo se veía más muerto que vivo en su interior, pero nada era imposible si ella se proponía a hacerlo ver las cosas de otra manera. La pregunta que se iba haciendo mientras tomaba un bus a casa, era la siguiente: ¿Cómo lograría animar a su amigo en un momento difícil? Porque con caramelos de café no podía hacerse de esa idea. Ni tampoco, debía exagerar pretendiendo que todo estaba bien, porque era cierto que la felicidad no abundaba en Leo, menos en su estado. Entonces, ¿qué podía intentar por él?

David pasó por su mente. Él siempre tenía una respuesta para todo, así que Miriam ya sabía por dónde irían sus preguntas. Verlo en la sala de su casa hizo que ella cerrara la puerta con un pie, apoyando el otro para impulsarse hacia su hermano en un fuerte abrazo que duró poco por las reprimendas de su madre. Al separarse, David acunó el rostro de su hermana mientras le hacía burla.

—¿Quién es un pez glooobo...?

Miriam le pellizcó el brazo, pidiéndole que la acompañara hasta el porche del patio trasero para poder hablar con más cautela. El medio rubio la siguió hasta que estuvieron sentados en la madera de las escaleras, felices de poder estar juntos otra vez. Preguntas sobre la Academia sobraron en el inicio de su charla, después, Miriam enumeró sus momentos interesantes, llegando a "ése" amigo del que todavía su hermano no sabía su nombre. Por fin, David escuchaba que se trataba de Leo, ampliando su asombro en cuanto su hermana lo mencionó. La peor parte, fue escuchar que ese joven repartidor convalecía en el hospital, perdido en el cielo de su ventana.

Miriam suspiró, aliviada por haber dicho todo lo que traía en su historial. David, sólo movió su mandíbula de un lado a otro, pensativo.

—Creo que Leo necesita aceptar su condición primero —reflexionaba en medio de consejos el mayor—. Solo así podrá estar listo para afrontarlo todo.

—¿Pero, hay algo que yo pueda hacer, además de ayudarlo con sus ejercicios?

—No necesitas sacrificarte tanto, Miri... Eres tan amable, pero tienes que entender que no puedes convencer a nadie si antes ese alguien no se convence de su propia necesidad. ¿Lo entiendes?

—Sí. Es solo que... quiero verlo bien, Davi. Cuando le di unos caramelos de café, pensé que podría animarlo, pero, creo que fui demasiado intensa. ¿Debí escucharlo?

David sonrió, conmovido. Acarició el cabello de su hermana y luego tomó sus manos, apoyándola.

—Hiciste lo que sentiste. Lo que te movió en ese momento, porque tienes un corazón que no se fija en mezquinar cariño. —Miriam sonrió al escuchar eso—. Pero, tienes a Dios, Miri. Y estoy seguro de que Él sabrá guiarte si se lo pides.

ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt