9: ᴘʀᴏᴠᴇʀʙɪᴏs 𝟷𝟽:𝟷𝟽

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De rodillas junto a su cama, una joven extendía sus manos frente a ella en oración, sintiendo suya la carga de aquel amigo que ya no guardaba vida en su mirada. Cada palabra, sabía dulce y salía en danza dentro de la Presencia de Dios, la cual Miriam invitaba a entrar en su habitación. La penumbra huía para hacer resplandecer ese hermoso momento; Padre e hija, Espíritu y alma. Habiendo alcanzado el cielo, Miriam sintió que venía sobre ella una Paz y una alegría inexplicable, secando sus lágrimas en medio de risas nasales para no despertar a sus padres. De pie, se quedó boquiabierta, pues el alba apenas iba asomándose a través de las cortinas de lino por su ventana, y sólo pudo ampliar su sonrisa. «¿Podría considerar esto como una vigilia?», pensó, juntando las manos tras su espalda, para luego, estirarse y acomodarse de nuevo en su cama. Tenía apenas dos horas restantes, pero, ella no se arrepentía de haber velado toda la noche por Leo, más aún, sabiendo que él necesitaba de mucho apoyo.

Ella podía sentir el abrazo de las cobijas en su habitación, pero, Leo... Lamentaba seguir en esa cama fría de hospital, porque de por sí, todo en ese lugar era un invierno perpetuo: las paredes, las sábanas, los aparatos, el suelo... A medio despertar, él se reflejó en esa palidez insignificante de su cuarto, viendo hacia la puerta con ansias de salir corriendo, y luego, viendo hacia la ventana con unos pensamientos que le susurraban una "salida fácil", distorsionando el sentido de la vida para él. Penumbra es todo lo que tenía en sus ojos, viendo cómo poco a poco se hundía en el océano de éstos mismos. ¿Y el dolor? No se disipaba.

—Podrás volver a caminar, sólo tienes que hacer los ejercicios que el doctor Richard pautó para ti —le había dicho Xiao, feliz y emocionado hasta la coronilla—. ¿Lo ves, hermano? ¡Te recuperarás!

Intentó corresponder su sonrisa, de verdad que lo intentó, pero... Leo se sintió apedreado por aquellos ánimos que no hacían efecto en él, al igual que los analgésicos y las desinfecciones de sus heridas. Nada. Ni una gota de saliva que salpica después de soltarse a reír. Y aunque Xiao se percató de eso, supo que la vida de nuevo les ponía a él y a su hermano otro reto que pasar. No estaba seguro de decírselo, pero vio una oportunidad perfecta para sacarlo a la luz y, luego de aclarar su garganta, fue sincero.

—Acepté a Jesús, hermano. —Tomó su mano, sin que el otro se la arrebatara—. Lo acepté y creo que... hice lo correcto.

—¿Qué...? —Leo no podía creerlo. El sarcasmo lo hizo chasquear su lengua mientras alzaba las cejas, desconcertado—. ¿Tú, Xiao Kang, el odiador número uno de los "santos"? Ajá... Buena forma de intentar hacerme reír, ¿eh?

—Para, no te permito que actúes así conmigo, Cheng.

—Ay... —Leo lo soltó con sorna—. No te enojes conmigo por tonterías.

—¡No son tonterías! Y deja de ser así...

—Imbécil, ¿que deje de ser cómo?

—Olvídalo, no quiero que peleemos. —Xiao pasó una mano por su cabeza, sentándose en el sofá junto a la cama—. No ahora que me necesitas, hermano.

—¿Necesitarte a ti? —Eso había dolido un poco por parte de Leo, pero Xiao se mantuvo sereno, soportándolo.

—Bueno... Tienes razón, a mí no me necesitas —dijo, para sellar su palabra con la Fe—. A quien necesitas es a Dios, hermano. Y tómalo como quieras, incluso, puedes verme como un loco o como un hipócrita que hace años dijo cosas de las que ahora se arrepiente, sí. Pero, créeme cuando te digo que Él es más de lo que tú y yo podemos entender ahora.

Sin más que agregar, Xiao había salido de la habitación, apoyando su espalda en la pared mientras meditaba en sus propias palabras; había guardado para sí mismo la noticia de que tendría un nuevo trabajo para poder multiplicar los gastos, aunque, no se imaginaba terminar como un conserje del hospital, sólo por estar más cerca de su hermano. Encogido de hombros, volvió a su casa para cambiarse y dedicarse de lleno al porvenir.

ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora