15: ᴍᴀᴛᴇᴏ 𝟻:𝟺

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Al fin, estaba en su... casa. No extendió el brazo para encender la luz, sino que, se apoyó en el borde de la pared para equilibrarse ante tantas emociones juntas. La oscuridad del recibidor le serviría para pensar con la cabeza fría, empapada de lluvia y rocío. Trémula, se agachó y se quitó los mocasines, dejando que su cabello imitara la angustia de un sauce llorón al caer por toda su cabeza. ¿Por qué se agolpaba una torva a su alrededor? ¿Por qué?

Su madre dormía, la ausencia a su derecha. Antes de llegar al baño, Miriam atisbó un poco en el entrecierro de la habitación de Emma, y sonrió de lado, pues, ella había olvidado apagar la luz de su lámpara favorita. La dejó tranquila, buscando cobijo en el agua caliente de la ducha para dejar de tiritar, creyendo que era culpa del frío aguacero y no de su desequilibrado corazón. Reflejada estaba en la cerámica, con la mirada perdida. Y no se quebró hasta que volvió a revivir cada fragmento de su presente: padres divorciados, un sueño enterrado de ser artista y un hermano al que necesitaba abrazar hasta recibir alguno que otro de sus consejos. Ignoró pensar en quien creía su mejor amigo, porque le avergonzaba el hecho de haberlo dejado sin ninguna oportunidad de aclarar ese extraño sentimiento que comenzaba a surgir entre ambos. No lo quería de esa forma, ni lo pensaba así, pero... ¿y si él...? No, no podía creer que alguien como ella tuviera un pretendiente, mucho menos si Leo era ese alguien. Saliendo del baño, continuaba intranquila, caminando hacia la habitación para poder arroparse. La noche comenzaba a despejar sus cielos, y Miriam cerró las cortinas de su ventana, bajando la mano con lentitud por el lino de las mismas, intentando orar, mas no pudo decir lo que sentía con palabras.

«¿Cómo puedo seguir, Dios mío?».

Llamó a David en el silencio del comedor, ansiando su respuesta, la cual no tardó en hacerse esperar ni bien pasó el primer pitido. Eran las once y algo de la noche, su voz denotaba cuidado y emoción por oír la voz de su hermana, aunque, ella sollozó y la conversación tuvo que enfriarse con sobriedad.

—Me duele la cabeza, Davi...

—¿Desde hace cuánto estás llorando?

Miriam miró el reloj, como si estuviera viendo a su hermano e hipó.

—Ya perdí la cuenta —admitió con la voz quebrada.

David frunció los labios, sentado junto a su escritorio y quitando su ansiedad con las sacudidas que le daba a un lápiz, ya sin ganas de continuar haciendo sus deberes. No tuvo planeado salir, pero entre los sollozos de su hermana y la chaqueta que estaba en el respaldo de su silla, decidió darse una escapada de la Academia, aunque tuviera que caminar hasta la casa, no importaba. Sabía que no era fácil, él mismo apenas podía dormir pensando en todo lo que le dolía su familia, mas también no había perdido de sus recuerdos lo que Dios le prometía: su Consuelo. Y eso, además de recibirlo, se lo daría a su madre y a su hermana. Aún, hasta a su padre, de quien sabía, pero poco le hablaba.


...


«¿Por qué justo ahora?».

La voz de su padre continuaba haciendo eco en él. Daba vueltas y vueltas en su cama, sin poder conciliar el sueño, pero sí consciente del impacto que no esperaba recibir con una sola llamada. Xiao rasguñaba la sábana de su almohada, no queriendo recurrir a un cigarrillo para detener el descontrol de sus emociones, y cerró con fuerza los ojos, pidiéndole a Dios que por favor, por favor, lo ayudara a resistir. Cinco años no había querido saber de su familia, al igual que Leo, con quien permaneció luchando por salir adelante solos. ¡Cuánto rieron al comparar a sus familias, y cómo éstas los habían echado de sus casas a la misma vez! Y, aunque ya no estaba contento de recordar aquello, sí le resultaba extraño que después de tanto tiempo, volviera su familia a preguntar cómo y dónde estaba. A Xiao incluso le entró una confusión, puesto que no había podido creer que la voz de su padre le hubiera resultado tan conocida y tan... desconocida, a la vez. Lo escuchó decir: "Queremos volver a verte, hijo. Toda la familia nos ha preguntado por ti y también te quiere de vuelta en tu hogar". ¿Hogar? ¿Cuál era ese? Porque desde que su ropa se había esparcido por el suelo al abrírsele la maleta afuera, ese hogar fue desintegrado para Xiao en sus narices. Así que, sentía que estaba siendo burlado y tomado como un tonto. Crujió los dientes, intentando no maldecir, como lo había hecho otras veces junto a su hermano, a quien vería sí o sí ni bien se aclarara el cielo.

Con su padre, ya vería qué haría... Pero, no iba a quedarse callado. No iba a guardarle secretos a Leo. Se lo contaría. Sus familias, Xiao y Cheng, frecuentaban su amistad de años. Y por eso, el joven no podía callarse tampoco, pues, antes de terminar aquella llamada, su padre le había informado algo más: "Los padres de Liu precisan de él, hijo. Porque el señor Cheng ha estado muy enfermo. Tienen que regresar... por favor, regresa sano". Y sin ninguna respuesta por parte suya, le colgó.

Al final, Xiao no durmió nada, pero sí había logrado calmar sus temblores y escalofríos, saliendo a la terraza de la habitación con gratitud y debilidad amena. Inclinó su rostro, apoyado con las manos entrelazadas sobre el barandal, y sinceró su alma.

—Dios, te pido que me ayudes... ¿Sabes que mi familia ahora me quiere ver? No puedo creerlo. —Frenó en seco al sollozar, riendo con ironía en su quebranto—. Pero, te pido que me ayudes... Porque me siento sólo... Y sin ti, no creo que aguante tanto... Por favor.

El cielo se tornó ámbar y las carrozas celestiales comenzaron a despejar los rastros del aguacero y la ventisca. Los relieves en el rostro del muchacho fueron dorados gracias a la luz nueva del día y, sin importar la debilidad de sus ojos, sonrió en un suspiro lleno de aliento.


...


Leo era ayudado por una enfermera a lavarse la cara y los dientes, algo indiferente y tímido, ya que todavía se sentía extraño por haber intentado besar a Miriam el día anterior... ¿Qué locura casi cometía? ¿Y si ella no volvía por su culpa? Eso pensaba él, no queriendo profundizar en esa posibilidad, inaceptable para su miedo a estar solo. Cuando la enfermera se fue, sintió que las fuerzas y las ganas de intentarlo volvían a sus piernas: se movió un poco, sentándose al borde de la cama y contó hasta... Hasta donde sintiera que el coraje fuese más fuerte que sus temores. Cerró los ojos y resopló, listo. Apoyó los pies, y con la espalda recta, fue irguiéndose hasta completar sus ganas de estar en pie. Como el cielo, todos sus temores se despejaron gracias a la emoción de poder estar parado, sin ayuda de nadie, cuando lo había creído tan imposible. Ahora, su siguiente paso era eso: darlo. Fijó su concentración en la ventana, alzando el pie hacia adelante, como si ganara una carrera de lentitud. Apoyó el pie y no pudo contener su asombro al haber logrado acercarse un poco al marco de esa ventana, así que, con cuidado, fue por el siguiente paso. Alzó con cuidado la pierna operada, hasta apoyarla también con éxito. Leo Cheng estaba caminando, ¡lo estaba logrando! El dolor era menos abrasivo que antes, pero, lo estaba consiguiendo dominar y...

Pensó: «¿Ya viste, Dios? Pude hacerlo sin tu ayuda».

Estaba seguro de lo que había dicho, pero, sintió que un mareo lo debilitaba hasta hacerle perder el equilibrio. Tambaleó y cayó de espaldas cerca del sofá, aturdido y con la seguridad desparramada por el suelo. Ya no pudo sostener esa soberbia, al contrario, volvió a sentir que todo su cuerpo era conmovido por el dolor otra vez. Llamó a quien fuera que estuviese cerca del pasillo a gritos, mas no obtuvo una respuesta inmediata. Así que, como pudo y hasta donde el dolor se lo permitió, enderezó su cuerpo con ayuda del apoyo del sofá y se sentó en el suelo. La angustia le estrujó el pecho, y lloró.

«Ya no puedo más...», pensó, remordiéndose. Y fue en ese mismo instante, que oyó que a puerta se abría y alguien corría hacia él, agachándose a su altura y sosteniéndole los hombros.

—¡Ya estoy aquí, hermano! ¡Aquí estoy, te ayudo!

Era Xiao... ¡Era él!

—Perdón... —expresó Leo—. ¡Perdóname, hermano, perdóname!

Ambos se abrazaron, en la cornisa de sus lágrimas.

—Te perdono.


ᴜᴛᴏᴘɪ́ᴀ ©Where stories live. Discover now