4.

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Los cabellos húmedos de Suguru eran peinados por la pequeña niña. El pelinegro tomaba un té sentado en el piso de su sala para que la niña pudiera alcanzar a peinarlo.

— Te dije que estoy bien. — dijo Suguru al ver que Satoru estaba en su cocina preparando la cena.

— Casi te mueres. — Suguru puso los ojos en blanco.

— Solo es un resfriado.

Y sí, lo era, pero eso no quita el hecho de que su vida está en juego si convulsiona por segunda vez.

— Calla, calla. — Satoru cuidaba de que su pollo frito no se quemara.

— Deberías ir a descansar, me imagino que mañana entras temprano. — Satoru negó con la cabeza sin voltear a verlo.

— A partir de mañana, mis turnos son nocturnos. — Suguru tomó un sorbo de su té. — Hablando del hospital. — Satoru sacó de su bolsillo 3 tabletas de calcio. — Esto es tuyo. — las levantó para que Suguru las viera.

— ¿Por qué las compraste? — Satoru se encogió de hombros.

— Te dije que todo va por la casa. — Suguru lo miró sin decir nada. Apartó un poco su mirada y suspiró. — Deberías dejar que chequee un poco sobre tu salud.

— Ni lo sueñes. — Satoru volteó a verlo confundido. — Ya estás haciendo mucho por Umiko, no dejaré que también me atiendas a mí.

— ¿Por qué no? hoy casi mueres. — Suguru entrecerró sus ojos.

— No, claro que no. Cuando me metiste en la ducha dijiste: ah, no era tan grave como pensé. — Satoru hizo una mueca.

— Eso no le quita la gravedad al asunto. — señaló a Suguru con el tenedor que estaba usando para sacar las presas de pollo.

La ventana de atrás estaba abierta, así que entró una brisa repentina que hizo que Satoru temblara.

— ¿Qué? — preguntó Suguru al ver que el albino cerraba la ventana.

— Soy muy friolento. — Suguru curvó una sonrisa.

— Listo. — dijo Umiko después de haber peinado el cabello de su papá.

— Después de la cena, dormirás, ¿ok? — la niña asintió en respuesta al comentario de su papá.

Y así fue. Después de un agradable rato conversando y comiendo, Satoru se encargó de acostar a Umiko en su cama. Sí, Satoru. Suguru todavía tenía un poco de debilidad por el resfriado.

— Bueno, mi labor aquí terminó. — Dijo Satoru caminando hacia la salida.

— Gracias. — dijo Suguru haciendo que Satoru volteara a verlo sonriente.

— No es nada, Suguru. Creo que a este punto podría decir que somos amigos, ¿no? — el pelinegro sonrió.

— Sí. — Satoru le dedicó una última sonrisa y salió del lugar.

Suguru se quedó mirando hacia la dirección en la que segundos antes había estado Satoru sonriéndole. Soltando un suspiro, sonrió y pasó su mano por la cara negando con la cabeza.

Satoru no estaba preparado para regresar a los turnos nocturnos. Los odiaba. No dormía bien, corría de un lado a otro, se ensuciaba de sangre, tenía que decirle a los familiares cuando alguien moría. Simplemente, eran momentos en los que Satoru odiaba su carrera.

En este turno, se encontró con una niña de 5 años que fue llevada a urgencias porque se le atascó una gomita en la garganta y murió justo llegando al hospital. Murió en las manos de Satoru.

El albino tenía tantas preguntas. ¿Qué hacia una niña de 5 años despierta a las 2am comiendo gomitas? ¿Una gomita tan inofensiva podía arrebatar una vida? ¿Por qué una niña de 5 años?

Después de retener sus ganas de llorar, salió del baño mirando hacia Shoko que estaba recolectando toda la información de la niña para el papeleo.

Tenía 5 años...

Satoru quiso arrancarse los cabellos de la cabeza. Gran forma de abrir el turno nocturno.

Después de una jornada donde hubo tragedia tras tragedia. Satoru subía las escaleras hacia su departamento con el alma abandonado su cuerpo de lo triste, decepcionado y cansado que estaba.

Sus pasos perezosos se detuvieron cuando frente a su puerta estaba sentado Suguru durmiendo.

Satoru lo miró confundido y corrió hacia donde estaba arrodillándose frente al pelinegro.

— Suguru. — el mencionado se despertó de golpe.

— Oh, Satoru. — Suguru masajeó un momento sus ojos para poder despertar bien. — Por fin llegas. — Satoru lo miraba confundido.

— ¿Qué pasa? ¿Hay algo mal con Umiko? ¿Te sientes mal? — Suguru comenzó a reír.

— Tranquilo, hombre, todo está bien. — Satoru miró a su reloj.

— Son las 5 de la mañana, ¿Qué haces tirado en mi puerta? — Suguru frunció el ceño.

— ¿Ya pasó una hora? En realidad, estoy aquí desde las 4. — Satoru enarcó una ceja.

— ¿Por qué? — Suguru rascón su nuca mientras sonreía.

— No sabía a qué hora volverías a casa. — Satoru todavía lo miraba confundido.

— ¿Y?

— Ahora en la mañana supuse que llegarías a dormir, en la tarde debo ir a cubrir un puesto en una floristería y en la noche iré a atender un bar. — Satoru no entendía. — Odio no tener un trabajo fijo y solo hacer lo que salga en la semana. Aunque lo del bar solo son los fines de semana que Umiko puede quedarse donde su abuela en las noches.

— Suguru, ¿por qué estás en mi puerta?

— Ah, sí. — el pelinegro sonrió y levantó sus manos dejando ver unos guantes. — Los tejí para ti.

Satoru lo miró con la boca entreabierta.

— Estaría muy ocupado el día de hoy, así que no iba a poder dártelos si no era a esta hora. — Satoru tomó los guantes mirándolos como si fuesen oro. — Dijiste que eras friolento.

— Tú... — Satoru no sabía ni qué decir. — Yo... yo no sabía que sabías tejer. — Suguru sonrió.

— La abuela de Umiko me ha enseñado muchísimo estos años. También sé hacer bufandas, pero no sabía de qué color la querrías, así que opté por unos guantes negros. — la sonrisa de Suguru ahora era más grande. Estaba orgulloso de lo que había hecho.

— Dios, yo... — Satoru lo miró. — ¿Puedo abrazarte?

Suguru ni dijo nada, solo extendió sus brazos de lado a lado sin borrar la sonrisa de su rostro. Satoru se abalanzó sobre él apretándolo con fuerza.

— Muchas gracias. — dijo sin despegarse de Suguru. — Los voy a cuidar mucho. — se alejó del pelinegro.

— Bien, ahora sí, a dormir. — Suguru se levantó del lugar y Satoru imitó su acción. Con una reverencia, Suguru entró a su departamento.

Satoru entró al suyo y con fuerza se dejó caer contra la puerta una vez estaba cerrada. Sus manos temblaban, su corazón latía con fuerza y los guantes estaban entre sus manos pegados a su pecho. Con respiración agitada y sus ojos muy abiertos, Satoru se dio cuenta de que, tal vez y solo tal vez, estaba sintiendo algo por Suguru.

Suguru caminó hacía la habitación de Umiko para asegurarse de que todo estaba bien. Caminó ahora hacia su habitación y cuando se acostó en la cama, una sonrisa apareció en su rostro luego de recordar cómo se sintió el abrazo de Satoru. Satoru era lindo.

Cornelia Street. [SatoSugu]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu