7.

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Desde el miércoles que Suguru se había ido a recoger a Umiko, Satoru no sabía nada sobre él. Quería llamarlo o preguntarle si podían verse, pero no quería sonar como una molestia, así que solo se conformó con esperar a recibir una llamada, mensaje o lo que sea por parte del pelinegro.

Era sábado por la tarde y su cabeza dolía como nunca, el turno de la noche anterior había estado más terrible que nunca. Odiaba cuando morían niños por negligencia familiar, pero odiaba mucho más cuando no solo morían, si no que antes de eso, eran violados.

Ahora estaba en su cocina mirando hacia la nada intentando borrar de su mente la noche anterior mientras la cafetera pitaba avisándole que su café ya estaba tan caliente como lo quería.

No fue la cafetera lo que lo sacó de su imaginación, fue su puerta siendo tocada.

Miró hacia la puerta con un poco de asombro. La única persona que iba a verlo era Suguru y si estaba siendo tocada, era porque estaba Suguru tras ella.

Caminó hacia su espejo y se dio cuenta de que lucia asqueroso. Su cabello estaba despeinado y tenía más ojeras que nunca.

Chasqueó sus dientes cuando la puerta fue tocada nuevamente, Satoru no iba a dejar a Suguru parado afuera solo porque se veía mal. Caminó hacia la puerta y cuando la abrió, no pudo ocultar una pequeña sonrisa, sabía que era Suguru.

— Hey. — saludó el pelinegro levantando su mano dejando ver una bolsa donde tenía 2 paletas congeladas.

— Pasa. — Satoru se hizo a un lado y Suguru entró.

El pelinegro frunció el ceño cuando se dio cuenta de que la cafetera de Satoru pitaba una y otra vez y el albino parecía no haberlo notado.

— ¿Preparabas café? — preguntó una vez sentado en el sofá. Satoru abrió sus ojos como platos y se acercó a su cafetera para apagarla.

— Dios, sí... yo... — suspiró tomando la taza de café.

— Ven aquí. — Satoru volteó a ver a Suguru que ahora palmeaba el sofá para que Satoru se sentara junto a él. — Deja ese café ahí y ven a comer paletas conmigo. Traje de limón. — sonrió.

Satoru tragó saliva y sintió que todas las ganas de llorar que tenía se le acumularon en los ojos. Con su labio casi temblando de la tristeza, miró a Suguru.

— Odio estar vivo. — la sonrisa de Suguru desapareció. — Odio tener que ver la crueldad de las personas. — una lagrima bajó por la mejilla del albino. — Odio tener que ir a trabajar cuando mi turno solo está lleno de tragedias. — Satoru bajó la mirada dejando caer un par de lágrimas. — Y odio mucho más el hecho de pasar por eso solo.

Satoru iba a seguir hablando, pero los brazos de Suguru rodeándolo en un abrazo lo sorprendieron un poco.

El albino no tuvo de otra que comenzar a sollozar en el hombro de Suguru abrazándolo más fuerte.

— Estoy cansado de pasar por cada dolor existente solo porque esta fue la profesión que elegí. Yo elegí salvarlos ignorando que en algún momento mis habilidades no iban a ser suficiente para mantenerlos con vida. — Suguru pasó una mano por sus cabellos.

— La muerte es tan natural como la vida. Es inevitable, Satoru. — susurró Suguru. — No quisiera escuchar nunca más que odias estar vivo. Eres una de las personas más hermosas que he conocido. — Suguru se alejó un poco y comenzó a limpiar las lágrimas de Satoru mientras este último tenía la mirada baja. — Y no quiero ver esos bonitos ojos estropearse una vez más. — Satoru lo miró.

Suguru le sonrió una vez más y ahora lo tomó de la mano para llevarlo al sofá.

— Se van a aguar las paletas, Satoru. — el albino sonrió un poco y se sentó a su lado. Cuando miró hacia su reloj, miró a Suguru un poco confundido.

— ¿Por qué estás aquí a las 4 de la tarde? creí que los sábados la floristería la cerraban a las 7. — Suguru comenzó a abrir su paleta.

— Tenía muchos días sin verte. — el albino lo miró asombrado. — Dije una pequeña mentira sobre Umiko y aquí estoy... — Suguru volvió a sonreír.

— ¿Mentiste para verme? — Satoru no dejaba de mirarlo asombrado.

— Sí. — Suguru metió su paleta en su boca.

— ¿Por qué?

— Porque quería verte. — respondió el pelinegro obvio.

— ¿Tú querías verme? — el corazón de Satoru iba a explotar. ¿Cuando fue la última vez que se sintió tan vivo como ahora? no podía recordarlo.

— Siempre quiero verte, Satoru. — el albino miró hacia su paleta tragando saliva y, con notable nerviosismo, comenzó a abrirla.

De la nada, comenzó a llover como si no hubiese un mañana. Satoru miró hacia su ventana confundido ya que la lluvia de verdad fue muy repentina. En cambio Suguru, se paró rápidamente y cerró la ventana.

Satoru lo miraba desde el sofá y el pelinegro solo sonrió.

— No quiero que tengas frío. — se acercó nuevamente al sofá y cuando se sentó, la cabeza de Satoru descansó en su hombro.

— No quiero que desaparezcas de mi vida. — Suguru se asombró un poco ante lo que dijo Satoru. — No quiero volver a estar solo. — Suguru sonrió.

— No lo estás. — el pelinegro tomó la mandíbula de Satoru obligándolo a verlo a los ojos. — Ni lo estarás.

Satoru sonrió, Suguru imitó su acción.

Pasó, por lo menos, una hora en la que ambos se sentaron en el sofá a conversar sobre su vida. Era bastante rutinario conocerse cada vez más y, si Satoru tuviese que ser sincero, caía más fuerte por Suguru cada vez que sabía algo nuevo de él.

Ahora Satoru estaba mirando a Suguru desde su cocina mientras tomaba su café. Su turno empezaba en una hora y necesitaba estar un poco recargado para lo que se venía.

— Yo iré a recoger a Umiko un poco más temprano, su profesora me acaba de escribir para decirme que tuvo un inconveniente con su toalla higiénica. — Suguru rascaba su nuca mirando su celular.

— Es su primer periodo, seguro la puso mal y tuvo un accidente. — Suguru suspiró.

— Solo espero que todo esto no la esté agobiando mucho, es muy pequeña. — Satoru dio un sorbo a su café.

— La revisión con Shoko es el lunes, ¿no? — Suguru asintió. — Dile que hable de ese tema con ella, así de mujer a niña, quizá sea más cómodo para Umiko si es una mujer quien la escucha. — Suguru volvió a asentir.

— Sí, supongo que lo haré. — Suguru se levantó tomando su abrigo. — Espero que te vaya muy bien en el turno de hoy. — curvó una sonrisa.

— Gracias por tus deseos, básicamente, imposibles. — Satoru volvió a tomar un sorbo de su café.

— Y también espero poder probar ese café muy pronto. — Satoru miró su taza de café y la extendió.

—Uh, lo siento, solo preparé para mí, ¿querías? — Suguru puso los ojos en blanco y comenzó a caminar hacia la puerta sonriendo.

— Nos vemos, Satoru.

El pelinegro salió del departamento dejando a Satoru más confundido que nunca. ¿Qué quería decir con eso del café?

Cornelia Street. [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora