12.

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Viernes en la madrugada y Satoru quería irse a su casa a dormir. El turno de ese día estaba bastante calmado, habían un par de doctores conversando fuera del hospital, pero Satoru prefería quedarse en su consultorio frío ya que el verano estaba a la vuelta de la esquina y, realmente, hacía un poco de calor ya.

Sin ánimos de hacer algo más que holgazanear, miró hacia su celular que había silenciado minutos atrás ya que estaba cambiándole el suero a un paciente en una habitación donde todos dormían y no quería que alguna llamada urgente despertara a las personas que estaban en el lugar.

Sus ojos se abrieron exageradamente cuando notó que tenía un par de mensajes de Suguru. El pelinegro estaba escribiéndole que se había formado una gran pelea en el bar, llegó la policía y ahora estaba de regreso a su casa ya que habían cerrado el lugar.

Satoru miró la hora y eran las 4:50 am. Solo tenía que estar en el hospital 1 hora y 10 minutos más así que, rápidamente, llamó a Suguru.

Hey. — la voz de Suguru se escuchaba un poco cansada.

— Leí tu mensaje, ¿ya llegaste a casa? — Satoru esperaba que no.

De hecho, no. Estoy como a una calle del hospital. — Satoru sonrió.

— ¿Quieres pasar por acá? digo, mi turno está un poco aburrido y ya falta poco para que...

Está bien, estaré allá en un momento.

Suguru colgó. Satoru sonrió.

Pasó un rato y ahora la sonrisa de Satoru era el triple de grande. Suguru estaba frente a él con un café en sus manos extendiéndoselo al albino.

— Gracias. — dijo mirando atentamente al café como si este fuese interesante. En realidad, Satoru solo estaba nervioso y ni iba a preguntar dónde encontró cafetería abierta a esta hora.

— ¿No me vas a saludar? — Satoru levantó la mirada para encontrarse con una sonrisa pícara.

El albino rodó los ojos y se acercó al pelinegro dándole un pequeño beso en los labios. Se alejó rápidamente y se sentó tras su escritorio con su mirada clavada en el café.

— Traje algo. — dijo Suguru dándole la espalda a Satoru para que pudiera ver su bolso entreabierto y la cabeza de un gatito afuera.

— ¿Qué haces con un gato aquí adentro? — Satoru puso su café a un lado y se levantó rápidamente hacia donde estaba Suguru con la intención de esconder a la criatura.

— Perdón, iba a llevarlo a casa, pero tú me llamaste. — Satoru sacó al pequeño gatito blanco del bolso de Suguru y quiso llorar de la ternura que le dio.

— Oww, es tan pequeño. — Satoru lo sobaba.

— Me recordó a ti. — Satoru miró al pelinegro. — Albino y tierno.

— ¿Te parezco tierno? — Suguru sonrió.

— Muy tierno, Satoru. — el albino sonrió y se acercó al pelinegro besándolo como si jamás en la vida hubiese probado sus labios y se estuviese muriendo de ganas por hacerlo.

— Satoru, en la sala cua... — Shoko dejó de hablar cuando se dio cuenta de que había abierto la puerta del consultorio en el peor momento.

Ambos chicos se sobresaltaron y voltearon a ver hacia la puerta del lugar. La chica los miraba anonadada.

— Oh... — susurró Shoko.

La chica miró hacia el gato y luego hacía los chicos. Sus ojos estaban exageradamente abiertos.

— Yo... puedo explicarlo. — dijo Satoru levantando ambas manos en su defensa dejando ver al gato cargado en una de ellas. Miró al gato y lo escondió tras de sí.

Shoko lo miraba ahora con una sonrisa nerviosa y se dio media vuelta para salir del lugar.

— Con razón Utahime te odia... — Shoko salió del lugar y soltó una pequeña risita. — La chica se enamoró de un gay. — pensó Shoko riéndose aún más de la situación y comenzando a caminar lejos del lugar.

— Lo siento. – dijo Suguru haciendo que Satoru negara con la cabeza.

— No, está bien. Debe ser una emergencia si vino hasta mi consultorio sin tocar. — Satoru le entregó el gatito a Suguru y comenzó a caminar hacia la salida. — Espérame, voy a ver qué pasa. — salió del lugar casi volando.

Suguru se sentó frente al escritorio con el gatito entre sus manos y sonrió un poco ante lo que había pasado hace unos segundos.

Su atención se dirigió hacia un par de papeles que tenía Satoru en su escritorio. No entendía ni la mitad de las cosas que estaban ahí escritas, pero parecían un poco importantes si requerían de sellos, firmas, etc.

Una de las hojas llamó su atención, era la carta de renuncia. Suguru la tomó comenzó a leerla.

— He vuelto. — dijo el albino entrando al lugar.

— ¿Eres el único médico que aplica la eutanásia en este hospital? — preguntó el pelinegro volteando a ver al chico.

Satoru se dio cuenta de que Suguru tenía su carta de renuncia entre las manos y asintió.

— En realidad, como es un tema bastante delicado, solo autorizan a un médico en cada hospital. — Suguru enarcó una ceja.

— ¿En serio? — Satoru asintió. — ¿Y por qué eres tú? — el contrario se encogió de hombros.

— Supongo que soy uno de los más antiguos aquí y las chicas no querían aplicar para ser aprobadas. — Suguru volvió a ver la carta.

— ¿Quién es Mei? — Satoru se sentó frente a su escritorio y tomó su café entre sus manos.

— Es, relativamente, nueva, pero es muy buena. La menciono porque ya hablé con ella y dice que aplicará para ser mi remplazo cuando salga de aquí. — Suguru asintió lentamente y colocó la carta en el escritorio.

— ¿Qué harás cuando salgas de aquí? – Satoru le dio un sorbo a su café.

— ¿A qué te refieres? — preguntó el albino.

— Ya sabes... — Suguru miró al gatito y comenzó a acariciarlo. — ¿Qué es de tu vida cuando abandonas lo único que le da el sentido? — Satoru ladeó un poco su cabeza sin entender.

— Mi trabajo no es lo único que le da el sentido a mi vida. — Suguru lo miró. — Bueno... lo era antes. — el pelinegro tragó saliva.

— ¿Ahora qué le da sentido a tu vida, Satoru? — el albino sonrió.

— Tú. — Suguru apartó la mirada un poco nervioso. — Tú y Umiko.

El corazón del pelinegro se meneó de un lado al otro, Suguru pudo haber jurado que se había meneado de un lado al otro.

— ¿Umiko también, Satoru? — preguntó encantado Suguru.

— Umiko es parte de ti y yo adoro todo lo tenga que ver contigo. — Suguru tragó saliva mirando a los azules ojos de Satoru.

— ¿Te he dicho que me gustas? — los intensos ojos de Suguru no dejaban de ver al albino. Lo miraba tan atento que pudo notar cómo sus orejas estaban rojas en este momento.

— Lo has dicho. — Suguru sonrió.

— ¿Puedo decírtelo una y otra vez? — Satoru sonrió.

— Solo si prometes que nunca te cansarás de decirlo.

Cornelia Street. [SatoSugu]Where stories live. Discover now