33.

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Satoru acababa de salir de la habitación donde estaban tratando a Suguru. Ya había terminado y ahora lo dejaría descansar un par de horas para que la anestesia pasara.

Frente a la maquina de café, Satoru tenía una mirada plana y unos ánimos por el piso. Mahito ahora estaba tras de él esperando que volteara para confrontarlo.

Cuando el albino volteó y se encontró con los molestos ojos de Mahito, casi se le sale el alma del cuerpo del susto.

— ¿Qué carajos, Mahito? — Satoru agarraba bien su taza de café que casi se le resbala y miraba con molestia al chico.

— No sé qué estás tramando o lo que intentas lograr, pero ya mismo me vas a decir qué tiene Suguru. — el rostro de Satoru pasó de una molestia a una sorpresa. Una nerviosa sorpresa.

— ¿Qué? — dijo sonriendo un poco. — ¿De qué hablas? — Mahito rodó los ojos.

— Habla si no quieres que me saquen de aquí los guardias después de haberte roto la cara. — Satoru enarcó una ceja.

— ¿Estás amenazandome? — Mahito se cruzó de brazos mientras asentía.

— Oh, créeme que lo hago. — Satoru ladeó un poco su cabeza.

— Por dios, escúchate. Es ridículo. — Mahito frunció el ceño. — ¿Qué se supone que estoy ocultando?

— No lo sé, tú dime. — Satoru se encogió de hombros.

— No tengo idea. — Mahito entrecerró sus ojos.

– Nanami me lo contó todo. — mintió Mahito. Nanami no le había dicho nada, pero esperaba que Satoru le creyera y soltara la verdad.

— ¿Qué se supone que es todo? — Satoru lo miraba ahora más nervioso. — Mierda, estúpido Nanami. — dijo Satoru apartando la mirada.

Mahito tragó saliva. Ni siquiera sabía si realmente algo estaba pasando, pero con la reacción de Satoru, estaba más que claro que sí.

— Quiero que tú me lo digas, Satoru. — el albino suspiró y miró a Mahito con notable tristeza.

— ¿Qué se supone que te dijo Nanami? — Mahito se encogió de hombros.

— Lo suficiente para saber que es algo más que un simple sindrome como lo hiciste ver. — El albino volvió a suspirar.

— No se lo digas a Suguru. — Mahito iba a reprochar, pero Satoru continuó hablando. — Tiene una complicación en su hígado. Esa es la razón por la que come tan poco, siempre siente que tiene una hinchazón o que está lleno.

— ¿Pero eso puede sanar? — Satoru apartó la mirada.

— Se necesita transplante. — Mahito lo miraba aterrado. — Estoy en eso, estoy buscando...

— ¿Por qué no lo sabe Suguru? — Satoru lo miró sin decir nada. — ¿Por qué estás mintiéndole y haciéndole creer que ya pronto saldrá como si nada?

— Porque lo hará. — Mahito negó con la cabeza lentamente.

— Dime la verdad, Satoru.

Al final del pasillo Utahime estaba buscando las llaves de su auto en su bolsa. Iba a ver a Mei por última vez antes que la trasladaran para el juicio. Cuando las encontró y levantó su mirada, lo primero que vio fue a Mahito pasando una mano por su cara frustrado. Satoru estaba mirando al piso con su labio apretado.

Suguru, Utahime recordó que Suguru ahora estaba en el hospital y que era Satoru quien estaba atendiendo su caso. Grave error.

Una vez había llegado a donde tenían a Mei esperando ser juzgada, sus ojos se llenaron de lágrimas. Mei estaba cada vez más delgada y tenía lesiones en todas partes.

— ¿Qué te hacen aquí, Mei? — Utahime no dejaba de llorar.

— ¿Por qué sigues viniendo? — Mei no miraba a Utahime. — Te dije la última vez que estuviste aquí que ya no quería verte. — Utahime bajó la mirada.

— No tienes que pasar sola por esto, estoy aquí para ti. — Mei la miró. Su mirada estaba fría y vacía.

— Yo no quiero ni necesito tu compañía. —
la pelinegra tragó saliva. — Lárgate y ya.

— No tienes que ser así de cruel, no tienes que intentar protegerme. — Mei suspiró.

— Utahime, no tengo salida de esto, no tengo cómo hacer que se pruebe mi inocencia porque no soy inocente. — el tono de voz de Mei hacía que Utahime quisiera hacerse bolita. — Estoy cansada de que vengas aquí a restregarme tu maldita libertad.

— ¿Qué? no, yo no quiero hacerte creer que solo vengo a...

— No quiero volver a verte. — Mei se acercó un poco a Utahime. — Así que mueve ese maldito trasero y sal de aquí. — Utahime la miraba con sus ojos llenos de lágrimas.

— ¿Ya no me quieres? — Mei hizo una mueca.

— ¿Cuándo te quise? — el corazón de Utahime se saltó un latido. Quería pensar que era una broma lo que estaba escuchando. — Facilitabas mi trabajo, me ayudabas en las cosas que se me hacían pesadas y, hasta me regalabas medicamentos para mi hermano "enfermo" — hizo comillas en el aire. — Sin saber que simplemente los vendia fuera del hospital.

Utahime apretó su labio inferior con fuerza. Mei estaba mintiendo.

— No tienes que decir todo eso para alejarme, Mei. — la albina gruñó.

— Utahime, estoy teniendo sexo con mis compañeras de celda. — la pelinegra cerró sus ojos con fuerza. — No necesito nada de lo que tú me diste.

— No me importa. — susurró Utahime. — No me importa nada de lo que dices. — Mei la miró enojada.

— ¿Entonces, qué? ¿pretendes estar estancada toda tu vida en una tipa que van a encerrar mañana? — Utahime negó con la cabeza.

— No van a condenarte. — Mei resopló.

— Y sigues con esa estúpida ilusión. — Utahime no dijo nada. — Lárgate de aquí.

— No quiero.

— Entonces, me largo yo. — Mei se levantó de la silla y, antes de comenzar a caminar, miró a Utahime. — Solo una cosa. — la chica levantó la mirada.

— ¿Qué?

— Mantente alejada de Satoru. — Utahime frunció el ceño.

— ¿Qué? — Mei suspiró.

— No te involucres mucho con él, ¿está bien? — Utahime se levantó.

— Sabes que lo detesto, pero... ¿qué pasa con él? — Mei negó con la cabeza.

— Solo haz lo que te digo. — Mei se dio la vuelta y comenzó a caminar. — No quisiera que también terminaras aquí. — susurró.

En el hospital, Nanami miraba a Satoru con sus ojos entrecerrados.

— ¿A qué te refieres con que conseguiste donante? — Satoru asintió.

— Sí, justo esta mañana recibí el correo. — Nanami lo miró extrañado.

— ¿Por qué lo recibiste tú y no yo? — Satoru se encogió de hombros. — Aparte, estaba en lista de espera desde...

— Lo importante es que se consiguió. — dijo Satoru cansado de la conversación con Nanami.

— Sí, pero...

— Mch, estoy ocupado en otras cosas, solo venía a informarte que vamos a hacer el transplante la próxima semana. — Nanami chasqueó sus dientes.

— Está bien. — Satoru sonrió y salió del consultorio de Nanami alegre.

El rubio se sentó en su escritorio y comenzó a morder la parte de adentro de sus mejillas.

— ¿En qué te estás metiendo, Satoru?

Cornelia Street. [SatoSugu]Where stories live. Discover now