21.

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Agosto se había acabado como una botella de vino. Satoru había finalizado su contrato en el hospital y, por obvias razones, ya no iba a renovarlo. Satoru había decidido no trabajar más ahí.

Utahime, desde la oficina de Mei, rodó los ojos cuando vio pasar a Satoru por ahí con un par de cajas. Se iba oficialmente el viernes y ya estaba recogiendo todas sus cosas.

— ¿Todavía no lo soportas? — preguntó Mei subiendo los pies en su escritorio luego de ver la mueca que puso su la chica al ver pasar al albino.

— Lo tolero. — se encogió de hombros haciendo sonreír a Mei.

Utahime iba a continuar hablando, pero en la puerta aparecieron un par de oficiales. Mei bajó sus pies rápidamente y miró a los presentes un poco asustada.

— ¿Qué pasa? — Utahime miraba a los oficiales con sus ojos muy abiertos.

— ¿La doctora Mei? — la mencionada tragó saliva. Utahime volteó a verla un poco asustada.

— Soy yo. — la chica se levantó del escritorio intentando mantener la calma.

— Está detenida. — ingresaron al consultorio y uno de ellos se puso tras Mei colocándole unas esposas.

— ¿QUÉ? — gritó Utahime mirando a los oficiales asustada. Miró hacia la puerta y notó a Nanami con sus labios apretados. Utahime no entendía qué estaba pasando.

— Tienes derecho a guardar silencio, en caso de que no puedas pagar un abogado, se...

— Espera, esto es una equivocación. — Utahime tiró del brazo del oficial. — No sé qué está pasando, pero ella no ha hecho nada malo. — Utahime miró a Mei. — ¿Por qué no te defiendes? algo está mal, Mei.

Ahora estaba más personal del hospital parado frente a la puerta del consultorio de Mei un poco impresionados por todo lo que estaba pasando.

—Doctora Mei, detenida por tráfico de órganos. — Utahime casi se atraganta con su saliva cuando escuchó eso.

— ¿De qué... ? — Utahime comenzó a respirar de forma agitada. — ¿De qué están hablando, Mei? — la mencionada apartó la mirada.

— Señorita, está interrumpiendo con...

— ¿Es en serio? — Utahime miraba a Mei con sus ojos cristalizados.

La pelinegra nunca se lo había dicho a nadie, pero, más que mejores amigas, habían desarrollado un pequeño enamoramiento una por la otra. Utahime creía que la conocía bien, sus tardes, madrugadas, noches, mañanas, todos sus turnos la pasaban juntas.

Utahime pudo sentir que todo dentro de ella se enfriaba. Pensaba en Mei como una persona excepcional, de las personas más amigables y generosas que había conocido.

¿De verdad su Mei Mei estaba haciendo algo tan asqueroso como eso?

— Mei, responde... — los oficiales comenzaron a caminar con Mei fuera del consultorio.

Utahime los estaba siguiendo.

— Mei, ¿qué hiciste? — la pelinegra ahora estaba llorando. Abrazó a Mei y siguió llorando. — Diles que es mentira, diles que...

— Utahime. — Mei por fin habló. La mencionada se alejó un poco para mirar a los ojos a la chica. — En la vida hay decisiones que tendrán grandes consecuencias.— Utahime la miró aterrada. — Ahora, largo de aquí y...

— Yo soy cómplice. — Utahime miró a ambos oficiales.

Mei casi se desmaya.

— Yo sabía de todo lo que ella hacía y...

— ¡Cállate! — gritó Mei haciendo que Utahime se sobresaltara. — No tienes nada que ver y nunca lo tendrás porque no eres una mierda de persona. — la chica tragó saliva.

— Mei... — Utahime miró a los labios de Mei.

— Tú tranquila, yo nerviosa. — Mei le guiñó un ojo a la chica y, finalmente, los oficiales salieron con ella del hospital.

Utahime cayó de rodillas al suelo llorando. Nadie entendía porqué estaba tan afectada. Nadie más que ella y Mei sabían las cosas que hacían cuando nadie las estaba viendo. Nadie más que ella sabía lo mucho que quería a Mei.

Satoru miraba hacia la escena con Shoko a su lado. ¿Qué carajos había sido eso?

— ¿Sabías algo sobre eso? — preguntó Shoko mirando a Satoru preocupada.

— Absolutamente nada. — Shoko suspiró.

— Espero que todo sea un malentendido, Mei no parece esa clase de persona. — Satoru enarcó una ceja.

— ¿De verdad? ¿No esperabas eso de la persona que hasta te vende las galletas que son gratis de la sala de espera? — Shoko lo miraba sin comprender. — La mujer hace todo por el dinero.

— ¿Pero hacer algo tan turbio por algo que no le falta? — Satoru se encogió de hombros. — Por dios, tiene un excelente trabajo, ganaba bien. No tenía que llegar a esos extremos.

Esa misma tarde, Satoru llegó a su departamento y lo primero que vio en la entrada fue al pequeño gatito que semanas atrás había adoptado junto a Suguru.

La puerta del departamento de Suguru estaba entreabierta, lo cual indicaba que el gatito se había salido sin querer.

El albino tomó al gatito y, con pasos cuidadosos, se asomó en la entrada de la puerta del departamento de Suguru. Nadie, no había nadie en la sala.

Soltó un suspiro que había estado conteniendo y abrió un poco más la puerta para poder entrar y poner al gatito dentro de la casa.

Cuando había dejado al gatito sobre la almohadita que le habían comprado para ser su cama, se sobresaltó cuando unos ojos juguetones lo miraban desde la puerta entreabierta de una de las habitaciones.

— ¿Entras a las casas sin avisar? — Mahito abrió la puerta de la habitación para que Satoru pudiera verlo.

— No, yo... — el albino retrocedió un par de pasos. — El gatito se salió y quise traerlo. — Mahito lo miraba con una sonrisa curvada.

— Ya veo. — Mahito lo miraba fijamente.

— Bueno... — Satoru suspiró. — Debo irme.

— Bien puedas. — Satoru asintió y comenzó a caminar hacia la salida, pero se detuvo un momento.

– ¿Está Suguru? — Mahito negó con la cabeza.

— No, ¿por qué te interesa? — Satoru frunció un ceño ante la respuesta del contrario. Nunca le había parecido tan grosero.

— Nada, solo... solo me gustaría hablar con él. — Mahito hizo una mueca.

— Qué pena, no creo que él quiera. — Satoru lo miraba sin decir nada. — Parecía estar muy dolido después de haber hablado contigo en el pasillo ese día. — Satoru bajó la mirada. — ¿Qué fue lo que dijo? Ah, sí... dijo que el amor era la peor maldición de todas. Al parecer se arrepentía de haberse enamorado de ti.

La mirada clavada en el piso de Satoru le hizo entender a Mahito que el chico no estaba dispuesto a decir algo más.

— ¿No te ibas? — el albino levantó su cabeza y asintió lentamente. Con pasos forzados, caminó hacia la salida y justo en la puerta, se volteó a mirar a Mahito.

— ¿Crees que esté arrepentido de verdad? — Mahito se encogió de hombros.

— Claro, viejo, yo sí creo en lo que Suguru dice. — Satoru apretó sus labios con fuerza y volvió a asentir para finalmente salir del lugar.

Mahito suspiró y tomó un par de píldoras para la migraña que estaban en la estantería de la cocina. Sirvió un poco de agua en un vaso y comenzó a caminar hacia la habitación de Suguru.

El pelinegro dormía, pero tenía un pañuelo mojado en su frente. Mahito lo había estado cuidando todo el día y su fiebre no bajaba.

— Ya estoy de vuelta. — Mahito susurró mientras le sonreía al cuerpo dormido de Suguru.

Muy atentos a este capítulo... se vienen cositas.

Cornelia Street. [SatoSugu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora