Capítulo 5

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No le habían cubierto los ojos otra vez, de todas maneras, lo único que Louis podía ver por la ventana del vehículo en el que viajaba era absoluta oscuridad.

Volteó a ver al alfa sentado a su lado en los asientos traseros del vehículo en el que viajaban. Tragó saliva y apretó los labios, hasta ese momento, sólo se había sentido seguro a su lado. Es decir, ese alfa no se había portado mal con él en ningún sentido. No habían hablado mucho, pero tampoco le había dedicado miradas o palabras indeseadas.

Aunque todavía estaba el tema de que le había llamado, "mi omega". Él no era el jodido omega de nadie.

—¿Estamos en Doncaster? —ingadó de la nada. Era claro que no, pero necesitaba obtener algo.

El alfa volteó a verlo—. No.

—Hm... ¿Otro país?

—Quizás.

Bufó.

—¿Puedes decirme dónde estamos?

—Edimburgo. —respondió el alfa.

Louis tragó saliva.

—Así que Escocia... —murmuró—. Estoy muy lejos de casa.

—Eras de Doncaster. Y la Luna te trajo aquí.

Eso sonaba como una idiotez. Louis no lo dijo.

—Fue mi destino.

—El destino que la Luna eligió. —agregó el alfa.

Testarudo, claro. ¿No era eso de los omegas?

—No soy muy creyente. —Louis admitió.

—Aprenderás a serlo.

Suspiró, volvió a ver al alfa—. Así que te llamas Styles.

Vio al alfa sonreír por primera vez—. Ese va de apellido. Mi nombre es Harry.

—Como el príncipe.

—Pero soy alfa.

—Sí, yo tampoco esperé que él fuese un omega.

—No hay nada de malo en serlo.

Volteó a verlo—. Yo no lo creo así. Mira dónde terminé, y sólo por serlo. A ti no te habría ocurrido algo así.

[...]

Dejó de ser acompañado por el alfa luego de que llegarán a una enorme casa. Lujosa, y de apariencia un poco medieval. Claro que estaban en Edimburgo.

Una mujer beta le tomó del brazo, y Louis después de dedicarle una rápida mirada en vano a Harry, pues el alfa veía en otra dirección, decidió dejarse llevar.

—Estás helado —soltó la mujer.

Louis no se sentía amenazado por ella, así que sólo asintió.

—Me metieron en un cubo de agua fría.

—Hueles raro.

—El agua tenía sangre. —confesó.

—Sí, lo sé. ¿Eso cómo justifica tu olor a perro?

Aguantó la sonrisa que se quiso adueñar de sus labios.

—Las mantas son prestadas.

—Sí, no te ves como alguien que huela a perro en su vida diaria.

Subieron unas brillantes escaleras de mármol a paso calmado, la mujer no soltó en ningún momento su brazo, y Louis no quería ser soltado en absoluto.

—¿Sabe cómo llegué aquí?

Louis le miraba cuando ella le dedicó una mirada, con ambas cejas arriba.

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