Capítulo 10

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El alfa había despertado temprano como era su buena costumbre.

Ni siquiera pudo quejarse del calambre en su espalda cuando se levantó de entre las mantas en el suelo con lentitud y echó un vistazo a la cama donde su omega todavía seguía durmiendo profundamente con una calma agradable en el rostro abrazando con sus delgados brazos una de las enormes almohadas que se esparcían por toda la cama.

Los cabellos castaños del chico estaban desordenados en todas direcciones y sus respiraciones eran suaves y tranquilas. Como si estuviese durmiendo encima de una nube.

Harry quería quedarse allí viéndolo por siempre. Adorando cada parte de él, agradeciendo a la Luna por haberlo traído finalmente a sus brazos. Sonrió socarrón, con un orgullo enorme llenándole el pecho, pero es que tenía al omega más hermoso del mundo, quería espolvorearselo a todos en la cara para que nunca jamás volvieran a cuestionar de su fiel creencia hacia la Luna.

Ella, entre letras de viejos libros en idiomas que a veces ni siquiera él mismo comprendía, sueños enigmáticos y visiones borrosas le había prometido algo bueno si esperaba, y allí estaba, de estatura pequeña, labios delgados y un carácter peculiar. Harry no podía pedir más. Sabía que allí estaba su todo.

Durante años su padre le vió con el mentón en alto junto a un rictus amargo juzgandole con palabras mudas el que apareciera nuevamente ante sus ojos sin compañía alguna. Le dedicaba algunas muecas cuando Harry alzaba los hombros y decía que no tenía apuro en encontrar una persona para amar. Le gruñía cuando Harry negaba indiferente a sus exigentes propuestas de buscar compañía. Pero si sólo le soportaba porque al visitar a su madre, tenía que verle la cara a él, qué derecho tomaba para decirle que debía buscar compañía alguna.

En aquel entonces Harry no había podido estar menos interesado en alguien más que en sí mismo. No se encontraba preocupándose por algo más que sus propios intereses. No se veía hablando suave y preguntándose por las necesidad de otro que no fuese él.

Su mundo se centraba en firmar contratos, lanzar amenazas a medio país, jactarse frondoso cuando conseguía hacer caer a su competencia, asesinatos, sangre, gloria.

Todo se resumía a su trabajo. A esas noches largas donde dormir no era una opción cuando estaba a punto de hacerse del mandato de una cadena de narcotráfico que se extendía por todo el país. Donde debía cuidar su espalda a la par que debía viajar alrededor del planeta.

Sonriendo cuando hubo acabado en la cima de todo. Con fieles y leales compañeros a lado. Cuentas bancarias que le tomarían varias vidas vaciar. Infinito temor, infinito respeto.

Disfrutó tanto cuando su esfuerzo dio frutos, pero tanto, tanto...

Hasta que un día lo material se volvió inmaterial y simplemente hubo un vacío que no pudo llenar con absolutamente nada.

Se sintió tan solo, miserable...

Cayendo en un profundo silencio luego de un largo día de trabajo. Entrando en una lúgubre habitación vacía, para sumirse en la soledad que él mismo se jactaba de disfrutar. Parpadeando a la nada, mientras escuchaba su propio respirar.

Entonces se permitió imaginar.

El cómo sería tener el suave peso de alguien encima del pecho acariciándole gustosamente la piel con suavidad, alguien que le sonriera con emoción cuando le mirase entrar por la puerta, alguien que trepara entre sus brazos solo para decirle cuánto le apreciaba, porque venga, la gente podía tenerle de todo, menos aprecio.

La gente le temía, porque tenía un camino largo detrás donde podía verse sólo sangre.

La gente le odiaba, porque a veces su sonrisa solo procedía al caos. Donde sus manos terminaban con sangre.

Luna de Sangre Where stories live. Discover now