Capítulo 4

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Resopló con la irritación llegando a los límites que su cuerpo podía soportar.

Tres horas. Tres horas frente a su escritorio sin poder resolver un ejercicio de matemáticas. ¿Cómo lograría tener una calificación perfecta en la próxima prueba si no era capaz de resolver un ejercicio sin querer llorar?

Era un problema grave. No tenía oportunidad. Anh buscó tutoriales en redes sociales, la ayudaron a medias, retrocedió sobre sus pasos, resolvió el ejercicio más de cinco veces con los mismos resultados y seguía sin comprender que influía para que sus cálculos fueran erróneos.
Un chillido de frustración escapó de sus labios. Al regresar seguiría practicando, su cerebro se encontraba tan entumecido que ya no se sentía en condiciones para razonar.

Se levantó de su escritorio, se dirigió al baño y se lavó el rostro con agua helada. Esperando que eso la ayudará a centrarse, a que sus pensamientos dejarán de correr en círculos repitiendo las mismas palabras.

"Eres un fracaso"

Tragó saliva, salió del baño y tomó el termo lleno de agua de encima de su escritorio y le dio un sorbo breve.

Miró de reojo el reloj en su escritorio, nueve y cuarenta de la mañana. Era suficiente. No hizo nada más en la mañana. No tomo la clase de su curso, no estudió idiomas, no se permitió distraerse dibujando o leyendo por que las actividades escolares eran prioridad. Solo pudo desayunar, asistir al gimnasio en la mañana, leer la biblia por unos escasos minutos antes de sentarse y forzar a su cerebro a comprender lo que tenía que hacer. Nada más. Y se sentía inútil por no ser capaz de gestionar su tiempo de una manera más eficiente.

Suspira, cerró la carpeta llena de ejercicios y rebusca en uno de sus cajones su libreta de color negro, la abre, las páginas están empapadas de su letra escrita a mano con tinta.

Se sienta, respira unos breves segundos y toma un bolígrafo antes de empezar a plasmar pensamiento tras pensamiento en la página vacía. Pasa una hora, sigue escribiendo, derramando cada pensamiento que la atormenta en esa hoja, esforzándose por dejar todo. Lo aprendió de pequeña. Si no tenías nadie con quién hablar había dos opciones. Y esa era la segunda.

Suelta otro suspiro.

La primera opción era su favorita, y la más eficiente: La oración.

Se levanta, y va a prepararse para asistir a la escuela. Los nervios y la ansiedad le revuelven el estómago.

—Voy a lograrlo.

Se dice a sí misma.

Su voz carece de seguridad.

No posee certeza suficiente para repetirselo una vez más.

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—¿Cómo?

Repitió Anh, incrédula.

¿Cómo que debía repetir una prueba por que algún inútil había pérdido el examen?

—Él dijo que se lo entregaría, ¿No lo ha hecho?

Unió las piezas con agilidad y fue cuestión de segundos para que la bombilla dentro de su cerebro se encendiera. Joshua.

—No. Le preguntaré de inmediato. Desconocía que él tuviera mi examen.

Sus amigos le informaron que ayer, luego de que ella se retiró el profesor de química había entregado varios exámenes, Anh corrió a preguntarle por el suyo llevándose la sorpresa de que él no lo tenía y debía buscarlo o se vería en la obligación de repetirlo por una mala organización. No había anotado en sus registros el resultado de la prueba.

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