La única zebra de la selva...

39 22 0
                                    

Regresé a la clase como un soldado caído en guerra y el resto de la clase no paraba de mirarme al mismo tiempo que susurraban cosas que no podía entender pero que estaba segura que eran sobre mí. Me sentía como un saco de patatas inservible y ahora había pasado de ser el chico que enfrentó al alfa a convertirme en el idiota que vomitó en la clase de deportes. Me quería morir y Adam no lo hacía más fácil. —No puedo creer que hayas vomitado en la clase del señor Tadeo—se rió. —Jamás pensé que iba a encontrar a alguien con menos suerte que yo.

—Ya cállate por favor. Hablemos de otra cosa—le exigí mientras caminábamos hacia la cafetería.

—Bien, ¿cómo te fue con tu nuevo compañero de cuarto?—no sabía ni por dónde empezar a explicarle que compartía cuarto con el chico que le gustaba y que intentó darle una paliza.

—Sabes qué mejor continuemos con la escena del vómito—le respondí y sus ojos se posaron en los míos con una mirada de confusión.

—Vamos, ¿tan mal te fue?—preguntó y yo solo asentí con la cabeza.

—Así que eres el chico con más mala suerte en este mundo, pobrecito Antón—se compadeció de mí y me regaló una palmada de espalda sumada con una sonrisa. —No te preocupes amigo, de seguro todo va a mejorar.

—Eso espero—suspiré esperando que mi vida en este Colegio se arreglara un poco pero eso estaba lejos de pasar porque lo peor aun estaba por suceder y es que yo no solo encajaba porque por dentro sabía que era una chica sino que también era pobre lo que al parecer en este Colegio era un crimen. Al mirar a todos los estudiantes tan perfectos y bien vestidos me di cuenta que yo era el único que sobresalía pero no porque fuera especial si no porque era diferente en el peor sentido. Mi ropa no era de marca y los colores de mis prendas ya se habían desgastado. Todo lo que pude hacer fue bajar mi cabeza para detener las miradas ásperas y frías que se posaban sobre mí. Busqué un asiento y me senté junto con el único chico a quien no le desagradaba.

Fui y busqué algo de comer, no podía creer que hubieran tantas cosas para elegir. La carne  se veía deliciosa y toda jugosa. Tengo que admitir que ver toda esa comida me llenó de felicidad y esperanza. Vi luz entre medio de tanta oscuridad. Me serví de todo, me encantaba que la cafetería fuera estilo bufet así podía poner en mi plato todo lo que quisiera sin limitarme. Me puse algunas frutas, un lomo y no podían faltar una porción de arroz. Iba muy contenta con mi plato lleno de comida hasta que unos chicos me detuvieron.

—Oye tú pequeña cucaracha, detente—me miró con unos ojos penetrantes un chico de alta estatura con cabello pelirrojo y ruidosas pecas en sus mejillas. Es mismo que me dijo que había encestado por accidente —Él te está buscando...—señaló con su mirada a Oliver y mi piel se estremeció.

—Dile que lo atenderé después de que me devore toda mi comida—sonreí y traté de escabullirme a la mesa con Adam pero él pelirrojo no me lo permitió.

—Que lástima que tengas que esperar para comer porque mi amigo es un poco impaciente y cuando no lo obedecen suele irritarse muy fácilmente. ¿Verdad que no quieres hacerlo molestar?—estaba segura de que no deseaba eso pero tampoco quería no poder comer todo lo que me había servido.

—Esta bien iré a donde él—contesté desganada. Finalmente me venció el miedo. Pensaba que habíamos terminado en buenos términos pero al parecer su asunto conmigo seguía pendiente. Tragué saliva y caminé hacia Oliver sin soltar mi bandeja escoltada por el grandulón pelirrojo. Llegamos hacia él que nos esperaba sentado con las piernas estiradas y cruzando sus brazos.

—Ya estoy aquí, ¿para que me buscas?—le pregunté sin poder mirarlo a los ojos. Tenía miedo de encontrarme frente a esos ojos oscuros intensos como dos hoyos negros capaz de succionar todo a su paso.

De venganza y otros placeresWhere stories live. Discover now