El juego decisivo

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No sabía por cuanto tiempo más Oliver seguiría enojado conmigo y por su actitud conmigo al levantarse sospechaba que aún no había escuchado mis disculpas. Se fue tan rápido y aunque intenté darle los buenos días me ignoró cómo si no existiera. Que mucho me incomodaba este silencio que yo misma causé, era cómo si yo dejara de existir cada vez que Oliver no me miraba a los ojos. ¿Es que por qué tuvo que quedarse dormido en el momento más crítico? Yo me abrí sin miedo, fui vulnerable, le confesé mis sentimientos de arrepentimiento y él solo se quedó dormido. En ese momento solo deseaba estar en el radar de ese chico aunque sea para que me peleara, que me llamara lagartija como siempre solía llamarme o lo que sea. Quería saber de algún modo que no le era indiferente. Así que en un momento de locura corrí hacia él, fue como un impulso instantáneo. Lo tomé del brazo y como si de decir mis últimas palabras se tratara abrí los labios.

—Me gustas Oliver—dije casi temblando.

—Yo no puedo gustarte. Somos hombres, ¿lo recuerdas?—me miró con tanta frialdad que mi pecho se quebró por completo.

—Sí lo sé que somos chicos, bueno tú si lo eres pero yo no—le confesé mirando hacia el suelo.

—¡Que locuras dices Antón!—me recordó. –¡Tu eres un chico!

—¡No Oliver! Yo no soy un chico, yo soy Antonella Rossi aquella chica tímida con la que solías jugar hace muchos años. ¿Me recuerdas?—me acerqué con los ojos llenos de lágrimas para rogarle que viera a través de ellos.

—¿Hablas de Antonella Rossi?—me preguntó pasmado.

—Sí, tu Antonella Rossi. Prometiste cuidarme por siempre en aquel arroyo que quedaba a unas cuadras de tu casa. ¿Lo recuerdas?—le recordé su promesa, esa que me hizo hace años atrás cuando aún éramos unos niños ajenos a tanto dolor. Quería saber si aún se acordaba de que me había jurado que nunca me dejaría sola.

—¡Tú no puedes saber eso!—exclamó incrédulo con los ojos a punto de salirse de su cara.

—Sí puedo saberlo, porque yo soy ella. ¡Solo mírame!—agarré sus mejillas y lo acerqué a mi rostro para que me viera de cerca.

—¿Eres tú mi Antonella?—me preguntó con los ojos aguados.

—Sí soy yo y te he estado esperando todo este tiempo—le confesé en un susurro. —Te quiero Oliver y deseo que no te sientas cohibido de sentir algo por mí porque yo soy una chica—agarré sus manos y las coloqué en mi pecho. –¿Puedes sentir como mi corazón late por ti?

—Sí creo que puedo sentirlo y el mío también está latiendo por ti—me sonrió y de repente todo mi mundo se iluminó porque Oliver ya no me veía como un chico pero luego mi sangre se congeló instantáneamente cuando vi como él fruncía sus labios para darme un beso y lo hubiera hecho. Me hubiera besado si no alguien no me hubiera despertado bruscamente de este hermoso sueño con un bolazo en la cabeza. No sé cuanto tiempo estuve en trance, ni por cuantas horas estuve soñando despierta solo supe que cuando me levantaron ya estaba en la clase de deportes y ahora me encontraba en el suelo de la cancha muy desorientada. Ni siquiera tenía idea de como llegué aquí, es como si hubiera estado todo este tiempo en piloto automático.

—¡Despierta cara de lagartija!—se me acercó Sabas recogiendo la pelota del suelo. —¿Dónde tienes la mente flacucho?—me preguntó en tono jocoso.

—Pues no pensando en ti definitivamente salvaje—me sacudí la ropa e intenté levantarme. —Así que no te importa...—estaba cansada de que siempre me trataran como una basura como si yo no valiera nada. No sé si eso era cosas de chicos o simplemente algo que me tocaba por verme un poco diferente. Ya saben la gente siempre rechaza todo aquello que está fuera de la norma.

De venganza y otros placeresOnde histórias criam vida. Descubra agora