Deja vu

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Me puse nerviosa cuando me hizo la pregunta, si le confesaba que estuve llorando me vería obligada a decirle el motivo por el que estaba desolada pero al mismo tiempo era imposible ocultar que lo estuve haciendo así que negarlo no serviría de nada. Estaba en una encrucijada y no sabía como salir de ella, cada vez se me hacía más difícil mentirle a Oliver porque cuando lo hacia se me partía el corazón en mil pedazos. Había empezado a sentir cosas por él, sentimientos tan fuertes que no podía controlar y eso me angustiaba porqué sabía que nunca iba ser correspondida por él. No con esta identidad de chico, ni siquiera como chica porque siendo quien verdaderamente era quererlo era algo inaceptable. Su padre jamás lo aceptaría y me enviaría tres metros bajo tierra. —Vamos ya dime. ¿Estabas llorando?—me insistió de nuevo sin quitarme los ojos de encima.

—¿Para que quieres saber si estaba llorando? ¿Para decirme que soy un debilucho como siempre haces?—le respondí con otra pregunta y luego me sacudí los ojos con el antebrazo.

—Relájate Anton, tampoco es para tanto—soltó una risita burlona al verme tan brava. —Solo te pregunté porque vi que tus ojos estaban algo hinchados. Eso es todo—dijo con un tono tranquilo y a la misma vez tierno. Era la primera vez que Oliver mostraba ese lado tan humano y comprensivo. Las otras veces que lloré frente a él lo primero que hizo fue regañarme pero ahora por algún motivo no lo hizo.

—Pues para serte sincero si estaba llorando. Seguro estarás pensando que debo ser el chico más patético que has conocido—me disculpé secándome las lágrimas de los ojos.

—A veces si eres un poco patético pero no pienso que debas sentirte así por llorar por la situación de tu padre. Si mi papá tuviera que comer de la basura seguro me sentiría igual de mal—al escucharlo decir eso mi corazón se achica un poco más porque de revelarse la verdad de lo que pasó hace unos años atrás la situación de su padre sería mucho peor que la de Rona. —Aunque no creo que me echaría a llorar porque no soy de esos que se desarma tan fácilmente pero estoy seguro de que sí me afectaría aunque no lo parezca—Oliver definitivamente era de esos chicos a los que les costaba expresar sus sentimientos, de esos que veían debilidad en demostrar sus emociones sobre todo aquellas que te rompen en mil pedazos.

—Así que eres de esos que odia llorar.

—Cuando lo vas a entender Anton que llorar es solo para débiles— escuchar eso por algún motivo me produjo una sensación de tristeza.  Seguramente el hecho de que Oliver considerara llorar un signo de debilidad me parecía lo mas triste de el mundo porque eso significaba que era un chico al que le asustaba sentirse vulnerable. Me preguntaba si había algún motivo oculto por el cual no se permitía expresar esas emociones que eran tan necesarias para desahogarse y sacar de nuestro interior todo aquello que nos hace sentir pesados.

—Entonces prefiero ser un debilucho si eso significa no quedarme con nada adentro porque llorar es solo eso dejar salir eso que nos atormenta para que ya no duela más—mostré mi desacuerdo. No sé por que muchos estigmatizaban tanto el llanto como si fuera algo verdaderamente malo.

—Y yo no esperaba menos de ti Anton, tú no tienes ningún complejo. Es por eso que no pienso que seas patético, a lo mejor el patético sea yo por ser tan acomplejado—en ese instante la atmósfera se puso extraña como si algo íntimo fuera a pasar. Aquellas palabras se sentían como una confesión, era la primera vez que escuchaba algo agradable de esos labios rojizos y carnosos. Siempre me había llamado lagartija o débil pero en ahora me confesaba que yo no le parecía tan poca cosa.

—No Oliver, tú jamás serías patético. Eres el chico más impresionante que conozco—le confesé con una voz suave. Me sentía estúpida por sentirme así sobre todo porque nunca seria correspondida y mientras él me miraba fijamente como si pudiera atravesarme con sus ojos mi respiración comenzaba a acortarse por unos minutos. Comenzaba a sentir como si el aire no me llegara a los pulmones y estaba segura de que si esta atmósfera tan íntima continuaba ya no podría respirar. Estábamos tan cerca el uno del otro que estaba segura de que si su telefono no hubiera sonado yo hubiera hecho algo de lo que probablemente me arrepentiría.

De venganza y otros placeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora