Un duro entrenamiento...

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Eran como las cinco de la mañana cuando sentí la suela de un zapato en mi espalda. La fuerza con la que me patearon fue tanta que hizo que todo mi cuerpo se cayera hacia suelo
—¡Despierta dormilón!—gritó una voz familiar a la cual ya estaba acostumbrada.

—¿Por qué no me dejas dormir? Todavía es temprano—era fin de semana y no quería levantarme así que me acurruqué de nuevo a mi almohada que también estaba en el suelo.

—¡Vamos idiota!, pensé que dijiste que querías entrenar—no podía creerlo lo que mis oídos estaban escuchando. ¿En verdad Oliver iba a entrenarme? La emoción era tanta que rápido me puse sobre mis pies.

—Pero dijiste que necesitabas un incentivo y no tengo nada paga ofrecerte—comenté con cierta tristeza.

—Luego se me ocurrirá algo. ¿Ahora dime quieres entrenar? ¿Sí o no?

—¡Sí, quiero!—respondí con una sonrisa entre dientes.

—Bien, entonces ponte ropa deportiva antes de que me arrepienta.

—¡Sí, señor!—agarré unos pantalones anchos cortos hasta las rodillas y una camisa roja de manga corta. Me metí al baño y me cambié la pijama. No podía esperar a que Oliver me convirtiera en un temible chico. Así de seguro ya no tendría que preocuparme de que la débil de Antonella tomara el control de mí. Esta vez si alguien me molestaba debía defenderme porque yo tenía que demostrar que yo era un varón fuerte como todos los demás.

Salimos hacia fuera de nuestras habitaciones y caminamos hacia la cancha. El Colegio estaba vacío, parecíamos que éramos las únicas dos almas aquí. —Podemos ir a la cancha, creo que es el lugar más cómodo para entrenar—me sugirió y yo asentí con ña cabeza. Al llegar a la cancha Oliver se dejó caer en uno de los asientos.    —¡Corre!—me ordenó. —Quiero que corras como si detrás de ti hubieran leones a punto de cazarte—su orden me dejó un poco confundida. Se supone que debo aprender a pelear, no a huir.

—Se supone que me vas a enseñar a pelear no a correr como niña—repliqué.

—¡Para eso debes estar en buena forma idiota!, ¿no has visto tu condición física? Necesitas ganar un poco de peso sabandija o van a burlarse de ti por siempre— gruñó.

—Pero si corro voy a perder las pocas libras que he ganado.

—¡Es para calentar estúpido! Te compraré cinco hamburguesas cuando terminemos de entrenar te lo prometo—Oliver siempre se comportaba grosero. Me llamaba estúpido o idiota, aunque no me molestaba en lo absoluto que lo hiciera porque de seguro era el lenguaje que usaban los chicos entre ellos. Podía sonar un poco loco pero por alguna razón sus insultos me hacían sentir que podía confiar en él.

—Bien pero que sean seis—sonrío y me pongo a correr.

—¡Con esa lentitud ya eres hombre muerto Anton! Las bestias no te van a dar tiempo de correr nunca, así que si quieres sobrevivir debes ser más rápido que ellos—no paraba de gritarme y yo trataba de ir más rápido. Corrí hasta cansarme, hasta que ya no me quedaron fuerzas para seguir. Terminé jadeando con las manos en mis rodillas. —Mucho mejor, buen chico—me dió una palmada en la espalda como si fuera un perrito y me ofreció una botella de agua.

—Bien ya he calentado lo suficiente. ¿Qué sigue ahora? —pregunté entusiasmada.

—Ahora te voy a enseñar a soltarte de las famosas llaves—dejé escapar un suspiro quejumbroso.

—Otra vez nada de acción—dejé escapar un quejido quejumbroso. —¿Cuando aprenderé a golpear?

—Ah, ah sin quejarse. Recuerda siempre que se antes de aprender a golpear, primero debes saber técnicas de defensa. El oponente siempre va a atacar primero y debes estar preparado para ese momento—me advirtió. —Además todo esto te será útil para la clase de lucha—supongo que Oliver tenía razón. Debía hacerle caso al experto, además si me iba a ser falta saber algunos trucos cuando la clase de lucha pasara de ser solo calentamiento a convertirse en una batalla real.

De venganza y otros placeresOù les histoires vivent. Découvrez maintenant