Los celos de Oliver

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Después de clases me detuve frente a una tienda de helados como me lo indicó Francesco. Tenía miedo de que fuera una broma de mal gusto o una trampa para humillarme de parte de ellos pero como mi necesidad por ganar dinero era tanta decidí ignorar esa voz en mi cabeza. Estaba esperando a que llegara uno de los chicos para que me presentase con el dueño de la heladería, no creo que me vería muy convincente si entrara sola y dijera oye tu hijastro me dijo que me darías la plaza. Prefería que alguien de confianza se lo dijera, así se le haría más difícil rechazarme. Finalmente después de tanto esperar llegaron Francesco y Oliver. No sé por qué siempre que Oliver estaba a mi alrededor me ponía tan nerviosa. Debía ser a causa de esos ojos azules tan fascinantes que hacían que me perdiera en ellos. Me quedé mirándolo fijamente por unos segundos con la esquina del ojo y no sé por qué motivo me dio la sensación de que él también lo estaba haciendo. —Ya entremos o te vas a quedar ahí parados como una estatua—rompió el incomodo silencio que nos consumía Francesco.

—Sí, vamos—respondí. —Es que no había entrado antes porque estaba esperando por uno de ustedes—me explico mientras entrábamos a la heladería. El lugar se veía bastante colorido, cuadros de postres, mesas blancas y un área para tirarse fotos de esas de Instagram. Me pareció un lugar agradable solo esperaba que me dieran el chance de trabajar ahí ya que nunca había tenido experiencia laboral antes.

—¡Mauricio!—gritó Francesco y detrás del counter de helados salió un señor con cabello crespo de ojos verdosos y piel canela como de unos 50 años.

—Ya te he dicho miles de veces que no me llames Mauricio. Sabes que voy a convertirme en tu padre una vez tu madre y yo nos casemos, así que lo mejor es que te vayas acostumbrando—le estrechó los brazos con una sonrisa brillante y un poco cínica.

—Ya basta, sabes que no me gusta que hables de esas cosas frente an mis amigos—se quejó Francesco con las mejillas un poco coloradas como si en ellas hubiera una mezcla de desagrado y vergüenza.

—Está bien ya te dejo tranquilo—se apartó el señor Mauricio. —Ahora puedes decirme, ¿a que has venido Francesco?—preguntó con los brazos cruzados y un movimiento leve en su pierna derecha. —Supongo que a saludarme no ha sido—su sonrisa se tornó una línea recta y en ese momento pude leer entre líneas que su relación no era la mejor que digamos. Al parecer tenían ciertas diferencias, lo que debe ser algo normal cuando piensas que compites con alguien por la atención de tu madre.

—Adivinaste, he venido para pedirte un favor—usó un tono de rendición en su voz.

—¿Qué favor?—preguntó sin dejar la cara seria. En ese momento me sentí perdida, ya no me quedaban esperanza de que ese trabajo fuera mío. A lo mejor si Francesco no hubiera sido tan  antipático en un principio, tal vez su padrastro lo hubiera considerado pero ahora ya nada estaba claro.

—Quería ver si podías contratar a nuestro compañero Antón, no ha tenido trabajo antes pero es bien aplicado. Incluso es el más inteligente de la clase, ganó una beca completa para estudiar—comenzó a hablar maravillas de mí con un poco de torpeza.

—¿Y esos detalles de que me sirven?—preguntó sin inmutarse.

—Antón—nos interrumpió Vincenzo que apareció de la nada con una cubeta roja y me miró con una dulce sonrisa en los labios. —¿Que te trae por aquí?

—Ay sí, casi se me olvidaba que trabajas aquí—le lanzó Oliver con una cara de desagrado. No entendía por qué Vincenzo le caía tan mal, con lo agradable que se veía. Unos ojos que inspiraban confianza y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Bueno aunque  quizás eso era algo que solo yo veía por mi condición de chica.

—¿Conoces al chico?—le preguntó el señor Mauricio a Vincenzo.

—Sí, tomamos algunas clases juntos. ¿Por qué preguntas?—respondió Vincenzo sin dejar de sonreír amablemente, ni soltar el helado.

De venganza y otros placeresWhere stories live. Discover now