Mi ser egoísta

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Capítulo 9: Mi ser egoísta, el que me atormenta todos los días

Pasó otro mes y unos cuantos días desde la partida de Jon a los Estados Unidos. Eribec no le quiso mencionar nada de lo acontecido a su mamá, quien preguntaba por él de vez en cuando y dejó de hacerlo al darse cuenta de que su hija no quería mentarlo.

El estado de Lizzy empeoró a niveles extremos, aunque el Dr. Miller no le platicó nada, era evidente que le quedaban pocos días. Una semana a lo mucho, incluso la mujer se dio cuenta de lo poco que su cuerpo soportaba los medicamentos.

Eribec no entendía por qué, según pasaron las semanas, le era difícil tolerar el aroma de diversos alimentos como la carne; además de que se sentía mareada continuamente y ni hablar de las náuseas. Ella tenía varias sospechas, pero una de ellas le asustaba.

Aunque, era mejor eso que una enfermedad de transmisión sexual. Sí, fue mala idea mantener relaciones con alguien en un estado de ebriedad, ninguno de los dos procuró usar preservativos. El alcohol provocó que actuaran como un par de inexpertos.

—¿Todavía tienes problemas estomacales?— le preguntó su madre, mientras que ambas se encontraban en la habitación. La apariencia deteriorada de Lizzy, era la principal señal de que algo no andaba bien con ella: sus ojos ojerosos, junto a un rostro arrugado y seco... le rompía el corazón a quien sea que la hubiera conocido antes de su enfermedad.

—Un poco— murmuró con la vista en el suelo. Ella sabía que tendría que hacerse una prueba de embarazo, el punto es que tenía miedo; le aterrorizaba estar embarazada de alguien que, en verdad, ni siquiera conocía. Es más, no sabía su apellido, solo que se llamaba Jon —Y dígame, ¿cómo se siente? El doctor le cambió las pastillas, tal vez estas le hagan un mayor efecto.

—Me siento mejor— mintió sonriendo. No era su deseo preocuparla más.

Alguien tocó la puerta, a lo que Eribec asintió para que entrara. La persona se trataba de la camarera, quien se dirigió a Lizzy con una bandeja de comida. —Hora del almuerzo— dijo con una sonrisa. Ella esperó a que la paciente se sentara, para ponerle el objeto en el regazo.

Además de tener la típica gelatina sin sabor, en la bandeja había una que otra fruta picada y un poco de carne de cerdo con verduras que Elizabeth pidió para su hija con la excusa de que se despertó con deseos de comer algo más sólido.

—Muchas gracias— le correspondió.

—No hay de qué. Espero de corazón que se mejore— con un gesto, dio media vuelta y se marchó.

—Me encanta lo amables que es la gente de aquí— elogió Lizzy tomando una uva.

—Con la cantidad de dinero que cobran, tienen que serlo...— suspiró Eribec —Ma, ¿en serio se va a comer todo eso?

—No, claro que no. Pedí la mayoría para ti— arrastró un poco la bandeja a su dirección —Ni en sueños comería tanto, la gelatina a lo mucho. Vamos, come.

—Amh...— su estómago le revoloteaba de tan solo ver la carne —No tengo hambre.

—Pero si no has comido nada.

—Estoy bien.

Y ahí regresaron. La mujer se tuvo que parar rápidamente de la silla e irse corriendo al baño más cercano. Lo peor del asunto es que el de visitantes quedaba a varios metros de distancia, por lo que se aguantó las ganas de vomitar hasta que llegó al sitio.

Una de las familiares de un paciente, entró al lugar en el momento que Eribec se encontraba en un cubículo del baño. La mujer castaña, de ojos cafés y de baja estatura, se extrañó por el sonido que emitía.

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