Un llanto del corazón

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Capítulo 19: Un llanto del corazón

Jon no sabía qué hacer.

Benetti le había dado el plazo de cinco horas para que le entregara la cola de sirena, el problema residía en que se encontraba en un país distinto, que quedaba como a tres horas de su país de origen. Nada más considerando el transporte, lo difícil que sería acudir a la bodega para sacar la cola e ir a la ubicación que el italiano le había enviado por celular; provocaba que se sintiera a punto de explotar.

Por primera vez en su vida, el hombre se percibía a sí mismo como alguien impotente. Incapaz de proteger a quien, se suponía, era lo más valioso para él.

Su personalidad tan miserable ni siquiera le permitió cargarla; Jon en ningún momento miró el rostro de Melody con detalle. Simplemente, cuando entró y observó a través del cristal de aquella incubadora, nada más vio a una pequeña y débil bebé, no a alguien que nació de él.

No a su hija.

Y más que nadie se juzgaba por eso, detestaba ser consciente de la horrible persona que era. Porque claro, ¿qué se podía esperar de alguien que admitía no sentir el tan mentado vínculo que describen las personas que se convierten en padres? ¿De verdad le importaba Melody o iba tras de ella porque era lo que tenía que hacer?

¿Jon la amaba?

Sí le preocupaba su bienestar, tampoco era como si se tratase de alguien sin sentimientos. Él se sintió mal por el fallecimiento de su padre, ¿cómo no sentiría lo mismo ante la posibilidad de que le sucediera algo malo a su hija? Ahora bien, ¿el amor paterno se sentía así? ¿Tan vacío?

Han existido padres que han dado la vida por sus hijos, Jon tenía claro que haría lo mismo. No obstante, ¿por qué? ¿Por ser su deber?

El hombre no entendía nada. Tal vez porque idealizó demasiado las cosas o porque, al final y tal vez, era una horrible persona.

Esa era su conclusión.

Él pensaba todo eso mientras iba en su jet privado. Jon estaba sentado en uno de los asientos del pequeño avión, su rodilla izquierda se independizó de su cuerpo al rechazar las peticiones de Jon para que se detuviera.

Allí, en un asiento rojo, se podía observar una faceta no muy común en Jon Aracena: con la rodilla tambaleante, la cabeza baja y mordiéndose las uñas del dedo mayor y anular; el frenesí en el que ejecutaba dicha acción llamaba la atención de los ayudantes de vuelo.

—¡¿Cuánto falta?!— gritó furioso. Baldassare sonaba lo suficientemente alocado como para cumplir su amenaza —¡¿Me van a tener aquí hasta el 2050 o qué demonios?!

—Lo lamentamos mucho, señor— la asistente de vuelo acudió de inmediato. Una mujer alta, rubia y de ojos verdosos. Su uniforme consistía en una camisa blanca por debajo de un chaleco azul marino y una falda del mismo color. Ella descansaba en su pequeño apartamento cuando la llamaron de repente para que asistiera a Jon, la mujer fue elegida porque era la que se encontraba más cerca. —El jet aterrizará dentro de treinta minutos.

—¿No existe una forma para que vaya más rápido?

—El piloto está haciendo todo lo posible.

—¿Y qué me dices con eso?

—Que no podemos ir más rápido.

«Directa».

—De acuerdo— resopló desganado —De acuerdo, de acuerdo...— golpeó el brazo del asiento con los dedos.

—¿Podría ayudarlo en algo?

—Si puedes hacer que este avión de mierda fuera más rápido, te lo agradecería.

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