Solitario

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Capítulo 23: Solitario

Estambul, Turquía.

Dos tonos.

Cuatro tonos.

Seis tonos.

—Hmp— espetó abriendo los ojos. Él se encontraba en la cama, dormía cuando recibió una llamada al quinto celular que llevaba en el mes —Eres tú— se sentó emitiendo un resoplido. El hombre se preguntaba cómo era que ella siempre conseguía su número.

—Sé que no te gusta que nos veamos en persona, pero esta vez no puedo— contestó Alich —Quiero que me investigues a Jon.

—¿De nuevo? ¿Cuántas veces lo he hecho?— arqueó la ceja.

—Sí, de nuevo.

—¿Alguna sospecha de otra aventura?

—No, es para algo más serio. Necesito que averigües información de su paso por los Estados Unidos en el último mes— suspiró —Cuando tengas la información, me tiras un mensaje y nos vemos en el lugar de siempre.

—¿De qué tipo de información hablas?

—Él... se metió en negocios peligrosos. Todavía no sé con quién, pero ha de ser con personas importantes.

—Solamente llamas cuando quieres que busque información sobre ese sujeto, ¿por qué mejor no lo dejas de una vez por todas? Tu posición me causa lástima.

—Es tarde para hacerlo, tuvimos una hija.

—Cierto— observó por la ventana, la ciudad todavía permanecía a oscuras, a excepción de las luces provenientes de los edificios —Lamento no estar ahí.

—Cuando nos reunamos, podría llevarla para que la conozcas.

—Ahora no sería conveniente.

—Entiendo— bajó las cejas —Oye, por favor cuídate. Temo que te pase algo, si Jon se da cuenta...

—Tranquila— se levantó de la cama —Yo, el inmortal definitivo, nunca temería de Aracena.

—Pero...

—Descuida.

«Está bien. Nos vemos».

Fue lo último que dijo antes de colgar.

Antes de vestirse, Laszlo se paró enfrente del único espejo de la habitación, y se miró el rostro con atención. Su ojo izquierdo lucía normal, con un marrón tan común como el de los demás. El que era diferente, era su ojo derecho, cuya tonalidad azulada no solo se debía a una mutación genética, sino a algo mucho más sobrenatural que eso.

El hombre se cubrió el ojo «maldito» con un parche negro. Después de eso, se dio un baño con toda la paciencia del mundo y se puso uno de sus tan acostumbrados conjuntos negros de sacos y pantalón de tela; sin corbata, claro. Laszlo detestaba las corbatas, optaba más por dejar su camisa negra sin nada en ella.

Para concluir su estilo, el detective tomó unas gafas oscuras guardadas en una gaveta.

Él abandonó el pequeño apartamento, dejando una nota escrita en turco que decía lo siguiente: «Es momento de irme. No volveré». La misma le era dirigida a la arrendadora, alguien con quien firmó contrato por un mes; el tiempo en que se quedaría allá.

—¿De nuevo con el parche?— señaló Neylan, quien lo saludó quitándole las gafas. Ella era una chica de cabello negro y de ojos azules que se dio la tarea de conocer a Laszlo en el tiempo que se quedó en su país. El detective la llamó para que le facilitara la tarea de salir de Turquía —Aunque admita que te ves misteriosamente sexy con él, me encanta verte los ojos. Una heterocromía no es algo que se vea todos los días.

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