Desde lejos

1 0 0
                                    

Si de pequeño aprendes qué significado tiene una palabra o una acción, puede que cuando seas mayor des por hecho que es así, que comprendes perfectamente qué es, cómo ocurre, procede y termina. Y quizá, en la vida, no tengas que cuestionarte jamás lo que has aprendido, lo que te han enseñado; lo que sabes en la teoría porque tienes la certeza por historias, por lecciones, que es así.

Pienso en todas las veces que me he puesto frente a ti, todas las veces que te he pedido por favor que pares, sabiendo que el camino que decides cada día no es el adecuado. Y lo sé porque me lo han enseñado, porque me han contado desde la experiencia que cada paso que das por ese camino puede no tener retorno, y más si no quieres verlo. Me llamas hipócrita, me haces a un lado, te justificas. He seguido tu juego mil y una veces, y he parado, porque sé por dentro que eso no es lo que quiero, porque desgraciadamente he visto las consecuencias de esa vía de escape a la que tu llamas estilo de vida.

Me he cuestionado, me he mirado en el espejo llorando y fingiendo que la culpa es mía. Saliendo, sonriendo y aceptando una normalidad que me asustaba. Yo he visto el resultado, una vida malgastada y acortada, así como otras atormentadas y marcadas por la ira de ese destino inexistente. Confías en que es una ayuda, un medio para sentir que todo sigue su curso, para no sentir, porque tampoco hay curso de las cosas si no te encargas de ellas. Por eso me fui, o más bien me echaste.

He pasado largas horas sin poder dormir, preguntándome dónde estarías, qué harías, ¿estarías bien?, me han fallado las fuerzas al llevarme la comida a la boca pensando ¿a caso todo lo que he hecho ha tenido algún sentido? No quiero comer, pero lo hago, sé que debo hacerlo. Y sobre todo, no he parado, no he podido parar un segundo para mirarme al espejo, no quiero verme, ¿para qué? Es como un síndrome de abstinencia constante. Un reloj que marca los minutos cada vez más grabes en mi cabeza, el corazón frenético al apoyar la cabeza en la almohada, el ritmo constante y sin pausa de la vida de todos los demás, perfecta, ajetreada, con sentido. ¿Qué sentido? Yo no lo veo, no lo encuentro. Por más que he buscado, si no lo veo ya no me lo creo. Porque una vez lo creí todo y por pecar de ingenuidad me apalearon, me apaleaste mentalmente y decidí retroceder hasta donde alguna vez me sentí a salvo.

Ahora comprendo que nunca entendí del todo esa palabra, que no sabía lo que significaba porque no estaba prestando atención. Le da igual quién seas, cómo seas, las ideas que tengas; si te atrapa eres preso en libertad con la condena de no escucharte a ti mismo. No caminas, tan solo vagas por ese gran tiempo sin sentido, donde no existe la pena, ni la culpa, ni el remordimiento, ni el amor; no sientes nada. Creí durante mucho tiempo que la culpa era mía. Ahora comprendo que lo emocionante de la vida va más allá de las palabras, pues estas pueden romperse en cualquier momento, y los actos, quedan grabados para siempre quieras o no, porque cada segundo que ha pasado no vuelve. Como he tenido que hacer yo, por amor propio, por dolor, porque la vida no es vida si eres esclavo de ti mismo.

Sí, debí darme cuenta, fui hipócrita, mi adicción eras tú, era sentirme alguien para el resto, era esperar ser grande y encontrar a alguien leal. Pero, y aunque esto no te lo enseñan en la teoría, la gente solo es leal a sus propias adicciones.

El Blog de Aura BlueWhere stories live. Discover now