CAPITULO 19

1 0 0
                                    


El vidrio estaba sucio, con manchas amarillentas; a lo largo del camino una depresión lo invadió. Estúpido, es como se consideraba por haber provocado todo este desastre. Lo peor es que terceros sufrieron las consecuencias.

Estuvo tan ciego por sentirse amado, dueño de una belleza; Milo siempre tuvo miedo a no poder enamorarse, ni encontrar a alguien con quien compartir su vida. Esa fue su obsesión inconsciente, y no vio las señales hasta que fue tarde.

Ahora no tiene un lugar a donde ir, está solo, sin empleo y lo peor de todo; no puede ni mantenerse a sí mismo.

****

El bus estaba cerca de su antiguo barrio, cerca del único lugar al que pudo llamar hogar.

La vergüenza y la culpa eran tan fuertes que le oprimían el pecho. La única persona que aún lo apreciaba en su vida, la abandono por un capricho. Camino lentamente sin hacer ninguna señal de parar, hasta llegar al lado del conductor. Necesitaba pensar en su siguiente movimiento.

Milo respiro hondo, con la mirada baja y sin mucho ánimo.

—Deténgase en la siguiente parada, por favor...—

El chofer asintió, levantando su mano derecha en dirección de Milo, esperando que pagara su pasaje. Con la mano izquierda Milo se rasco la cabeza, mientras con la otra fingía buscar en el bolsillo trasero de sus pantalones.

Cuando la puerta se abrió, Milo de inmediato salto a la acera, sin importarle que el vehículo todavía seguía en marcha,

El conductor alzo su voz, tratando de llamarlo; pero Milo no le hizo caso. Corrió como alma que lleva el diablo, con el miedo de que el chofer se bajara para atraparlo.

Luego de varias cuadras, finalmente se calmó. Cayendo al asfalto, respirando con dificultad mientras un dolor horrible le atravesaba el pie.

Se había doblado el tobillo.

Suspiro con pesadez, a la par que se arrastraba por el suelo hasta llegar a la orilla de la acera.

Las pocas personas que pasaron lo ignoraron, recordándole lo cruel que puede ser la vida.

El dolor en su pie izquierdo era insoportable, Milo trato de levantarse; pero fue en vano. Solo le quedaba una cosa por hacer.

Con pesar y lágrimas de miedo, Milo se arrastró por suelo durante varios minutos hasta llegar a su vecindario. La casa de su madre se alzaba a pocos metros de distancia.

El sol de la tarde quemaba con fuerza, la sed hacía presente en su boca a la par que aguantaba el caliente asfalto.

Cada brazada, cada golpe de la punta de sus dedos, Milo se obligaba a sí mismo a continuar.

—Así que vuelves arrastrándote...¿Eso no es lo que predijo tu madre? —

Una voz grave se escuchó a su lado; unos arrugados y venosos pies descalzos aparecían ante sus ojos. Las uñas eran tan largas, que parecían garras.

—¿Sigmud...? ¿Eres tú? —pregunto Milo sorprendido, notando su ahora demacrado aspecto.

Aquel joven pelirrojo que parecía más un niño, ahora lucia como un viejo. Su cabello ya no era brillante, su tez blanca estaba marcada por arrugas y venas, parecía un muerto viviente.

—Hola Milo, ¿Cómo va todo? — La sonrisa de Sigmud se hizo presente, revelando dos dientes amarillos y afilados.

Milo no sabía que decir, ¿Este es el demonio con el que firmo el pacto? Había cambiado mucho, era un monstruo.

LOVE FEITWhere stories live. Discover now