XXV

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«Nací en una familia pudiente, los estimo por como se dice que debes amar la sangre, sin embargo, lo que me rodea más allá de mi familia, me llena de desesperanza. Ellos me enorgullecen, no cabe duda, por lo tanto intento pagar aquel orgullo con ser un joven ejemplar. Aunque mis metodologías son distintas a lo que esperan ellos, no dejo de hacer que la justicia defina mi persona. Es por eso que deseo ser un agente de lo correcto, práctico y sin preámbulos. Mi justicia; siempre vive sobria por el arraigo a lo comúnmente aceptado, sedienta del elixir de la libertad que me da el odio. Yo creo estar hecho para lidiar con las escorias que hacen parte de la organización».

Escribía con pasión y enojo, el joven de apellidos franceses, en las hojas finales de una especie de libreta.

—¿Qué escribes?—, roba de su sitio la libreta del joven.

—¡Nada!—; exclamó rápidamente avergonzado, persiguiendo su preciado objeto tras su hermana.

—¿Por qué me ocultas esto?—, protesta la jovencita, sentándose a su lado—. ¿Escribes más cartas anónimas para el periódico?

—No es de tu incumbencia.

—Tú eres de mi incumbencia siempre. Cuando estás triste; ¡yo estoy triste! ; cuando estás feliz, yo estoy feliz—. Lo buscó por la espalda—; cuándo estás frustrado, yo estoy frustrada.

—No me siento así contigo—, espetó molesto.

—Ah. Por favor Fran—. Hizo un puchero—; somos mellizos, debes sentir algo, yo siento muchas cosas perturbadoras la mayoría del tiempo—, lo mira de reojo—; y siempre que te miro tienes una mirada perdida.

El joven se estremece en su puesto, tratando de no entrar en contacto visual con su pariente—. Pues no me mires—. Dijo poniendo orden en su escritorio.

—Franny...—, dijo melosa, cautelosamente observando las libretas y libros que tenía su hermano sobre el mueble.

—Elliette—. Menciona su nombre levantando la mirada junto a un pesado suspiro—; ¿Qué quieres?

—¿Vamos a cenar este fin de semana con Ezequiel?

—No—, dudó avergonzado—; no estoy seguro...

La joven le mira serena. Suspirando con desánimo.
Observó al aplicado joven un rato más, se dispuso a sacar un objeto enrollado en una fina tela, fuera del campo visual que tenía Fran.

Lo ubicó a un lado del escritorio, volviendo a sentarse en su sitio.

El joven, al ver el objeto de vidrio desnudado por la tela, recoge sus dedos temeroso, incapaz de ver a su hermana.

—No sales de casa desde hace varios meses. Sé que te gusta estudiar mucho—; se relamió los labios pensativa—, pero ¿esto?

Fran seguía mirando la nada, barajeando un esfero en su mano, que ahora con dificultad podía mover.

Tras un silencio que parecía eterno, Elliette toma el rostro del joven, buscando el otro lado de su perfil que no quería darle.

—¿Qué está pasando Fran?—, lo suelta frustrada—; es la segunda botella que encuentro en tu habitación, intento hacerme la ciega, gastas tu mesada en alcohol, tanto que ya no tienes para salir hacer algo conmigo y ¿ahora qué diablos significa este moretón? ¿Qué te está ocurriendo?

—Me hace olvidar muchas cosas—, susurró débil.

—¿Olvidar?—; echa para atrás su flequillo—. Tenemos quince años, nos lo dan todo aquí, lo tienes todo aquí, el amor que muchos envidian tener y el patrocinio en nuestros estudios que no muchos gozan —, exclamó prudente.

RED | PASADO: ¿En serio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora