XXVI

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[Ese mismo día, justo después de que Izeth abandonara la institución. 2:00 P. M.]

Predispuesto a, de alguna forma, esperarla fuera del instituto, Fran buscaba preocupado a la señorita. Había aceptado hacerle el favor a su colega Ezequiel, de llevar a su hermana salva y sana a casa, sin embargo, no contaba con aquella situación, que tenía a su cabeza un ciento por ciento ocupado.

Sus ya agudizados sentidos, lo ayudaron a captar el tono de voz de la alegada, que como imán, lo atrajeron.

Con el corazón en la garganta, Fran suponía lo que estaba detrás de todo lo acontecido en esa brevedad.

«Qué desconcertante es ver esto». Pensó, mientras se acercaba a pausado paso.

Escondiendo su rostro y manos entre las piernas, la oji verde emitía ahogadas arcadas, típico de un apresurado e incesable llanto.

Al instante que Fran ingresaba a su atmósfera, no más con el deslizar del tacón de su zapato, le causó una desesperada reacción.

—¡Ize...—; exclamó ilusionada.

El joven la miró afligido.

Perdida en la aflicción de su culpa, detalló la silueta de su amigo, desconociendo la relación que tenía con él, no le importó fingir una apariencia, llamó una vez más los sollozos, al percatarse de que no se trataba de su persona favorita.

Sin embargo, Fran decide acompañarla.

Se sienta a su lado, siendo recibido por un apresurado abrazo, seguido de irreconocibles comentarios.

Como una automatizada reacción, acarició su cabello, buscaba como cesar su desamparo, pero por otro lado, luchaba contra sus soberbios pensamientos.

«Sea lo que sea que haya pasado antes de que yo llegara, la tiene completamente fuera de su eje...». Especuló.

Así, durante un par de segundos más en silencio, el joven esperó a que la señorita tuviera fuerzas para recomponerse.

—Por favor, no le digas a mi hermano nada de esto, a nadie, a nadie que esté a mi al rededor, por favor. Fran—; sollozaba aún escondiendo su rostro contra el torso del joven.

—¿Cómo vas a pedirme eso?—; titubeo confundido—, tenemos autoridades a los cuales debemos responder... aunque no sea yo—; tragó saliva—, tienes a tu hermano... y...

—¡Sí lo sé carajo!—; exclamó histérica—, tengo... tanto miedo... no sé qué hacer, no tienen sentido nada...

Fran hacía silencio, sabía que si interrumpía la intención de explicarse, le daría chance de cambiar la versión de la historia.

—No sé cómo reaccionar—; apretaba sus ojos con fuerza, pero a pesar de querer decir claramente lo sucedido, y lo que incurriría aclararlo, prefería guardárselo.

—¿Tienes algo con él?—; preguntó fríamente decidido.

—¿Qué?...—, abrió los ojos de par en par—; ¿cómo?... no... ¿cómo se te ocurre eso?

Una vez más, el joven se quedó expectante del momento, callar era su mayor virtud, obligaba a quién tenía enfrente, a fallar por sus propias palabras. Tenía una forma sabía de ejercer presión, y estaba logrando ver, cómo Ecta caía corporalmente en ellas.

RED | PASADO: ¿En serio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora