🦋 Capítulo 4

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Valentín se hundió, literalmente, en el sofá que don Evaristo le ofreció. Los cojines perdieron toda la esponjosidad que parecían tener, y cuando menos se dio cuenta, ya estaba siendo devorado al interior de su asiento. Elías se dejó caer a su lado sin ceremonias, tomando de paso una de las empanadas rellenas de piña que doña Josefina, esposa del comisariado, había colocado sobre la mesita de centro de la sala.

—¿Por qué enteraste también? —quiso saber Valentín, lanzando una mirada desconfiada al otro chico.

—Eres idéntico a tu madre —comentó doña Josefina con una sonrisa amigable antes de que Elías pudiera responder, si es que planeaba hacerlo.

Valentín correspondió la sonrisa sin saber qué decir. El recuerdo de su madre le parecía muy distante, casi borroso. Cada vez que trataba de ver fotografías de ella, su corazón dolía y solo servía para recordarle que ya no la tenía.

Sintió la mirada de Elías sobre él, tan intensa que parecía querer abrirle un hueco en el cráneo. Cuando volteó a verlo, el muchacho desvió la vista tan rápido que fue demasiado obvio. Elías tomó otro par de empanadas, se comió la primera en dos mordidas y colocó la segunda en la mano de Valentín.

Don Evaristo llamó la atención de los presentes con un suspiro dramático cuando ocupó su lugar en un sillón reclinable de tapiz floreado. El hombre había hecho aparecer una botella de tequila de alguna parte. Al parecer necesitaba el valor que el alcohol ofrecía para tener la conversación que estaba a punto de desarrollarse.

—Solo es un pretexto para beber —comentó Elías, hablando sobre el oído de Valentín, quien se estremeció porque definitivamente el chico acababa de leerle la mente.

Miró a su compañero de sofá con los ojos muy abiertos, pero Elías estaba muy ocupado tomando otra empanada de la charola.

—¿Qué edad tienes, Valentín? —quiso saber doña Josefina.

—Veintiuno.

A su lado, Elías repitió la palabra "veintiuno" en voz baja y cuando Valentín le lanzó una mirada de reojo, las mejillas del muchacho se sonrojaron.

—Yo tengo diecinueve. Sé que no parece, pero es verdad. Ya tengo mi credencial y todo eso. Si quieres te la enseño —dijo Elías, se le notaba nervioso.

Valentín parpadeó confundido y volvió su atención a doña Josefina al escucharla reír. La mujer miraba a Elías con una sonrisa cómplice y un brillo burlón en sus ojos marrones. Al notar que Valentín la observaba, ella se encogió de hombros y salió de la sala sin decir nada.

Para cuando don Evaristo le pidió a Valentín que le explicara toda la situación, más de la mitad de las empanadas había desaparecido y Elías ya tenía en la mira un tazón lleno de nueces.

Valentín le relató todo lo que había acontecido durante los últimos meses. Desde la enfermedad que consumió a su tío de manera rápida e inesperada, hasta la confesión antes de morir. Le contó también sus semanas preparándose para viajar a México e incluso le habló sobre la fila interminable de vehículos cruzando la frontera. Esto último no tenía nada de importante, pero el hombre lo escuchó de todos modos con la misma atención.

Cuando terminó, el sol ya empezaba a ocultarse y doña Josefina había regresado a la sala con una jarra llena de agua y una charola con dulces de coco. Don Evaristo había bebido un cuarto de la botella de tequila y su vista estaba perdida en algún punto distante. Elías se encontraba más cerca, su rodilla presionada contra la de Valentín con fuerza. Había hecho esto a modo de apoyo cuando la voz de Valentín falló al hablar del fallecimiento  de su tío, quien había sido el último familiar que le quedaba.

—Qué barbaridad —doña Josefina fue la primera en hablar, rompiendo el silencio—. Todos en Aguadulce apreciamos mucho a los Olmos. Es una pena que ya solo quedes tú.

Valentín sintió un nudo amargo y doloroso en la garganta. Las palabras de la mujer no tendrían por qué afectarle tanto, pues eran la verdad. Estaba solo. Él era el último de todo una familia. Por algún motivo, escuchar que alguien más lo decía era peor, como una sentencia.

Don Evaristo se removió en su lugar y carraspeó un par de veces antes de mirar a Valentín.

—Por desgracia, no creo que sacar el cuarpo vaya a ser tan sencillo —le advirtió.

—¿Por qué no?

—Porque necesitas permisos para cavar y por supuesto que las autoridades deben estar al tanto de la situación.

—Sí, ya me imaginaba algo así.

—¿En serio planeabas desenterrar tú solo un cadáver así nada más? —se burló Elías, inclinándose para tomar un dulce de coco.

Valentín lo ignoró, no solo porque lo estaba haciendo sentir como un idiota, sino porque el chico estaba tan cerca que prácticamente tenía que recostarse sobre el regazo de Valentín para alcanzar los dulces.

—Entonces, ¿qué me aconseja? —preguntó—, si me cree, ¿verdad? —se sintió un poquito patético cuando su voz se descompuso al hacer la pregunta. Temía que nadie quisiera ayudarle, que lo trataran de loco.

Valentín estaba acostumbrado a hacer las cosas por sí solo. Su único apoyo desde los quince años fue su tío, quien no era precisamente cariñoso o comprensivo. Mauricio Olmos había sido un hombre severo que creía que no había mejor manera de demostrar afecto que siendo duro y directo. Cuando Valentín tenía problemas no solía correr por ayuda porque rara vez la obtendría. Mauricio siempre decía que debía enfrentarse a lo que la vida le arrojara y hacerse responsable, así que Valentín trató de ser siempre autosuficiente.

Sin embargo, supuso que a su tío no le importaría que pidiera ayuda cuando estaba metido en todo eso del desentierro del cadáver por culpa de él.

Don Evaristo no respondió de inmediato y eso lo puso nervioso pensando lo peor. Estaba por saltar fuera de su asiento para empezar a suplicar que alguien le creyera, cuando Elías chocó su rodilla contra la de él. El gesto, aunque tosco, se sintió reconfortante, como un recordatorio de que al menos alguien ahí sí que le creía. Valentín se relajó.

Don Evaristo se puso de pie y empezó a dar vueltas por toda la sala, el sonido de sus pantuflas era lo único que rompía el silencio. Elías siguió comiendo mientras tanto, ofreciendo dulces que Valentín rechazaba porque ya no le cabía más. Parecía que Elías tenía un agujero negro en el estómago y podía seguir devorando postre tras postre sin miedo a sufrir indigestión.

Finalmente, luego de unos cuantos minutos mirando por la ventana, don Evaristo se giró hacía sus tres espectadores y dijo:

—Voy a convocar una reunión entre los ejidatarios y los antiguos comisariados. Entre todos vamos a llegar a una solución. Pero eso tendrá que ser mañana a mediodía, por ahora debes descansar que seguro tu viaje fue largo.

—¿Tienes dónde quedarte? —preguntó doña Josefina.

—La verdad no. Yo creí que solo me llevaría una tarde y podría volver a la ciudad en la noche, antes de que el último autobús pasara.

Ya que lo decía en voz alta, Valentín no podía creer que hubiera sido tan ingenuo. Si su tío estuviera presente, ya le hubiera dado un coscorrón por crédulo.

—Puedes quedarte conmigo —ofreció Elías de inmediato—. Bueno, no conmigo sino en mi casa —se corrigió en cuanto todas las miradad se clavaron en él—, seguro a mamá no le importará.

Valentín estaba por agradecer la oferta y aceptarla hasta que recordó que la madre de Elías era una bruja. Una auténtica bruja que había predicho su llegada a Aguadulce.

Miró suplicante a doña Josefina, tratando de transmitirle su desesperación. De nada le sirvió, la mujer estaba sonriendo, al parecer bastante satisfecha con que Valentín fuera problema de alguien más.

—Pues muy bien —don Evaristo también estaba de acuerdo—, vuelve mañana aquí mismo.

Elías se incorporó y a Valentín no le quedó de otra que tomar la mochila, que había dejado abandonada en el suelo, para poder seguirlo.

Besando Tumbas || #ONC2024Where stories live. Discover now