🦋 Capítulo 16

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Doña Josefina los recibió con una enorme sonrisa y los brazos abiertos.

—¡Pasen, pasen! —se hizo a un lado para dejarlos entrar—, Evaristo no está en casa, pero no debe tardar.

—De hecho, no es a él a quien estamos buscando.

Doña Josefina los llevo directo a la sala donde el televisor estaba encendido; en la pantalla, un hombre lloraba desconsoladamente mientras una joven mujer moría en sus brazos tras recibir un disparo. Valentín miró la escena solo unos segundos antes de que la telenovela se fuera a un corte comercial.

—Acabo de hacer un pastel de zanahoria —anunció la mujer—, déjenme preparar unas porciones y tazas de café para poder charlar con calma.

—No se moles... —Valentín se detuvo cuando Elías le pellizcó el brazo para que se callara. Luego le dedicó una mirada de advertencia.

Mientras doña Josefina preparaba las rebanadas de pastel de zanahoria, Valentín y Elías esperaban sentados en el mismo sofá en el que los habían recibido la primer vez que estuvo ahí. Parecía que hubieran pasado meses desde aquel momento en que llegó a Aguadulce sin tener idea de lo que haría.

Doña Josefina regresó justo cuando los treinta comerciales terminaron y la telenovela reanudó la transmisión, sin embargo la mujer alcanzó el control remoto y apagó la tele sin dudar. Valentín miró la pantalla oscurecida e intentó no demostrar lo intrigado que estaba por saber qué ocurriría con la tal Teresa y por qué había siendo baleada.

—Lamento mucho lo que ha ocurrido todo este tiempo, Valentín —doña Josefina atrajo su atención—. Le dije a Evaristo que debíamos hacer algo para apaciguar las malas lenguas y tratar de ayudarte. Él habló con los ejidatarios y hasta con ese canalla de Bustamante, pero nadie lo escuchó.

—Le agradezco que intentara de todos modos.

—Debo admitir que yo tenía mis dudas con respecto a lo que nos contaste la primera vez. No es que no creyera en Mauricio, pero me era difícil imaginar que alguien de Aguadulce pudiera ser un asesino. Pero ahora, ahora ya no me cabe duda.

Elías ya había terminado con su rebanada de pastel de zanahoria y su mirada estaba fija en el plato de Valentín, donde todavía tenía su postre intacto. Por un momento pareció estar tan concentrado en el postre que no estaba prestando atención, sin embargo fue él quien habló:

—¿Es verdad que usted y Rafaela Gutierrez tenían problemas?

Fue imposible no notar la manera en que la pregunta afectó a doña Josefina. Fue incluso más difícil de ignorar cuando la mujer prácticamente se atragantó con su café. Elías y Valentín se miraron en silencio, mientras tanto doña Josefina se apresuraba a tomar una servilleta de tela para limpiar su boca y sofocar el ataque de tos.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué tiene que ver Rafaela con...? —miró de uno a otro—. Imposible —dijo en voz baja y ronca.

—El cadáver que encontramos es de Rafaela.

—No —sentenció ella con total convicción—, eso no puede ser —soltó una risita tensa y nerviosa—. Rafaela Gutierrez se fue de Aguadulce a la ciudad. Todo mundo sabe eso.

—Amado dice que ustedes llegaron a pelear a golpes —comentó Elías entrecerrando los ojos, aprovechando el momento para tomar un pedacito de pastel del plato de Valentín.

La mujer se incorporó de su lugar en el sillón donde se había sentado y dio un par se zancadas largas, como si planeara irse. Se detuvo a medio segundo de dar otro paso y se giró para mirarlos.

—Ustedes creen que yo asesiné a Rafaela —dijo antes de volver a reír con incredulidad.

—Sí —asintió Valentín a pesar de que no había sido una pregunta.

—¡Están locos! ¿Por qué haría algo así? —negó con la cabeza y siguió soltando risitas cada vez más estresadas.

—Tenía motivos para hacerlo, ¿o no? —Elías tomó todo el plato de Valentín y empezó a comer mientras imitaba la pose de algún detective. Por un momento, Valentín tuvo la impresión de que el muchacho estaba a punto de decir algo digno de Sherlock Holmes o Hercule Poirot.

Doña Josefina soltó un sonido estrangulado.

—¡Eso fue cuando éramos mocosas babosas!

Valentín miró a la mujer con verdadera sorpresa; doña Josefina parecía una persona por completo diferente. Estaba perdiendo los estribos de tal manera que su mascara de amabilidad se caía a pedazos frente a ellos. La mujer debió haberlo notado también, porque a continuación tomó una respiración honda para recobra la compostura.

—Ustedes no tienen manera de saber si ese cadáver pertenece a Rafaela o no —les dijo—. Están saltando a conclusiones apresuradas. Hacer acusaciones así de graves es muy delicado. Les aconsejo que dejen que la policía haga su trabajo y no se involucren más.

—¿Y cómo se supone que harán su trabajo cuando nadie en Aguadulce quiere hablar con ellos? —Valentín se puso de pie y enfrentó a la mujer—. Dígame si es verdad que tenía motivos para deshacerse de Rafaela. Al menos sea honesta en eso.

—Admito que solía tener una reputación bastante desagradable y que tenía mis diferencias con Rafaela, ¿pero de eso a asesinarla?

—Tal vez estaba celosa porque Rafaela tenía más posibilidades de quedarse con don Evaristo —dijo Elías, dejando el plato ya vacío sobre la mesita de centro.

Doña Josefina soltó una carcajada digna de un supervillano. Valentín retrocedió solo por si acaso; lo que menos quería era que arremetiera contra él como con los borrachos que solía golpear. Justo en ese momento la mujer se veía muy capaz de retomar las viejas costumbres.

—Rafaela nunca tuvo oportunidad. Evaristo siempre estuvo conmigo. Me prefería a mi, no a ella. Él jamás se hubiera fijado en esa...

Valentín se tensó. Apretó los puños con fuerza, casi tanto como su mandíbula, mientras esperaba a que la mujer completara la frase. Doña Josefina lo miró, notando su reacción, y de nuevo se tuvo que obligar a respirar profundo para colocar su mascara de bondad en su sitio.

—Les pido que salgan de mi casa y no vuelvan a poner un pie aquí.

Elías soltó un jadeo indignado.

—De mejores casas me han corrido —se quejó el muchacho poniéndose de pie—, y quiero que sepa que el pastel no estaba tan bueno.

Doña Josefina le dedicó una mirada furiosa. De pronto fue como si tuviera una epifanía; su rostro pasó de la ira a la altivez en un instante.

—Si tanto quieren saber quién podría haber tenido motivos para matar a Rafaela, tal vez deberían empezar buscando en casa.

—¿A qué se refiere?

—Había alguien con motivos para matar a Rafaela. Alguien que tenía tantas ganas de matarla, que no me sorprendería que hubiera sido el culpable.

—¿Quién? —quiso saber Valentín a pesar de que algo le decía que se arrepentiría de preguntar.

Sin girar a verlo y con toda su atención fija en Elías, doña Josefina respondió con una sonrisa torcida llena de malicia. Sus palabras sonaron casi como una mofa:

—Ignacio Zamora. Él odiaba a Rafaela por haberle quitado lo que amaba.

—¡Eso no es verdad! —gritó Elías—, ¡mi abuelo no era un asesino!

—Entonces supongo que Martina te ha ocultado muy bien la verdad —doña Josefina lo miró con fingida lástima—. Pregúntale por qué te llamó Elías. Te sorprenderá saber que llevas el nombre de un hombre muerto. Un hombre que tu propio abuelo asesinó. Luego pregúntale por qué Ignacio odiaba tanto a Rafaela.

Besando Tumbas || #ONC2024Where stories live. Discover now