🦋 Capítulo 7

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Jacinto había tenido razón cuando dijo que ya no quedaba mucho. Valentín se detuvo frente al enorme terreno destrozado y miró con tristeza lo poco que quedaba de aquella casa que había sido su hogar durante los primeros años de su vida.

La mitad de la finca había desaparecido por completo y la otra mitad se sostenía muy a duras penas. Ya no existía el techo de vigas de madera y el piso había quedado sepultado bajo tierra y maleza. Donde antes había estado el gallinero solo encontró madera corroída. Del horno de su abuelita ya no quedaba nada más que una pequeña montaña de ladrillo.

Valentín no había esperado el golpe de remordimiento, ni el dolor o la nostalgia que lo iba a invadir ante la imagen de la casa de su infancia por completo devastada. No pudo más que tomar una inhalación temblorosa.

A lo mejor era que seguía sensible por la muerte de su tío. Tal vez fue que se sintió culpable por nunca haberse tomado el tiempo de volver y darle mantenimiento a ese lugar que lo vio dar sus primeros pasos. Quizás era que, justo como dijo Martina, tenía muchas tristezas acumuladas. No sabía cuál era la razón, pero sus ojos se llenaron de lágrimas por primera vez en mucho tiempo.

Quiso sentirse avergonzado por llorar como un niño delante de Elías, pero ni siquiera le importó. Le importó todavía menos cuando en lugar de juzgarlo, Elías se quedo a su lado en silencio y lo dejó derrumbarse, ofreciendo su mano a modo de apoyo. Valentín la tomó y cómo apreció la calidez que le brindó.

No tenía idea de cuánto tiempo pasó hasta que pudo controlar los sollozos, cuando sintió sus ojos hinchados y la nariz tan llena que hasta se le dificultaba respirar. Elías sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se lo dio, luego sentenció:

—Yo te voy a ayudar.

—¿Cómo?

—No lo sé. Ya se me ocurrirá algo, soy bastante testarudo.

—No lo dudo.

Elías le sonrió y Valentín por fin pudo volver a tomar el control de su cuerpo. No podía pasar el resto del día lamentándose, no mientras quedaran tantas cosas por hacer. Recorrió la casa de sus abuelos con ojo crítico.

—Mi tío dijo que el cuerpo estaba sepultado cerca del horno —señaló la pila de ladrillos.

El horno de su abuela se encontraba fuera de la casa, a un costado de la vivienda y justo al centro del patio. Se había hecho de esa manera desde un principio para que el humo de la leña al arder no sofocara a nadie dentro de la casa. De niño, Valentín tenía prohibido acercarse a ese horno. Te vas a quemar, decía su madre, pero él no le tenía miedo al fuego, no después de ver a su abuelita metiendo la mano al interior ardiente y tomando los panes recién horneados con las manos desnudas. Ella lo hacia ver todo muy sencillo y poco peligroso.

—Me sorprende que el cadáver no haya salido cuando se desbordó la presa. Hasta hubo varios finados que andaban nadando por las calles de Aguadulce durante esa época. El panteón fue de los lugares que más sufrió daños —dijo Elías, pensativo.

Valentín tuvo un mal presentimiento.

—¿Crees que el asesino pudo haber regresado tiempo después para mover el cuerpo de lugar?

—Puede ser, aunque no creo que quisiera arriesgarse a ser descubierto. Primero hay que averiguar quién es el difunto. Habrá que buscar registros de personas desaparecidas. Ya que tengamos una idea de quién es, entonces podremos hacer una lista de sospechosos; personas que tuvieran motivos para asesinar. ¡Será como ser parte de un programa de televisión policíaco!

Valentín sonrió. Elías se veía más entusiasmado a cada segundo.

—¿Crees que de verdad existe alguien capaz de asesinar aquí en Aguadulce?

Besando Tumbas || #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora