🦋 Capítulo 18

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—Y de nuevo terminas aquí —dijo la anciana cuando Valentín entró a la pequeña casita de adobe sin llamar a la puerta—. ¿Por qué estás tan triste?

—¿Cómo sabe que estoy triste?

—Puedo sentir tu tristeza vibrando aquí en mi pecho.

Valentín caminó hasta la mujer, quien estaba sentada en su mecedora de siempre. En esa ocasión no tejía. Tenía sobre sus pierna una pequeña cajita de metal y de su interior sacaba viejas fotografías desgastadas. Se suponía que debían ser a blanco y negro, pero con el tiempo habían adoptado un tono marrón verdoso. Aun así, las imágenes se mantenían visibles.

Doña Nieves esperó hasta que Valentín estuvo cerca y le entregó una de las fotos. Sus pequeñas manos temblorosas tocaban con tanto cuidado y cariño el papel añejo, que Valentín no pudo más que hacer lo mismo. Fue cauteloso cuando tomó la fotografía y la giró para verla mejor.

En la imagen había un par de jóvenes chicas bien parecidas con sonrisas amplias y pieles retostadas. Una de ellas llevaba un vestido de holanes hasta los tobillos y la otra un camisón simple. Ambas estaban a la orilla del río, remojando sus pies mientras saludaban a la cámara.

—Tu abuela tomó esa foto —dijo doña Nieves con un suspiro.

Valentín supo de inmediato que la chica del vestido era Rafaela. La reconoció por los hoyuelos que marcaban su sonrisa y por los ojos oscuros que podrían iluminar una habitación entera cuando eran así de suaves y brillantes.

Sintió una punzada en su pecho. Doña Nieves le tendió otra foto, en esa solo estaba Rafaela con sus trenzas largas y pies descalzos mirando hacia alguna parte distante. En la siguiente que le enseñó la anciana había un grupo de cuatro niños entre nueve y doce años rodeando a la sonriente Rafaela.

Valentín sintió que los ojos le escocían cuando miró el rostro infantil de su madre; con su cabello liso y esa sonrisa inocente. Su tío Mauricio tenía un brazo encima de los hombros de Mercedes y al lado de ellos los niños más pequeños se colgaban a los brazos y piernas de Rafaela.

Incluso cuando habían pasado años, Valentín podía sentir el amor que había existido en esos momentos, entre esas personas. Ya ninguno de los que aparecía en la foto existía, salvo en la memoria de aquellos que los recordaban.

Su madre y sus tíos habían muerto muy jóvenes, y Rafaela había sido arrebatada de forma violenta. Todos ellos se habían ido antes de tiempo y lo habían dejado a él como el último vestigio de una familia amorosa que tal vez ya nunca volvería a renacer.

—Siempre me he preguntado —dijo doña Nieves—, por qué las personas más buenas son las que se van primero.

Una lágrima cayó sobre la fotografía. Valentín se apresuró a limpiarla y enjuagó su rostro apartando el resto de las lágrimas que empezaban a acumularse en sus ojos.

—No encontraste lo que buscabas —continuó la mujer.

—Salí dispuesto a enfrentar al culpable de la muerte de Rafaela, pero solo encontré más dudas y misterios —Valentín regresó las fotografías a la cajita de metal.

—Así sucede.

—Ahora tengo cuatro sospechosos.

—¿Tantos? ¿Y tan pronto?

—Aprendí que las personas siempre están ansiosas por echarle la culpa a otros cuando se sienten intimidados.

Doña Nieves asintió.

—¿Quiénes son tus sospechosos?

—Don Amado sigue estando al frente de la lista. Incluso confesó haber acosado a Rafaela. Él nos envió con doña Josefina quien nos dijo que Ignacio Zamora podría haber sido el culpable —Valentín tomó una respiración profunda y dijo—: mi cuarta sospechosa es usted.

Besando Tumbas || #ONC2024Où les histoires vivent. Découvrez maintenant